Puede que resulte sorprendente para el público escéptico, pero la filosofía fue siempre una parte esencial del éxito de Goldman Sachs
El 14 de marzo de 2012, más de tres millones de personas leyeron la carta de Greg Smith en The New York Times titulada «Por qué dejo Goldman Sachs». Se extendió por internet, se convirtió en trending topic en Twitter y levantó respuestas apasionadas del antiguo presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, del legendario consejero delegado de General Electric, Jack Welch, y, entre muchos otros, del alcalde de Nueva York Mike Bloomberg.
No obstante, hizo furor especialmente entre aquellos que cuestionan el papel de Wall Street en la sociedad, la despiadada mentalidad del «toma el dinero y corre» que hace unos años puso la economía mundial de rodillas. En este libro, Smith retoma el hilo allí donde lo dejó en aquel texto.
Desde sus devaneos como becario durante la burbuja tecnológica hasta los jacuzzis de Las Vegas y los excesos del boom inmobiliario, Smith muestra al lector, a través de su recorrido personal por la empresa, los lugares más recónditos del banco más famoso y más odiado del mundo. En esta obra, el autor nos atrapa con el minucioso detalle con que describe cómo la entidad bancaria más representativa de la historia pasó de llevar a la bolsa a compañías icónicas como Ford, Sears y Microsoft, a convertirse en una sanguijuela que llamaba a sus clientes «títeres».
El momento decisivo para Smith llegó cuando uno de los mayores clientes del banco se dirigió a él y a otro socio y, mirándoles fijamente a los ojos, les dijo: «La verdad es que no confiamos en vosotros… Sólo hacemos negocios con vosotros porque nos vemos obligados a hacerlo.»
Frustrado por ello y después de intentar cambiar las cosas desde la propia entidad, Smith concluyó que la única forma de que el sistema pudiera realmente llegar a cambiar algún día era que un insider se decidiera a hablar públicamente. Ésta es su historia.
LAS PERLAS DEL LIBRO
«Las operaciones bursátiles son un asunto humano. Cuando estás en el parqué puedes detectar el miedo en los ojos de las personas»
«El primer principio de Goldman Sachs era que los intereses de sus clientes son siempre lo primero. Ahora Goldman Sachs estaba logrando cuantiosos beneficios no a través de la banca de inversión ni a través de los métodos tradicionales para reunir capital de las empresas sino ocupando sus propias posiciones con su propio dinero. Se estaba convirtiendo un hedge fund, una desviación notable de que aquello por lo que Goldman Sachs era conocida hasta entonces»
«En los productos derivados estructurados había un enorme potencial para obtener beneficios a corto plazo, pero también patra experimentar pérdidas a corto plazo. Pero cuando cuando los clientes están asustados no les cuentas los posibles inconvenientes que se esconden en la letra pequeña del pliegue de diez hojas de ‘La empresa no se hace responsable….’ y que se oncluyen al final del contrato. La mayoría de los clientes le presta tanta atención como la que tú prestas cuando pulsas el botón ‘Aceptar’ antes de descargar la música en iTunes»
«Comprar uno de esos productos derivados estructurados se parece un poco a ir al súper a comprar una lata de atún. La lata dice ‘Atún claro en aceite’ y tiene un logotipo muy mono. Te la llevas a casa y ves que dentro hay comida para perro. ¿Qué ha podido pasar? Miras el reverso de la lata y en letra pequeña y casi ilegible dice ‘Esta lata puede no contener atún. Puede contener comida para perro’. Los gobiernos de Libia, Grecia e Italia abrieron sus latas y se encontraron con comida para perro»
«Goldman se había convertido en un fondo de inversión, más preocupado por sí mismo que por ayudar a sus clientes, por hacer negocios por los que ganaría mucho dinero y garantizaría su superviviencia»
«Lo que no me quitaba de la cabeza era el argumento de que en el negocio de las ventas y las operaciones bursátiles no hay responsabilidad fiduciaria; que no estamos obligados a hacer aquello que va en el mejor interés de los clientes; que nosostros solo estamos para facilitar el negocio entre chicos mayores. A mí nadie me había dicho eso. Yo pensaba que estábamos para asesorar a nuestros clientes sobre lo que sería mejor para ellos. Y sobre el argumento de que son ‘chicos mayores’ Goldman es el que mejor sabe sobre cualquier situación porque puede ver lo que hacen tanto los vendedores como los compradores».
«Hoy es mi último día en Goldman Sachs». La carta del NYT
Después de casi doce años en la empresa -primero como estudiante en prácticas en verano mientras estudiaba en Stanford, luego en Nueva York durante diez años, y ahora en Londres-, creo que llevo el tiempo suficiente trabajando aquí como para entender la evolución de su filosofía, su gente y su identidad. Y puedo afirmar honestamente que el entorno es hoy más tóxico y destructivo de lo que he visto jamás.
Para exponer el problema en términos simples, los intereses de los clientes siguen siendo marginados en la forma en que el banco opera y piensa en hacer dinero. Goldman Sachs es uno de los mayores y más importantes bancos de inversiones de todo el mundo y es demasiado fundamental para las finanzas globales como para seguir actuando así. La institución se ha alejado tanto del lugar al que me incorporé al acabar mis estudios que, con la conciencia tranquila, ya no puedo decir que me identifico con lo que representa.
Puede que resulte sorprendente para el público escéptico, pero la filosofía fue siempre una parte esencial del éxito de Goldman Sachs. Giraba en torno al trabajo en equipo, a la integridad, al espíritu de humildad y a hacer siempre lo mejor para el cliente. Esta filosofía era la salsa secreta que convertía la institución en un lugar fantástico y nos había permitido merecer la confianza de nuestros clientes durante 143 años. No se trataba tan sólo de ganar dinero; este objetivo por sí solo no mantiene una empresa durante tanto tiempo. Tenía algo que ver con el orgullo y la fe en la organización. Hoy en día miro a mi alrededor y me entristece no encontrar prácticamente ni rastro de la filosofía que hizo que durante tantos años me entusiasmara trabajar para esta institución. Ya no siento el orgullo, ni la fe.»
Greg Smith, en The New York Times
14 de marzo de 2012