Unos sindicatos que no se movilizan sienten la misma malograda frustración que una cofradía que no procesiona
La pareja de moda que hoy pastorea el sindicalismo hispano, Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez, son el ala tosca de ese peculiar mundo que englobaríamos en «lo progre».
Toxo y Méndez, a su manera, son dos tipos entregados en cuerpo y alma a la defensa de las tesis del Gobierno Zapatero. Y lo hacen en provecho propio y con las bendiciones de El país, Público, la Sexta, Cuatro y todo el arco del periodismo denominado «de izquierdas».
Los dos líderes sindicales forman parte de la columna vertebral del establishment patrio, moran en la misma trinchera, tienen a Rodríguez Zapatero comiendo en su mano y se han convertido en el obstáculo que impide la adopción de reformas estructurales de las que depende la prosperidad futura de millones de trabajadores españoles.
UNA PINTORESCA MANIFESTACIÓN
Ambos sindicalistas presidieron este sábado una de las manifestaciones más pintorescas y risibles que recuerda la historia del movimiento obrero.
Con una tasa de paro cercana al 20%, había que manifestarse por vergüenza torera pero sin que se notara mucho, y desde luego no contra su «amigo» el presidente, responsable en gran medida de las peculiaridades de la crisis española.
Eso les obligaba a encontrar un malo contra el que dirigir la pancarta: los empresarios. Como tampoco era necesario meter machete contra CEOE, so pena de exponerse al general sonrojo, se trataba en suma de montar un gigantesco picnic sobre el asfalto y a otra cosa mariposa: a seguir encamados con el inquilino de Moncloa hasta que el negocio aguante.
Unos sindicalistas que no se manifestasen serían como un escritor que no escribiese, un bailarín que no bailara… o un trabajador que no trabajase.
LA GIMNASIA DEL SINDICALISMO
Un contrasentido, una incoherencia, un oxímoron. Las manifestaciones son la gimnasia del sindicalismo, el ejercicio que sacude su pereza, desengrasa su cintura, estira sus músculos y oxigena sus arterias.
Unos sindicatos que no se movilizan sienten la misma malograda frustración que una cofradía que no procesiona.
Sin agitación callejera se abotargan, se entumecen en rutinas burocráticas que anestesian su combatividad, liman su fiereza y cuestionan su razón de ser.
El sindicalismo negociador acaba perdiendo crédito, prestigio e influencia si no se vivifica a sí mismo con alguna demostración de fuerza.
Escribe Ignacio Camacho en ABC -«Gimnasia peronista«- que el problema surge cuando los aparatos sindicales se acomodan, como ha sucedido en España, en la burocracia apoltronada de una estructura de poder, acolchada por subvenciones y blindada de complicidad institucional.
EL CHOLLO DE LOS LIBERADOS
Cuando en medio de una aguda crisis social los liberados sindicales y los delegados de los comités son inmunes a los despidos que diezman las empresas mientras el Gobierno mima a sus dirigentes y se pliega a sus exigencias.
Cuando los trabajadores que sienten la amenaza del paro y los desempleados que ya la sufren comienzan a mirar a las centrales con el recelo de una casta.
Entonces urge encontrar un enemigo, urdir una retórica, concebir una confrontación con la que justificar el aparataje, simular combatividad y ahuyentar la apariencia de conformismo.
Para eso siempre están ahí los empresarios, como un abstracto ideograma de antagonismo, adversarios eternos y ontológicos de la clase trabajadora.
LOS PANZUDOS PATRONES
Los odiosos empresarios, los «panzudos patrones» que decía Atahualpa Yupanqui, resultan el objetivo ideal para orquestar una movilización rutinaria, una demagogia facilona, una esquemática representación maniquea del bien y el mal.
Aunque hayan cerrado 140.000 empresas, aunque la recesión sacuda el tejido productivo con oleadas de quiebras. En la retórica sindical el empresario es sinónimo de codicia, tiburoneo, voracidad y usura.
La patronal representa el tópico opulento, la antipática iconografía de la riqueza explotadora contra la que desplegar en la calle la musculatura de pancartas, eslogans y banderas sin riesgo de molestar al munífico Gobierno amigo que provee la confortable subsistencia corporativa.
LA ALIANZA POPULISTA
Esta alianza populista de intereses en la que el poder utiliza como fuerza de choque a los sindicatos a cambio de un privilegio institucionalista es bien antigua y pervive en la política contemporánea a través de un dudoso fenómeno llamado peronismo.
Este sábado, en la escenografía perezosa de la multitudinaria, apacible y poco convencida marcha-excursión de Madrid, sólo faltó un tambor que marcara el triunfal estribillo:
«Zapatero, qué grande sós».