Más pobres, más desiguales, más precarios, menos protegidos, más desconfiados, menos demócratas. Éste es el devastador balance que hace Joaquín Estefanía en su libro ‘Estos años bárbaros’ (Galaxia Gutenberg, 2015) y que sergún el autor ha dejado la crisis económica en amplias zonas del mundo, en especial en el sur de Europa, convertido en el laboratorio mayor de los experimentos de la denominada «austeridad expansiva».
Una combinación tan desmesurada y tan desfavorable de elementos no se ha dado en la historia contemporánea más que en cuatro ocasiones: las dos guerras mundiales, la Gran Depresión y la Gran Recesión que empezó en el verano del año 2007.
La austeridad se extendió durante los años setenta del siglo pasado para combatir el consumismo desaforado, el despilfarro de los recursos naturales y un cambio climático del que entonces no se hablaba con la urgencia y preocupación de ahora. ¿En qué momento perdimos la batalla de esa austeridad generosa y progresista, y nos la cambiaron -como en un juego de manos de trileros- por la que se ha aplicado en los últimos años, que ha causado tantos sufrimientos y tanta desigualdad?
La transferencia de poder y de riqueza de abajo arriba ha sido tan grande que ha vuelto a poner en cuestión la estabilidad del binomio entre democracia y capitalismo. Mientras la primera pierde calidad, el segundo es cada vez más fuerte y más opresor. El ciudadano piensa que la razón económica prevalece sobre la razón política. Esto no es lo que decía el contrato social que todos hemos asumido como ciudadanos.
La hipótesis del libro de Estefanía es la siguiente: incluso si a partir de ahora se diese por clausurada la crisis denominada Gran Recesión y las zonas más afectadas por la misma volviesen a una cierta «normalidad» (crecimiento económico, generación de empleo, equilibrios macroeconómicos…), las características negativas citadas no desaparecerán porque se han hecho estructurales.
Porque no se deben tanto a la crisis como a su gestión: las políticas económicas de «austeridad expansiva» aplicadas durante casi una década mutaron el ADN de muchas sociedades y han dado lugar a un nuevo modelo de las mismas, muy distinto del anterior, y que va a quedarse entre nosotros durante largo tiempo.
Es el extraño triunfo de las ideas equivocadas. La victoria de los trileros. La aplicación de las teorías de los «silencios sociales» que se explican en muchas escuelas de negocios, según las cuales hay aspectos de la realidad que es mejor omitir o ignorar para no complicar aún más la situación, y tratar a esa misma realidad como compartimentos estancos de modo que nadie, o casi nadie, pueda conocer el conjunto.
Los «silencios sociales» y tomar las partes por el todo, ya lo dijo Jean Baudrillard, ayudan a reproducir el sistema y las estructuras de poder a lo largo del tiempo.
España ha sido uno de los laboratorios preferidos de la crisis. Superada la fase de recesión de la misma, instalada en una nueva fase de crecimiento, el país presenta un perfil muy significativo de sociedad dual, en el que el 70 % de la población, con más o menos devaluaciones de su nivel de vida, ha seguido adelante, mientras que el 30 % restante (unos catorce millones de personas) está condenado a vivir en la pobreza relativa (en relación con los estándares de la sociedad), absoluta (vivir con dos euros o menos diarios), o en una vulnerabilidad permanente.
Este 30 % en declive está sometido a un elevado deterioro de sus condiciones de vida y sin esperanzas de recuperación sustancial durante, al menos, una década.