D).- Ya quedó atrás el tiempo en que frikis, excéntricos y gente peculiar de toda condición debían esconder sus rarezas. Ir a contracorriente es un valor en alza y, como apuntan los investigadores, incluso puede ser la llave del éxito.
Cuenta Luis Muiño en Muy Interesante que e Ben Cook se le consideraba un chico excéntrico y poco avispado. Había dejado sus estudios muy pronto, estaba siempre en las nubes y parecía incapaz de centrarse en nada. Se pasaba el tiempo escribiendo con el móvil a sus amigos y sus padres le regañaban a menudo por esta costumbre –mandaba SMS incluso durante la celebración de la misa–. El buen muchacho sólo podía presumir de enviar un mensaje sin un solo error con el teléfono guardado dentro del bolsillo de su pantalón o debajo de un escritorio.
Pero Ben consiguió hacerse famoso en 2004, cuando ganó el campeonato mundial y batió el récord de velocidad de escritura de SMS. En la gran final, seguida por cientos de miles de espectadores a través de varios canales de televisión, derrotó a su amigo Dave Stoddard. Sus números impresionaron a todos: consiguió escribir “The razor-toothed piranhas of the genera Serrasalmus and Pygocentrus are the most ferocious freshwater fish in the world. In reality they seldom attack a human”, es decir, 160 caracteres, en 57,75 segundos. Seguramente, la cuantía del premio hizo olvidar la fama de rarito del chaval y sacó a sus padres de la pobreza. Y además, sirvió para que muchas personas volvieran a tener constancia de una realidad: ser peculiar puede resultar, a la larga, beneficioso.
Los científicos siempre han tenido en cuenta la idea del valor adaptativo de la diversidad, sobre todo desde la revolución darwiniana. La variabilidad es la materia prima de los procesos evolutivos. Para que la selección natural pueda actuar sobre un carácter, tiene que haber varias opciones, es decir, varios alelos o variantes del gen que determina ese rasgo. El estadístico y biólogo Ronald Fisher (1890-1962) demostró matemáticamente que cuantos más alelos existan, más probabilidad habrá de que uno de ellos se imponga al resto. Esto implica que la variabilidad genética en una población aumenta el ritmo de la evolución.
Hay otros ámbitos en los que se ha ido incorporando la idea de que lo poco habitual es importante y merece ser estudiado. Un ejemplo reciente es el éxito del libro El cisne negro, del matemático y bróker libanés Nassim Nicholas Taleb, que analiza la naturaleza de los acontecimietos altamente improbables. Taleb argumenta que hay tres características comunes a esos sucesos: son impredecibles, generan un tremendo impacto y, después de que han ocurrido, dan pábulo a multitud de explicaciones ad hoc para justificarlo. El éxito de Google o YouTube son dos ejemplos clásicos. El autor denomina a estos hechos “cisnes negros”, porque hasta el siglo XVII se creyó que sólo existían los de color blanco y el descubrimiento de ejemplares oscuros en Australia originó multitud de teorías.
Sin embargo, los investigadores de ciencias humanas parecían haber olvidado la importancia de la variabilidad hasta hace unos años. La tendencia general era la normalización: se analizaba el comportamiento general de los individuos y todo lo que estuviera fuera de la regla se consideraba sospechoso de ser patológico. Se olvidaba frecuentemente la lección que debieron aprender los padres de Ben dedo veloz Cook: el ambiente cambia, y lo que antes resultaba inadaptado puede llegar a ser un valor para la supervivencia.
A mediados del siglo XIX, el médico británico William Acton presentó los resultados de su estudio sobre la sexualidad humana. En él reflejaba que algunas mujeres tenían orgasmos durante las relaciones íntimas y sostenía que ese efecto era un trastorno producido por la sobreestimulación. Cien años después, William Masters y Virginia Johnson llegaron a la conclusión completamente opuesta de que el trastorno era la carencia de orgasmos.
La duda acerca del potencial de rasgos considerados como extraños ha asaltado a muchas personas. El escritor Edgar Allan Poe la expresaba así: “Los hombres me han llamado loco, pero aún está por aclararse si existe la locura o si no se trata de la más elevada inteligencia… Si mucho de lo que es maravilloso, si todo lo que es profundo, proviene de desvaríos del pensamiento, de los humores de una mente exaltada a expensas del común entender”.
