Escribe la siempre genial Beatriz Cortazar en ABC que la educación se demuestra en la mesa y en el juego y, visto lo visto, me parece que todo lo que Victoria Beckham tiene de «fashion» a la hora de vestirse lo pierde de cuajo a la hora se sentarse en la mesa.
Me explico. Primero hay que situarse en la noche del pasado jueves 12 de octubre en Madrid. El matrimonio Beckham, acompañados por dos amigos, aparece en uno de los restaurantes más «in» de Madrid, como es el italiano «Piu di Prima».
Victoria llega con un modelo que ya ha lucido en otras salidas: falda lápiz gris, taconazo de quince centímetros, blusa negra muy escotada y fajín de cuero negro marcando una cintura diminuta que tan preocupada la tiene tras sus tres embarazos. Según leo por alguna parte, la ex Spice se avergüenza de lo «descolgada» que está su tripa. En fin, cosas de la masa corporal.
David está radiante. Simpático y educado, saluda a quien se le acerca y a los responsables del restaurante, que les reciben con la mejor de sus sonrisas. Normal. Esa noche me fijo que Victoria se ha pasado un poco con la laca y lleva su nuevo corte de pelo muy rígido y estático. Le gusta.
El matrimonio quiere pasar una noche agradable y con buena conversación. Ya se han hecho a nuestras costumbres en cuanto a los horarios de las comidas y en cuanto a regar su cena con un buen tinto. Victoria no pasará a la historia por su simpatía y naturalidad, pero me huelo que tampoco está en su intención.
Se entretiene con una ensalada mientras saborea el vino que le sirven y, quién sabe si animada por los efluvios del alcohol, no para de retocarse su pelo sin caer en la cuenta toda la laca que lleva y lo rígido que está.
De ahí que a cada sobeteo de mechón se quede más disparado. Un cuadro. Pero lo dicho: la educación se demuestra en la mesa. Por eso, una nunca debe limpiarse la gota resbaladiza del aceite que cae por la comisura del labio con la mano. Hay gestos que marcan y nunca se olvidan.
