la puerta no estaba forzada y la víctima, desconfiada, no dejaba entrar a cualquiera
Amalia García Gans era una mujer austera, seria, reservada y solitaria. Heredera de un elevado patrimonio inmobiliario atesorado por su abuelo materno, un industrial de origen alemán que aterrizó en España en el siglo XIX y creó la primera imprenta de Madrid, no hacía ostentación de su riqueza.
Subrayan M.J. Álvarez y A. Delgado en ABC que quien no la conociera no podía imaginar el tamaño de su fortuna.
Menuda, no muy alta y de cabello oscuro, vivía sola, en la cuarta planta de un inmueble de su propiedad, situado en el número 8 de la calle de Gaztambide, en el barrio de Argüelles (Moncloa-Aravaca), donde este 16 de septiembre de 2011 apareció su cuerpo sin vida y con signos de violencia.
Amordazada e inmovilizada con cinta de carrocero, la misma que le atenazaba el cuello, fue hallada justo en la entrada del inmenso piso, de unos 300 metros cuadrados, detrás de la puerta y con las manos atadas a la espalda.
En el cadáver, aún ensangrentado y con evidentes signos de descomposición, se apreciaban golpes en la cabeza, según explicó su hermano Gerardo, tras identificar a la fallecida.
No se conoce aún si fueron los golpes los que provocaron su fallecimiento o recibió algún disparo de bala o cuchillada, ya que, por la posición del cuerpo —boca abajo, en el suelo del pasillo— no se pudieron apreciar.
Tampoco se sabe si pudo perecer asfixiada o estrangulada, dado que, al parecer, presentaba algunos moratones en el cuello.
LOS BRUTALES ASESINOS
Mientras que la policía continúa investigando el móvil y la autoría del crimen, su círculo próximo sigue aportando datos sobre los últimos días de vida de la adinerada anciana.
Según relatan M.J. Álvarez y A. Delgado en ABC, la última vez que se la vio con vida fue el lunes, 12 de spetiembre de 2011, por la tarde cuando una de sus vecinas fue a visitarla. Desde entonces se la perdió la pista.
Nadie respondía detrás de la puerta a pesar de que las luces de su piso estuvieron varios días encendidas. Amalia era una mujer reservada, de costumbres fijas y muy metódica.
Precisamente, fue eso lo que hizo sospechar a su entorno próximo —que no era su familia directa, de la que estaba muy desvinculada — de que algo le había ocurrido.
«Jamás lo había hecho; era muy ahorrativa», comenta un vecino. Además, explica que durante la última semana había estado recibiendo a gente por la noche en su domicilio «para cerrar alguno de sus negocios», según le explicó Amalia.
Era ella la que siempre había llevado las riendas de sus actividades inmobiliarias.
«Primero llamamos a sus familiares y nadie quiso venir. Las relaciones se enturbiaron tras el reparto desigual de la herencia que la benefició a ella. Contestaron que estaría de viaje en Alemania —algo que hacía con regularidad—, pero nos extrañó. Además, empezó a oler muy mal en su rellano».
Y aporta más datos sobre la supuesta noche en la que ocurrieron los hechos:
«Alquilaba los pisos a erasmus y el lunes por la noche celebraron una gran fiesta. La música se oía desde la calle. Si alguien aprovechó ese instante para matarla nadie pudo oír nada».
LA HIPÓTESIS POLICIAL
La hipótesis que maneja la policía es que el asesinato fue producto de un robo realizado por alguien conocido, ya que la puerta no estaba forzada y la víctima, desconfiada, no dejaba entrar a cualquiera.
El hecho de que junto a su cadáver, situado detrás de la puerta, estuviera su bolso, indica que se disponía a salir o a entrar cuando fue atacada por alguien que o bien la acompañaba o bien la esperaba fuera y la obligó a entrar de nuevo.
Ahí la atacó por la espalda, golpeándola en la cabeza y otras partes del cuerpo, para después amordazarla con cinta de carrocero que también le pusieron en el cuello.