El Tocadiscos de Biegler

Pablo G. Vázquez

Puigdemont: delincuente por convicción

Desde el Ave en Málaga camino de Atocha no paro de descojonarme vivo mientras leo en twitter la cantidad de pseudo expertos en derecho penal y procesal penal teórico y práctico que proliferan y se reproducen por la red social, pontificando acerca de la prisión provisional de Junqui y libertad vigilada de Puchi.

Vuelvo a ser consciente de que estoy en España, país en el que parece que todo el mundo sabe de todo, y que se piensa que el Derecho, más que una ciencia social, debe ser una ciencia exacta al estilo de las matemáticas. A mayores, si una decisión judical no gusta emocionalmente a alguien, es mala-malísima, y, de lo contrario, es buena-buenísima.

Vamos a ver, desde la óptica jurídico penal y procesal ambas decisiones judiciales (la de Lamela y la del juez belga) son plenamente ajustadas a Derecho. Ambas. Y sendas decisiones no son incompatibles entre sí comose está insinuando en la prensa o en twitter.

Con respecto a la situación legal actual de Puchi el Derecho penal tiene un instituto jurídico que encaja a las mil maravillas en sus carnes: delincuente por convicción.

El delincuente por convicción es aquel que aún conociendo la antijuricidad penal de su conducta comete voluntariamente el delito puesto que no solo desprecia mentalmente la norma, si no que està plenamente convencido de que así ha de actuar para lograr el desideratum pretendido.

Este tipo de actuaciones no exime de reproche penal ni atenúa la pena, por razones evidentes, salvo que se demuestre plena y procesalmente que el delincuente «esté loco», o «le hayan lavado el cerebro».

Aún así, para estos últimos casos, la norma penal exige internamiento forzoso en centros especializados de estas personas, por su evidente peligrosidad (artículos 101 y 105 del código penal).

Transcribo literalmente un escrito de mi gran amigo José Muñoz Clares (conocedor de la teoría y práctica del derecho penal), vecino de Blog, por ser tan ilustrativo:

“Más allá de las expuestas causas de inimputabilidad que se pueden dar en los mayores de edad penal – de 14 años para arriba -, nos enfrentamos con frecuencia a personas que, siendo normales y no padeciendo anomalía ni alteración mental significativa, llevan a cabo actividades delictivas debido a su particularísima creencia en una sistema cualquiera (político, religioso, profesional, social…) que los conduce a imponerlo por la fuerza con la finalidad de implantarlo como forma de regulación social. Tenemos en España los atroces y tristísimos recuerdos de los crímenes perpetrados por ETA y GRAPO, cuyos autores decían obedecer a un objetivo ineludible como era la liberación de la opresión en el País Vasco (ETA) o la lucha contra el capitalismo (GRAPO). Amparados en su particular ideología justificaban el asesinato, el secuestro, la destrucción de bienes (estragos), etc.

Resulta fácil apreciar que una ideología que conduce a tales extremos no puede, en forma alguna, justificar ni disculpar a quienes cometen delitos amparados en ella, pues si diéramos lugar a semejante exención de responsabilidad subjetivizaríamos por completo el ordenamiento jurídico de modo que ya no sería igual para todos, produciéndose tantos sistemas en pugna como “ideólogos” hubiera en un país[1].

En la actualidad hemos asistido a la violación sistemática, organizada y constante de las autoridades políticas de la autonomía catalana que, contra las advertencias del Tribunal Constitucional, de los letrados del parlamento autonómico y del secretario del mismo – es decir, con plena conciencia de ilegalidad -, procedieron a derogar de facto la vigencia de la Constitución, aprobar leyes manifiestamente contrarias a la Constitución y al resto del Ordenamiento Jurídico y, finalmente, a proclamar la independencia de Cataluña respecto de España y su constitución como república independiente.  

El ordenamiento español no exime de responsabilidad a quien así actúa. Podemos y debemos cambiar el sistema para mejorarlo pero no podemos, en ningún caso, imponerlo con quebranto de derechos fundamentales de otros. Quien se sienta atraído por ideologías que conduzcan a tales actos debería, aprovechando un momento de lucidez, acudir a un psiquiatra para abordar lo que no tiene por qué ser una anomalía psíquica (a veces sí) pero sí constituye, sin duda, una alteración de la conducta. Si desde una perspectiva política podemos sentir cierta simpatía por esos “héroes” imaginarios, lo procedente es imaginar a quien mata infieles desde una particular fe religiosa (talibanes, Estado Islámico), mata inmigrantes desde una perspectiva racista basada en un imaginaria supremacía blanca (Skin Heads, Ku Klux Klan), quien asesina a personal sanitario de clínicas abortistas o quien, finalmente, mata personas porque son gordas, están enfermas, carecen de hogar o simplemente sufren (asesinato compasivo).

