Victoria Beckham es multimillonaria, estrella del pop, modelo de un prestigioso diseñador, esposa del hombre más deseado del Globo y madre de tres preciosos niños. Capaz de parar la circulación allá por donde va y con la rara virtud de divinizar todo lo que toca, debería ser felíz.
Pero a pesar de todo la «Posh», no esta contenta. Cuenta Carmen Villa Mir en ABC que, guiada por el sueño de la belleza perfecta, comprueba que sus siliconados pechos se le caen, que la piel de su espalda, rodillas y brazos esta tan arrugada como flácida, resultado de tantas y severas curas de adelgazamiento, y las pequeñas arrugas de su cutis, bastante deficiente por cierto, no la dejan dormir.
Hoy, según escribe el Expressen sueco, a pesar del buen efecto de las inyecciones de Botox, la señorísima Beckham vuelve a entrar en el quirófano para borrar esas huellas del tiempo y de una pésima alimentación y conseguir el mejor cuerpo bajo el sol.
Es evidente que esta chica, que vive en permanente descontento, sufre el mismo síndrome que llevó al cantante Jackson a operarse una y otra vez. Operaciones en las que dejó su piel y le convirtieron – según opinan muchos- en ese casi monstruo de Frankenstein.
