Para empezar el verano con alegría, ¡y que no decaiga!, resulta muy entretenido hacer una sencilla operación aritmética poblacional, un poco antes o un poco después de ir a darse un chapuzón a la playa, que por ahora es gratis.
Supongamos que en España habitan 46 millones de personas, cien mil arriba, cien mil abajo. Descontemos los sectores subvencionados: automoción y naval cada vez que la espada de Damocles de los expedientes de regulación de empleo o cierres pende sobre sus cabezas; la minería, cada vez que los mineros inician una marcha hacia Madrid, el sistema financiero, cada vez que entra en «bancarrota» (si es que alguna vez no lo ha estado); el sector de energías renovables, que exige primas, como los miembros de la selección española; las eléctricas con su mantra extorsionador del déficit tarifario; o ahora las empresas concesionarias de autopistas, que le han dicho a Papá Estado que acuda a su rescate o se atenga a vías de alta capacidad modelo tercer mundo.
LOS TONTOS DEL PUEBLO
El resto de españoles en activo, indefensos autónomos, trabajadores de insignificantes pymes, profesionales liberales, temporales trabajadores del sector turístico, empleadas/dos del hogar y demás especies laborales de sectores anecdóticos en la mesa de reuniones del Consejo de Ministros, somos los tontos del pueblo. Castas inferiores que, para más inri, se solidarizan y hacen piña con las castas superiores con capacidad para echarle un órdago al Estado.
UNA ESPAÑA CON DERECHO A RESCATE, OTRA AL MATADERO
En España, derecho al rescate lo tienen las multinacionales, los buitres carroñeros que quieren explotar el viento, el sol y la biomasa por la cara; los fabricantes de automóviles, que utilizan sus elefantiásicas plantillas como escudos humanos; los mineros, que saldrían más baratos cobrando en casa que explotando minas que nos salen por un ojo de la cara; los productores eléctricos, que nos proporcionan luz en los hogares y penumbra ecológica en nuestros ríos; los explotadores de autopistas, que creían que el peaje tenía que ir directamente a beneficios y no a gasto de mantenimiento; los constructores de barcos, que juegan al póquer con los Estados utilizando de caja empleos directos y empleos indirectos; y qué se puede decir de los banqueros, rateros de comisiones, trileros de ciudadanos, que van a recibir de Europa decenas de miles de millones que seguirán pagando nuestros biznietos.
Si no perteneces a la función pública o a una plantilla de un sector rescatable y habitualmente rescatado, eres un jubilado, un parado, un menor de edad, un dependiente o un imbécil en activo, que sólo comparte con los trabajadores «protegidos» por el sistema, Hacienda (que somos todos) y un DNI que en alguna parte señala la palabra España, el país común, el Estado de Derecho compartido, la figura retórica en la que todos somos iguales ante la ley, aunque en tantas ocasiones se demuestre lo contrario.
Un mínimo de 62 mil millones de euros para el sistema financiero, unos 24 mil millones de euros de déficit tarifario eléctrico, 523 millones de euros/año para mantener un sector minero insostenible, inyecciones de dinero público a sectores como el de automoción y el naval bajo la permanente extorsión de la deslocalización, primas a grandes empresas que se lanzaron a la conquista especuladora de la energía renovable, 3.800 millones de euros para que las concesionarias de autopistas puedan hacer el ‘mantenimiento’ de las concesiones que explotan. ¿Alguien lo puede explicar, por favor?
LOS ANÓNIMOS E INDEFENSOS ESPAÑOLES CARNE DE EPA
A un 80% de ciudadanos que habitamos en España (al margen de los que están haciendo las maletas y exclaman al pie de un avión: ¡ahí os quedáis!), se les está quedando tal cara de idiotas que los sociólogos empiezan a dudar seriamente si semejante estado será reversible. A éste precio, que cierren autopistas, ¡coño!, y que a las concesionarias les salven el negocio los chinos, que las eléctricas nos dejen a dos velas, que los fabricantes de automóviles se vayan con sus chantajes laborales a otra parte, que los inversores en viento y sol se metan las aspas y los paneles por donde les quepa y que los españoles decidan de una vez volver a empezar con penurias laborales, con generosidad generacional, con grandeza de miras histórica, volver a empezar con dignidad.
Millones de trabajadores solos, indefensos, sin escudos protectores de «sectores estratégicos» o electoralistas, han ido cayendo laboralmente como moscas todos los días, sin que sindicatos, colectivos mineros, de la automoción, del naval, medios de comunicación y políticos oportunistas, hayan dedicado siquiera un segundo a pensar en su triste destino.
Por lo visto y oído, la sensibilidad y la solidaridad en España es un sentimiento directamente proporcional al número de puestos de trabajo, útiles o inútiles, que abruman desde los medios de comunicación. Sólo importa cuántos pueden quedarse de un sólo ERE sin trabajo. El gota a gota constante de los españoles indefensos, anónimos y solos ante el peligro del desempleo, se merece un segundo de reflexión el día del mes que sale la escalofriante cifra de la EPA.