«Somos objetivamente españoles quienes compartimos la suerte y la responsabilidad de España, de la que no tenemos derecho a abdicar porque España es nuestra obra, sean cuales sean nuestros deseos y sentimientos al respecto. En un alma noble esto constituye un límite nítido».
Así arrancan la nota editorial de los cuadernos políticos de la Fundación Faes que preside José María Aznar.
«Plantear como derecho no tener más responsabilidad que la que se siente como propia, pretender una vida sin obligaciones en sí, gusten o no, pretender no deberse a nada ni a nadie más que a uno mismo, no tiene nadaque ver con la teoría política sino con la mera inmadurez moral».
«La revelación de un fracaso»
«Es un comportamiento pueril sublimado en impostado hecho nacional, escusa (sic) de envanecidos y motivo para el engaño. La nación que el nacionalismo pretende no se rebela contra España sino contra la evidencia de su propio fracaso gestor, contra la realidad y la manera occidental contemporánea de estar en ella: el rendimiento de cuentas, la vida responsable, el Estado de derecho. Ante el desafío que el nacionalismo ha puesto en marcha, hay que poner en claro que no procede hablar de independencia ni de autogobierno, puesto que ni hay dependencia ni hay despotismo. Estamos, si acaso, en una confrontación entre un rastro del Antiguo Régimen y la nación de todos, de iguales y de libres, la nación española expresada políticamente en la Constitución de 1978».
«La soberanía -continúa el artículo- no alude a la condición de quien puede hacer lo que quiere sin contar con nadie más. La nación española no hace eso, sino que asume como propio el cuidado y la cooperación de cuantos se hallan a su alrededor: por eso existe la cláusula de apertura europea, y por eso se aceptan jurisdicciones foráneas… Y también por ello -prosigue- es moralmente superior al solipsismo nacionalista y es orgullo de la gran mayoría de los españoles en cualquier parte de España».
La incomodidad del nacionalismo
«Que el nacionalismo identitario se encuentre incómodo en un sistema plenamente democrático y abierto es lógico, y seguramente inevitable. Que pretenda ocultar su fracaso detrás de la polvareda, también. Que lo logre, no. Y carece de sentido cambiar las reglas para favorecer un encaje que si no se produce es porque no se aceptan los principios del sistema y no por otra razón».
«La razón del malestar de unos cuantos es la libertad de todos. El trabajo de las instituciones no es degenerar el sistema para satisfacer a nadie, y menos a quien lo quiere mal, sino preservarlo intacto y sumar a él a cuantos más mejor».