El delincuente por convicción, muy escaso en la realidad, en la medida en que conoce la norma debe intentar el cambio desde la legalidad, sin recurrir a vías de hecho que ataquen bienes jurídicos protegidos; si lo hace debe afrontar las consecuencias penales de su conducta.

[1] Uno de los más famosos casos de delincuentes por convicción sería el de Theodor Kaczinski, alias Unabomber, que cumple en la actualidad tres penas de cadena perpetua por delitos federales (eso lo salvó de la pena de muerte) en los EEUU. Su coartada ideológica la expuso él mismo en el Manifiesto, un ensayo que obligó a que publicaran dos periódicos americanos de gran tirada (New York Times y Washington Post) a cambio de no enviar más bombas. Extremadamente inteligente (CI 167), se convenció de que debía luchar activamente contra la sociedad industrial avanzada y centró su ira en los distribuidores de sistemas informáticos a los que acusaba de colaborar en la imposición y mantenimiento del capitalismo que, a su vez, negaba la libertad de los individuos. Retirado a una cabaña sin luz ni agua corriente que él mismo se había construido en un paraje apartado de Montana (USA), presumía de vivir con medio dólar al día. Abandonó los hábitos higiénicos “capitalistas” y sólo se relacionaba esporádicamente con la biblioteca del pueblo más cercano y para abastecerse de lectura de vez en cuando. Usando sus conocimientos construía bombas caseras en cajas de puros que enviaba por el sistema postal y explotaban en cuanto eran abiertas. Mató a tres personas e hirió a otras 23. Su megalomanía lo delató: cuando se publicó su Manifiesto: alguien que lo leyó recordó que esas eran ideas que mantenía, precisamente, su hermano Ted, y acudió al FBI, que lo detuvo y encontró en su cabaña más de 700 evidencias que lo relacionaban con las bombas y su envío. Naturalmente, su Manifiesto contenía una apelación a la libertad que, en síntesis, sostenía lo siguiente:

“La sociedad tecnoindustrial no puede ser reformada para tratar de impedir que reduzca progresivamente la esfera de la libertad humana” pues “La restricción de la libertad es inevitable en la sociedad industrial” dado que “el hombre moderno está atrapado en una maraña de normas y regulaciones y su destino depende de las acciones de personas que están lejos de él y en cuyas decisiones, por tanto, no puede influir. Esto no es algo accidental ni el resultado de la arbitrariedad de burócratas arrogantes. Es necesario e inevitable en cualquier sociedad tecnológicamente avanzada. El sistema tiene que regular estrictamente el comportamiento humano para poder funcionar. El sistema tiene que obligar a la gente a comportarse de un modo que está cada vez más alejado de los patrones naturales de la conducta humana.”

En relación con el sufrimiento humano, que él achacaba a los efectos perversos de la sociedad industrial avanzada, dijo: “El sufrimiento humano … ¿Es cruel esforzarse por favorecer el colapso del sistema? Hay que sopesar qué es peor, la lucha y la muerte o la pérdida de la libertad y de la dignidad. Para muchos de nosotros, la libertad y la dignidad son más importantes que la longevidad o que evitar el dolor físico. Además, todos hemos de morir antes o después, y puede que sea mejor morir luchando por la supervivencia, o por una causa, que vivir una vida larga pero vacía y sin sentido. Tampoco es cierto en absoluto que la supervivencia del sistema vaya a suponer menos sufrimiento que el que conllevaría su colapso. El sistema ya ha causado, y va a seguir causando, un inmenso sufrimiento por todas partes.”

La frivolización de la muerte (sobre todo la ajena), la desesperación a que lo condujo, entender el sufrimiento como inevitable mientras subsistiera el capitalismo, lo llevaron a matar como forma de luchar contra el sistema. Negando obcecadamente que sufriera patologías, se negó a un examen psiquiátrico y aceptó las tres cadenas perpetuas a que se había hecho acreedor.

Resultan muy significativas sus manifestaciones en relación con el sufrimiento humano y su propuesta para eliminarlo o reducirlo.”

Sinceramente, creo que no se puede explicar mejor.

Personalmente creo (o quiero creer, más bien) que Puchi está mal de ahí arriba, para que no vaya a la cárcel, si no a un centro especializado que trate las causas de sus actos.

A cuidarse, meus.

Pd: I love you, Puchi.

PGV.

 

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Pablo G. Vázquez

Analista Investigador Derecho / Sociedad / Política / Economía

Lo más leído