El gran Valle, inventor del esperpento que constituye uno de nuestros genuinos géneros nacionales junto con la picaresca, lo consideraba realidad deformada en un espejo curvo como los existentes en el madrileño callejón de Álvarez Gato.
En Adiós, princesa, el impactante libro de David Rocasolano, primo de la princesa de Asturias, lo grotesco, lo esperpéntico, no requiere espejo curvo alguno, basta con devolver la imagen tal como es. Un retrato al natural, sin disimulos ni pudibundeces, de una extraña familia y del impacto que su relación con otra más o menos modal española de la clase media provoca en ella. —Un primo de Letizia Ortiz apuñala a la Princesa de Asturias revelando que tuvo un aborto antes de casarse con Felipe de Borbón—
Toda una alegoría de la España, descuajaringada, traicionada, hipócrita y devastada del tercer milenio, víctima de sus propias limitaciones y del mal hacer de unas instituciones lamentables. Y en la que la figura de Letizia adquiere significaciones simbólicas, constituiría un arquetipo de la propia clase política salida de la Transición.
Me había costado hacerme con el libro aquí en La Coruña. Incluso había dudas entre diferentes libreros consultados si había sido secuestrado judicialmente o sólo existía una especie de extraña incompetencia, de conjura de los necios, para retrasar sino malograr su distribución. Algo raro cuando ya hace algún tiempo que no se usa la diligencia como medio de transporte entre la meseta y Galicia. ¿Una falta de voluntad con nuevas tecnologías?.
Pero bueno, con la debida perseverancia, todo llega. La lectura del libro engancha, se hace de un tirón, y como en las novelas picarescas de nuestro siglo de oro, deja un sabor amargo, de desolación, si bien no faltan momentos desternillantes como la escena hilarante de la pedida de mano de la primísima en la Zarzuela.
Casi se puede reír uno tanto como en la magistral narración de las aventuras del pobre Buscón don Pablos en casa del Domine Cabra. Hay otros patéticos, terribles, como la escena de la pérdida de nervios y rebelión contra el destino de Antonio, la ex pareja de Érika Ortíz, en su funeral. Que parece tomada de una tragedia griega, aunque de coro silencioso, en el que heroína no es precisamente Antígona. En efecto, en gesto teatral, una llorosa Letizia se arrodilla ante el rey para desagraviarle por los insultos recibidos de su «cuñado».
El doble álbum familiar de Adiós, princesa ofrece curiosos hallazgos. Con más zonas tenebrosas y claroscuros, al estilo de Zuloaga o Gutiérrez Solana, que de la clara y optimista luminosidad de Sorolla. Rocasolano muestra su simpatía por la reina Doña Sofía a la que le agradece que intercediera ante un cirujano reticente para que operara su hijo de una afección gravísima que le había puesto en peligro de muerte. Considera que ella pese a su aristocrático olimpo junto con el príncipe Felipe son los personajes más sanos y mejores de la familia.
En cambio el retrato de Su Majestad resulta demoledor. Un personaje que según el autor pasa de todo y de todos y al que sólo le preocuparía su propia persona: «El rey no respeta a nada ni a nadie. Vive a mayor gloria de su propia persona» (página 194)…
«El rey pasa de todo. He leído y escuchado en muchos sitios que Juan Carlos (sic) mantiene una relación poco cordial con Letizia. Que se llevan mal, en resumen. Yo no lo percibí nunca así. El trato que el rey le dispensa a Letizia es parecido al que le ofrece a Sofía, a sus hijos a sus nietos. En las numerosas ocasiones en las que los he observado, jamás he visto de Juan Carlos (sic) un gesto de cariño o afecto hacia su hijo. Ni hacia nadie»
O en relación al periodista Jesús Cacho, autor de El negocio de la libertad, el autor pone en boca del rey la frase: «Menudas dos hostias le daba yo al Jesús Cacho ese si se me pusiera delante».
La descripción de los Ortiz Rocasolano nos muestra de modo descarnado, sin tapujos ni edulcorados, la realidad de su familia. Su perplejidad inicial, la perturbación de su modesto pasar y de su magro pane lucrando, el colaboracionismo posterior hasta la humillación consentida, la hipocresía y disimulo, el «donde dije digo digo diego», en relación con su indiferencia religiosa o incluso ateismo, republicanismo o forma de sobrevivir hasta la «cuarta pregunta».
Y todo un repertorio de flaquezas: el deslumbramiento ante el oropel, el despertar de la codicia y ambición, el gusto por la fama de papel cuché que el inesperado encumbramiento asociado al enlace les abre. Una alegoría de buena parte de la sociedad española que entra al trapo, al engaño de la mohatra institucional que lleva a algunos de sus integrantes al desengaño, la desolación e incluso a la muerte.
«Una familia que se dejo arrollar y destruir en silencio, sin rechistar, por un ridículo sentido de Estado o algo así. Una familia que ya no existe. Al menos para mí. Adiós Érika. Adiós, Princesa.»
Letizia, la prima del autor y esposa del Príncipe Felipe sale muy mal parada en el libro. Rocasolano muestra una especie de retrato de Dorian Gray en el que el photoshop encubriría la devastación que su ambición y egoísmo provoca en su modesta familia. Y en el que cabe la duda de si terminará, como el propio Oscar Wilde, víctima también de su enlace con un miembro de la aristocracia poderosa.
No estamos ante un libro frívolo, de huero cotilleo tente mientras cobro, sino ante un revelador e interesante documento de costumbres que puede leerse casi como una novela coral. Un esperpento en espejo plano. Una obra en la que no falta la autocrítica y que parece inspirarse en dos axiomas de La Codorniz: «la revista más audaz para el lector más inteligente» o «tiemble usted después de haber reído».
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