En los años setenta y ochenta, sus jóvenes protagonistas regresaban de forma invariable al pueblo de sus padres
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El reportaje, pefecto por lo sintético y preciso, nos deja estupefactos. Lo firma F. Marín Bellón en ABC y nos lleva a una conclusión que a muchos les parecerá increible: Papa Noel ha destronado en España a los Reyes Magos.
Quizá no en el corazón d ela gente, pero si en la publicidad, sobre todo la televisiva.
Escribe F. Marín Bellón que en Navidad, saltarse los tópicos está penado, no por la ley, sino por los consumidores.
Por eso las muñecas de Famosa no conocen otro destino que el Portal y la palabra almendro, escuchada en televisión, no evoca el valle del Jerte, sino el mes de diciembre.
En 2007, Freixenet se atrevió a innovar: encargó un anuncio revolucionario nada menos que a Martin Scorsese, un tipo bajito y con cejas exageradas que encadena seis décadas de obras maestras, de «Malas calles» a «Boardwalk Empire».
El cineasta rodó «La clave Reserva», un corto que ganó premios, maravilló a los críticos y, de paso, sirvió de hermoso homenaje a Alfred Hitchcock.
La marca de cava, sin embargo, no tuvo más remedio que regresar a sus burbujas y estrellas, más que nada para seguir vendiendo botellas al ritmo habitual. Sus piezas publicitarias aún beben de la originalidad, pero siempre con moderación.
Según un estudio de la agencia 101, apenas un 8% de los anuncios navideños son capaces de escapar a una serie de constantes, que se repiten en los últimos 30 años: nieve y niños (que aparecen en el 50% de los casos), árbol de Navidad y luces (42%), reencuentros/familia (37%), regalos (31%), Nochebuena (21%), Papá Noel (13%) y Reyes Magos (7%).
La derrota de los monarcas a manos de un gordito vestido de rojo puede parecer un magnicidio, pero no es el cambio más significativo de nuestra sociedad.
Uno de los ejemplos más llamativos, fácil de estudiar porque es un fijo en la quiniela anual, es la publicidad de El Almendro.
En los años setenta y ochenta, sus jóvenes protagonistas regresaban de forma invariable al pueblo de sus padres, donde se vivían incluso estampas tan impensables en la televisión actual como la de unos chavales animando a fumar a su madre, quien por supuesto no sabía bien cómo negociar con el humo.
El año 2000 marca un punto de inflexión: los reencuentros ya no son de padres e hijos, a los que no hay forma de echar de casa.
Ahora lo habitual es el abrazo entre una pareja, separada porque uno de sus miembros trabaja en el extranjero. El escenario, además, deja de ser el pueblo, que cede paso a gran velocidad a aeropuertos y modernas estaciones de tren.
El resto sigue inalterable. Como explica Pedro Sánchez, de la agencia 101, «el consumidor español no se caracteriza por ser tradicional; es infiel y cambiante, pero en lo que respecta a la Navidad, detesta los cambios».