Sarko exhibe sin pudor su pasión

Sarko exhibe sin pudor su pasión

A pesar de las especulaciones de la prensa francesa, que cree que Nicolas Sarkozy ha paseado a su nueva novia para distraer la atención, ahuyentar los malos titulares y esconder las críticas de la oposición, que le ha acusado de saltarse los límites entre lo público y lo privado, Marisa Borini, la madre de Carla Bruni, estima que la pasión que están viviendo su hija y el presidente francés es amor verdadero.

En declaraciones a «Le Parisien», la madre de la modelo y cantante admite que «Carla está viviendo una historia auténtica de amor. Pienso que con Nicolas se puede complementar muy bien».

Borini, ex concertista de piano, piensa que «el presidente no ha visto en ella solamente a una bella mujer; respeta mucho su faceta de artista. Lo hemos hablado. Él está muy de acuerdo».

Estas declaraciones vienen a corroborar lo que llevamos viendo en imágenes desde el pasado 15 de diciembre, cuando las fotos de Sarkozy y Bruni paseando como una pareja más por Disneyland dieron la vuelta al mundo y desataron un interés mediático desorbitado; amor refrendado por las instantáneas del viaje que la pareja ha realizado estos días a Egipto.

Las fotografías de Sarkozy, de 52 años, y Bruni, de 39, cogidos de la mano o de la cintura durante unas idílicas vacaciones en Luxor y Sharm-el-Sheij, han sido una auténtica exhibición sin complejo alguno ante la opinión pública.

Si esta historia se afianzara, tal y como parece que apuntan todos los pronósticos, el presidente francés, que oficializó el pasado 18 de octubre el divorcio de su segunda esposa, Cecilia, podría hacer primera dama de Francia a una mujer hasta ahora considerada de izquierdas.

No en vano, en más de una ocasión Carla Bruni mostró, durante la campaña a las presidenciales del pasado mes de mayo, su preferencia por la candidata socialista a la presidencia francesa, Ségol_ne Royal, y firmó una petición contra los análisis de ADN a inmigrantes propuestos por el Gobierno de Sarkozy.

El presidente y Carla, que se conocieron el pasado 23 de noviembre en una cena en casa del publicista Jacques Séguéla -artífice de las campañas electorales de Mitterrand-, tienen un importante apoyo en aquél, quien, al igual que la madre de la cantante, reconoce que la atractiva italiana ha entrado de forma duradera en la vida de Sarkozy.

«He vivido en directo el flechazo. Era la primera vez que se veían y pienso que nunca se separarán», manifiesta con rotundidad el publicista.

El tiempo se encargará de dar o quitar la razón, pero de lo que no cabe duda es de que a pesar de tener fama de «depredadora» y de jactarse de preferir la poligamia a la monogamia, exhibir una larga lista de conquistas y afirmar que la pasión dura sólo tres semanas, Carla Bruni ha entrado como un vendaval en la vida del hombre más influyente de Francia y ha sabido hacerle olvidar, en apenas unos meses, a Cecilia.

LA FERREA PERSONALIDAD DE SARKO

Se ha escrito mucho sobre la construcción de la personalidad del presidente francés; sobre el abandono del padre, un aristócrata húngaro que zanjó cualquier discusión con el adolescente Sarkozy espetándole: «No te debo nada».

Sobre su tempestuosa relación con su hermano mayor, un importante empresario miembro de la cúpula de la patronal francesa, más alto y más guapo, con el que competía una y otra vez, y sobre la adoración por su madre, que se las arregló para que los chavales estudiaran en Saint Louis de Monceau, uno de los mejores colegios de París, pese a que sus ingresos estaban muy lejos de los de las familias que acudían al centro.

J.M. Martí Font cita en El país a Yasmina Reza, la escritora y dramaturga a la que Sarkozy incorporó al círculo más restringido de su equipo electoral, quien publicó después un libro titulado L’aube le soir ou la nuit, que, bajo la apariencia de una cierta fascinación por la desnuda exhibición de ambición y poder, esconde uno de los retratos más brutales que se han hecho del presidente francés:

«Está tan habituado a ser él quien habla y a que los demás le escuchen; tiene el derecho a exponer su vida ordinaria sin ser interrumpido, sin que nadie manifieste aburrimiento, que no le viene a la cabeza la idea de que su vida ordinaria es tan ordinaria como la de cualquier persona corriente».

Esta visión irónica de la escritora no la comparten ni sus colaboradores, ni sus compañeros de viaje político. «¡Míralos, míralos cómo se le pegan! Matarían a su madre para sentarse a su lado o para salir en la foto cuando cantan La Marsellesa. Yo nunca subo a la tribuna. Tengo miedo de que me linchen».

Quien así habla en el libro de Reza es Rachida Dati, la ministra de Justicia, que durante la campaña fue una de sus jefas de comunicación y una de las artífices de este modelo de ejercicio del poder basado en la ocupación permanente de los medios de comunicación, cuando no de su manipulación pura y dura.

Los franceses, que siempre han tolerado las, pasablemente discretas, aventuras sentimentales de su clase política sin darles más valor que el de la anécdota, han pasado de pronto a vivir los sucesivos culebrones de los amoríos del jefe del Estado como parte de la gestión de la cosa pública.

