Emulando a Babel: las construcciones cada vez más altas ganan espacio en el mundo

Emulando a Babel: las construcciones cada vez más altas ganan espacio en el mundo

Construir un edificio de 200 pisos en Buenos Aires suscita una buena discusión entre urbanistas y arquitectos. Sin embargo, en el mundo, las torres de este tipo se multiplican. La tendencia es construir más alto y la tecnología ayuda a tal fin. ¿Cuáles son las ventaja y desventajas?

Las construcciones arquitectónicas en ciudades desarrolladas exhiben una tendencia de altura. Para ejemplos basta ver cualquier metrópolis asiática o norteamericana, donde el paisaje natural convive con el construido por el hombre. El hotel Burj Dubai -700m-, en los Emiratos Arabes se construye bajo el rótulo del edificio más alto. En Japón, se planeó un edificio de 900 metros de altura y, del lado occidental del globo, la Torre de la Libertad, con 600 metros, reemplazará a las Torres Gemelas, en Nueva York.

Parece que esto es «parte del mundo» y que esta tendencia queda lejos de la Argentina, escribe Fabricio Soza para Clarín.com. Sin embargo, el Proyecto Buenos Aires Forum 2010 (BAF) del Grupo Torcello se encarga de refutar la afirmación. La torre –que sería la más alta- pensada para el bicentenario argentino, tendría 1000m y casi 200 pisos, estaría ubicada en una isla artificial de 400 hectáreas sobre el Río de la Plata y albergaría a 120 mil personas. «Esto obedece a una cuestión emblemática: así como los países construyen su marca, hoy hay que llegar a ser una gran metrópoli con atracción turística», afirma Julio Torcello, arquitecto y presidente del Grupo. Y sigue: «el proyecto está sustentado en el medio ambiente: cuenta con 60 molinos en un parque eólico, que tienen energía eléctrica y si se mezcla con el agua se produce hidrógeno. Sería el primer edificio del mundo con esta tecnología, que proveería de energía al casco histórico, ya que la ciudad tiene un problema energético y de transporte que la está constituyendo en obsoleta».

La inversión estaría a cargo de capitales privados y el proyecto tendría su gemelo chino, en la Expo Mundial de Shangai 2010. Pero una tarea de tal magnitud genera polémica: «la idea es muy agresiva respecto a la situación en que está la gente del país. Como utopía es buena mientras sea sólo un dibujo. Que las energías estén ligadas a sobresalir en una batalla entre ciudades para recibir inversores, no me parece nada bien», dice Juan Molina Ibedia, arquitecto y profesor de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA.

Por su parte, su colega y también profesor, Justo Solsona, afirma que «estos proyectos se pueden hacer, pero tienen que surgir de la necesidad. En Asia la cuestión pasa por ser un símbolo mediático, ya que buscan una personalidad a partir del cambio de paisaje. En Buenos Aires no necesitamos edificios de tanta altura, la ciudad tiene una buena trama de manzanas viejas».

Todos coinciden en que la superpoblación mundial nada tiene que ver con este fenómeno de construcción y los argumentos del porqué la tendencia varían desde la teoría de Le Corbusier sobre densidad poblacional, la muda de centros laborales, hasta la superación del espíritu humano. Pero los pro y contra varían según el interlocutor: «una ventaja es la concentración en un mundo que crece descontrolado. La tecnología ofrece todo el tiempo ir para arriba y hay un mercado abierto a la tendencia. Por lo general, son edificios con menos accidentes que los bajos», dice Solsona, y critica que «a veces las torres son impositivas, obligan a mirar y generan sombras innecesarias». Por su parte, Molina Ibedia afirma que «no hay nada ni a favor ni en contra de una torre como tipo, sino que hay una manera salvaje de hacerlas, que destruye la ciudad; y una manera inteligente, que le da un valor extraordinario».

Torcello entiende que no hay desventaja alguna frente al desafío de la humanidad y que este tipo de estructuras es un ejercicio de creación y superación: «cuando vemos la destrucción de Beirut y a Dubai en construcción, pienso que si las mentes estuvieran dirigidas a construir y no a destruir, no habría problemas. Es un desafío por los límites, como por ejemplo pensar ascensores que suban 150 pisos o que tengan distintos niveles en uno. Estoy seguro de que hay un deseo profundo de omnipotencia intrínseca».

Mientras en otras ciudades la tendencia crece, Buenos Aires podría contar con el edificio más grande que el hombre imaginó. No se sabe cómo terminará la historia, pero sí que es una idea polémica, que se enmarca en un contexto de particularidad histórica porteña. El tiempo develará si el megaproyecto se justifica por la «marca-país», o si la falta de necesidad dirá que la altura no supere las torres en Puerto Madero, por ahora.

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