La sociedad ha cambiado, y hoy en día se empieza a analizar lo diferente desde otro punto de vista. Psicólogos, psiquiatras, neurólogos y otros investigadores de la mente humana se han lanzado a la caza de los comportamientos extraños y tratan de desentrañar cuáles podrían ser sus valores adaptativos.
Uno de los más recientes ejemplos es la investigación acerca de la excentricidad realizada por un equipo de neuropsicólogos dirigido por David Weeks, del Royal Edinburgh Hospital, en Escocia. Según sus criterios, una persona occidental de cada 10.000 puede considerarse rara, y una de cada 15.000, totalmente excéntrica. Una parte de su trabajo se dedicó a averiguar si existían parámetros bioquímicos diferenciadores. La conclusión principal es que, durante su actividad intelectual, las gente singular incrementa la producción de las hormonas que solemos generar cuando realizamos ejercicio físico o mantenemos relaciones sexuales.
Por otra parte, las conclusiones de su estudio contradicen la idea común acerca del sufrimiento de los peculiares. “Si un hombre está en una minoría de uno, lo encerramos bajo llave”, decía el eminente jurista de Massachusetts Oliver Wendell Holmes (1841-1935). Sin embargo, Weeks y sus colegas constataron que los extravagantes acuden al médico una vez cada nueve años de promedio, mientras que la población general lo hace dos veces anualmente. Esta buena salud es causada seguramente “por su insultante felicidad”. La investigación arroja un patrón de personalidad caracterizado por el inconformismo, el idealismo y la obsesión por sus aficiones. Y además, presentan un alto grado de tolerancia a la frustración: son individuos que exploran nuevos caminos y no temen los fracasos. “En cada campo, aceptan cualquier reto. Eso sí, la calidad no es su lema: pueden ser geniales o nefastos”, apunta el director de la investigación.
El proyecto de Weeks también incluía una aproximación a la vida de ciertos personajes históricos. Y su conclusión, aquí sí, daba la razón al imaginario colectivo: muchos de los grandes creadores y descubridores de la historia entrarían en la categoría de excéntricos. Son conocidos los casos de Benjamin Franklin, que se paseaba a menudo desnudo –“estoy tomando baños de aire”, parece ser que decía– u Oscar Wilde, que pidió champán en su lecho de muerte “para morir por encima de mis posibilidades”. También fueron muy suyos, según este neurólogo, personajes de la talla de Galileo, Kepler, Darwin o Einstein.
Estas sugerencias del estudio del Royal Edinburgh Hospital vuelven a poner sobre el tapete un valor evolutivo. Es difícil pensar que la humanidad no necesita personajes como Newton, otro de los raros censados por Weeks. Pero también es cierto que muchas de las ventajas evolutivas de este tipo de individuos fueron problemáticas para su tiempo y lugar. Un buen número de los citados en la investigación murieron por ser diferentes. ¿Sucede lo mismo en la actualidad? ¿Es desadaptativo ser especial?
Dustin Wood, profesor de Psicología de la Universidad Carolina del Norte, en EE UU, cree que no. Sus investigaciones, centradas en el desarrollo de la personalidad, concluyen que hasta tiempos recientes la expresión de nuestros rasgos estaba regulada por una especie de barómetro que nos indicaba cómo actuar según lo estipulado. En la cultura occidental, este regulador ha dejado de existir: lo ordinario es lo excepcional. Se valora cada vez más la individualidad y los rasgos sobresalientes. De hecho, según este profesor, el imaginario colectivo empieza a asociar la normalidad con la neurosis. A los que no sobresalen se les tacha enseguida de rígidos y poco aventureros.
La cuestión transcultural es, desde luego, esencial en este asunto. En las sociedades colectivistas resulta mucho más difícil encontrar personas a contracorriente. En japonés, por ejemplo, la palabra “excentricidad” no existe. El único concepto que se le asemeja –haaji– es una combinación de vergüenza y culpabilidad que se asocia a comportamientos extraños.
En culturas individualistas como la nuestra, sin embargo, ser raro está cada vez mejor visto. Las nuevas generaciones se criarán con héroes como Shrek, que hace gala de su carácter arisco. “Un ogro es como una cebolla. Las cebollas tienen capas. Los ogros tenemos capas”, dice el verde protagonista. Aunque su compañero, el asno, le replica: “Sabes… las cebollas no gustan a todos. ¡Tarta! ¡A la gente le gusta la tarta! ¡Y también tiene capas!”. Shrek sabe que basta con que haya unos pocos a los que les gusten las cebollas… y vivir en una sociedad donde los diferentes son aceptados.