La cambiante relación de Sarkozy con su segunda esposa, Cécilia, fue casi un tema de Estado, y el anuncio de su divorcio coincidió con una huelga de transportes.

El romance con la cantante y ex modelo Carla Bruni supera ampliamente todas las expectativas y ha situado definitivamente al inquilino del Eliseo en el hit parade de la prensa rosa, como demuestran las extraordinarias imágenes de estos días de la pareja cogida de la mano en el hiperlujo oriental de un Egipto soñado.

«La política es un concurso televisivo y él es quien presenta el mejor programa», explica Laurent Joffrin, director del diario Libération, para quien Sarkozy es «el presidente coronado de una sociedad política del espectáculo que se ha integrado perfectamente en la cultura contemporánea hecha de la exposición de lo íntimo, de lo privado, del lenguaje popular y de la competencia feroz».

El filósofo Alain Badiou, uno de los referentes más sólidos de la izquierda francesa en estos momentos, da en el clavo cuando en su ensayo «¿De qué Sarkozy es el nombre?» dice estar convencido de que el presidente francés, «como todos los que creen que pueden sacar partido en cualquier circunstancia por la corrupción de sus adversarios y por el ruido y el alboroto que crean sus anuncios, teme infinitamente cualquier prueba real». De lo que Sarkozy tiene más miedo, añade, «es de que su propio miedo se haga visible».

Sorprende que nadie recuerde ahora que el renovador, el hombre que debe traer el gran cambio a Francia, fue ministro de Interior y de Economía y Finanzas, durante el último quinquenato de Chirac, dos carteras, precisamente, desde las que se gestionan las grandes áreas sobre las que la pasada primavera construyó su campaña electoral: los problemas de orden público y de inseguridad ciudadana y el desastroso estado del Tesoro público, el raquítico crecimiento económico y el deterioro del poder adquisitivo de los franceses. Ni como titular de Interior pudo impedir la revolución de las barriadas del otoño de 2005, ni como ministro de Economía consiguió reducir el paro.

Pero Sarkozy y su gente sabían que, por más que la cáscara del discurso político, incluso abollada, siga teñida de rojo, Francia la habita una sociedad mayoritariamente conservadora.

Su proyecto combinaba dos señuelos clave: una inequívoca sensación de eficacia, que brillaba por su ausencia en su rival socialista Ségolène Royal, y una infinita comprensión para con los impulsos más oscuros y los sentimientos menos confesables de sus compatriotas, lo que iba a permitirle entrar a saco en la bolsa de votos de la extrema derecha.

En cuanto a contenido, su programa no tenía nada especialmente nuevo; algunas proclamas neoliberales -más intuidas que reales en un país tan estatalista como Francia- para agradar a los pequeños empresarios y a las clases medias más activas, y una larga lista de promesas de regeneracionismo, eficacia y voluntarismo.

El resto se mantenía dentro del estricto modelo conservador francés con su porción de discurso proteccionista contra las políticas del Banco Central Europeo, y la fórmula mágica de «trabajar más para ganar más», una forma de acabar con la semana laboral de 35 horas implantada por los socialistas.

La cohesión de su equipo de campaña, la brillantez de sus asesores, entre los que destaca Henry Guaino, el autor de sus mejores discursos, le permitió tomar pronto ventaja sobre su rival socialista, integrar elementos de corte populista de probada eficacia -las referencias a José María Aznar y Silvio Berlusconi son esenciales- y seducir a todas las almas llenas de miedo ante el futuro, ante la emigración, ante lo diferente, las que han alimentado durante décadas el negocio de Jean-Marie Le Pen, ahora en bancarrota.

Todos los análisis de los resultados de las elecciones presidenciales coinciden en señalar que el elemento determinante de la victoria de Nicolas Sarkozy fue el voto de la franja de edad superior a los 60 años. Ocho de cada diez votantes de este grupo eligieron al candidato conservador. Los socialistas lo saben y Royal lo reconoce abiertamente en su libro sobre la campaña.

Ya en el poder, el nuevo presidente confiaba en que el círculo virtuoso de la economía de la zona euro se mantendría al menos dos años. Así, en verano, hizo votar a la nueva Asamblea un recorte fiscal que pondría en circulación 15.000 millones de euros que se encargarían de reactivar el crecimiento. Tras un lustro sistemáticamente por debajo del 2%, conseguir medio punto más de PIB parecía suficiente.

La crisis financiera internacional ha echado por tierra estos planes. Francia crecerá en 2007 un 1,8%, y algo menos en 2008, que ante esta perspectiva se anuncia complicado. Sin fichas para apostar en la ruleta, a Sarkozy sólo le queda el ruido mediático.

En marzo pasado aseguraba que en los primeros seis meses de su mandato realizaría el 80% de las reformas, pero no han llegado. ¿Qué soluciones tiene? ¿Es un liberal, un conservador o un socialdemócrata como los ministros que ha robado al Partido Socialista?

Cuenta Yasmina Reza que en el avión de vuelta de un viaje a Madrid en marzo de 2006, Sarkozy colmaba de elogios al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y también al italiano Romano Prodi y al británico Tony Blair, por lo que le señaló:

-Es raro que seas amigo de todos estos tipos de izquierdas.

-Porque no son de izquierdas. Sólo en Francia la gente vive de izquierdas.

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