Dentro de las diversas especies que habitan en las organizaciones, he decidido que la de los chusqueros merece que les dedique hoy este artículo.
Si acudimos a la RAE, define el término como un adjetivo coloquial, dicho de un suboficial o de un oficial del Ejército: Que ha ascendido desde soldado raso. Pero quienes hicieron la mili saben que esa no es la acepción real sino que se refiere a los mandos, principalmente sargentos, que llevan muchos años en ese puesto y que limitados por sus capacidades no pueden ser promocionados, dedicándose a hacer la vida imposible a los miembros de su pelotón.
Afortunadamente, desde hace muchos años la mili ya no es una obligación para los mozos en nuestro país, pero hoy considero que es un buen día para agradecer que de sus entrañas haya salido un término tan potente y que da tanto juego cuando hablamos de motivación.
De este modo, si aplicamos su uso al entorno empresarial, podemos decir que las personas chusqueras son aquellas que con bastante antigüedad en una organización y sin ninguna aspiración más que la de mantener el puesto de trabajo, se dedican a fastidiar la vida a los demás, tirando de unos galones imaginarios que se creen que el tiempo les ha concedido.
Y, por cierto, con bastante poca gracia en sus maneras en general. Son un tipo de personas que contaminan con sus actitudes los climas laborales de las organizaciones, crean castas, y que debido a la tensión que provocan hacen insalubres los entornos en donde habitan.
De este modo, creo que todos conocemos empresas en las que con una limpieza quirúrgica de este tipo de elementos podríamos pasar de organizaciones grises a otras con posibilidades de convertirse, por lo menos, en normales.
La moraleja de esta historia es que muchas veces nos enrocamos con desarrollar complejas políticas de incentivos para tener contento al personal, sin darnos cuenta de que simplemente apartando a esos chusqueros de los entornos donde habitan, vuelven a recuperar la vida y a responder a las jerarquías naturales de la organización.
Me refiero a las ganadas por méritos propios y no a las creadas en paralelo por personas que ni son felices y que se empeñan en que otras lo sean, y/o sostenidas por otros intereses particulares.
En general, agrupamos técnicamente a este colectivo dentro de lo que ahora llamamos gente tóxica, pero creo que lo de chusqueros se ajusta más a la realidad porque no merecen que les tratemos con tanta finura.
Estamos frente a un colectivo que además se creen más listos que los demás y que su impotencia la vuelcan con una lengua viperina inconfundible.
Pero al fin y al cabo, el problema no es de los chusqueros, el problema es de quienes con justificaciones incomprensibles permiten que estas personas sigan haciendo daño. Que, dicho sea de paso, suelen ser los mismos que no saben valorar en la justa medida a quienes se comprometen con su trabajo y la misión de la organización.
Ah, se me olvidaba, existe un antídoto para este tipo de males, se llama no hacerles ni p… caso. Eso sin olvidarnos de que el que es bueno por naturaleza nunca podrá llegar a ser chusquero. Sin embargo, existe una solución para ellos, pensar por un momento que todo cuanto hagan no servirá de nada porque a los buenos profesionales no les podrán hacer daño y porque lo de la mili ya no existe.
De este modo, hoy sugiero dos cosas sencillas para mejorar la frescura de vuestra organización: despedir a los chusqueros y pintar las paredes de la oficina de un color naranja o similar. Y tengo la sensación de que puede ser un buen primer paso para ir a trabajar con más ilusión, ¿no creéis?
Carlos Alonso
Escritor y conferenciante