¿Se abrió la veda para destapar la caja de Pandora?

El ‘problema’ de Letizia, la Reina plebeya y el pasado oscuro del Rey

Ahora que ha llegado sangre nueva (azul y roja) a la Zarzuela parece que proliferan las críticas antes mitigadas a Juan Carlos I

AA la espera de que se confirmen las peores sospechas para los nuevos Reyes con la nueva imputación de Cristina de Borbón, apenas cinco días después de la proclamación, Doña Letizia y su nuevo cometido emergen con fuerza renovada.

Graciano Palomo se centra desde El Plural en «el papel e la Reina Letizia»:

«El problema de la Reina es que la ´derechona´ asilvestrada no le traga, y la ´izquierdona´ no terminará de aceptarla porque es parte esencial del modelo dinástico. No voy a repetir lo obvio: intelectualmente es difícil argumentar a favor de la monarquía frente a la república, pero, oiga, ahora mismo es lo que hay. Yo siempre me apunto al posibilismo y al accidentalismo de Felipe González. Siempre me interesó más la nuez que el ruido. Abrir ahora mismo -con la tragedia del paro y el subempleo de tantos millones entre los que se encuentran mis propios hijos con todas sus carreras y másteres- la sandía del cambio de forma del Estado me parece, sencillamente, una insensatez. Negar que la Corona española ha dado un giro espectacular es faltar a la verdad histórica».

A José Apezarena no le gusta que a la nueva Reina le llamen «plebeya» y así lo argumenta en El Confidencial Digital:

«Quizá viene motivado por el alejamiento de esos medios respecto a la realidad de nuestro país, o también por el deseo de resumir de forma rápida el origen y condiciones de la nueva reina, e incluso puede que lo utilicen con intención elogiosa… pero lo cierto es que el apelativo sigue pareciéndome ofensivo. A mí y a otros muchos. Cabría replicar que el hecho de pertenecer al pueblo no constituye tacha alguna en España, puesto que los auténticos soberanos de este país somos precisamente los españoles de a pie, los ciudadanos normales y corrientes, todos nosotros, que por supuesto ni tenemos sangre azul ni nuestros apellidos entroncan con sagas y dinastías nobles. En efecto, la Constitución establece que la soberanía reside en el pueblo español, que por ello el pueblo es señor de todo lo demás: señor de los reyes y príncipes, de los jefes de gobierno, de los ministros, de diputados y senadores, de los presidentes autonómicos, de quienes administran justicia… Los plebeyos, el pueblo, son los dueños de los destinos de este país, y ellos facultan a determinadas personas para que los representen, tomen decisiones, gobiernen… en su nombre. A pesar de todo, la denominación de la nueva reina como ´plebeya´ sigue pareciéndome un término que no cabe aceptar».

Del origen plebeyo de Letizia se encarga también Manuel Molares do Val en Periodista Digital, pero con distintos tintes:

«Pero había que ser valiente para que un futuro rey se casara con la nieta de un taxista, rompiendo el gran tabú de las casas reales, cuando, al contrario, la naciente estrella republicana y revolucionaria, Pablo Iglesias Turrión, desprecia al lumpen, la clase social inmediatamente inferior a la suya, la pequeña burguesía de barrio obrero emergida durante el franquismo. «Los del lumpen nos querían robar, no eran de nuestra clase social», dijo orgulloso por haberle pegado a los de «clase inferior», a los maltrató como los nobles medievales al populacho. Por eso debe agradecerse el ejemplo de Felipe de Borbón, que ha roto con el clasismo histórico, con los tabúes que sí mantienen tantos republicanos despóticos como este, que prometen liberarnos de la monarquía guillotinándola y actuando como sanguinarios monarcas medievales».

Plebeya o no, lo que está claro es que Letizia tiene sus propios gustos y que comienza una nueva era en La Zarzuela, como se pudo ver en el recepción del Palacio Real.

Según El Chivato de El Confidencial Digital:

«Durante la recepción, se sirvió un aperitivo, compuesto de bebidas (refrescos de naranja y limón, cerveza, colas, vino, jerez, cava…) y sobre todo de sucesivas bandejas con platos de degustación, que fueron circulando por los salones. Por lo que se refiere a la reina, que no suele tomar alcohol habitualmente, el personal de la Casa Real encargado de servir a los asistentes fue informado expresamente de que doña Letizia prefería una Coca-Cola Light. Pero, además, recibieron instrucciones precisas sobre cómo deseaba la reina el refresco. Doña Letizia especificó que no quería hielos en el vaso, a pesar del calor, aunque sí dos rodajas de limón. Y así se cumplió. No obstante, aunque el servicio de catering -de la firma Mallorca- tenía preparadas para ella varias latas de Coca-Cola, la esposa de Felipe VI se limitó al refresco que pidió al principio, por lo que el resto de botes quedaron guardados para próximos eventos en Palacio».

Claro que para Nacho Cardero no ha cambiado nada y así lo manifiesta en El Confidencial:

«Todo aparentemente sigue igual. Aun llevando por bandera la regeneración de las instituciones, las primeras señales que se han enviado a la ciudadanía se traducen en que nada ha cambiado. Donde antes acudía Raphael, ahora lo hace Bisbal, en vez del traje de luces de Palomo Linares está la muleta de El Juli y en representación de Luis María Anson aparece el propio Luis María Ansón, amén de la recua importante de caballeros con causas judiciales pendientes que hicieron acto de presencia. Si quisieron planear una ceremonia transversal, en la que estuviera representada toda la sociedad, no esa sociedad naif y pija que abundaba en Palacio, sino esa otra de gente sencilla, esa sociedad cambiante y exigente de nuevos modos y maneras, lo cierto es que estuvieron a años luz de conseguirlo. Esa España, que es la mayoritaria, no estuvo representada. Aunque tampoco lo estuvieron, verdad es, los amigos de cacería de Don Juan Carlos. Algo es algo».

Desde VozPópuli, Jesús Cacho aboga por un cambio de Felipe VI, entre otras cosas, porque no deja en muy buen lugar a su antecesor:

«El nuevo rey se ha comprometido a «velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente». Casi nada. Fue la parte más valiosa y relevante de su discurso de coronación, en tanto en cuanto constituyó una enmienda a la totalidad del reinado de su padre, una denuncia explícita a unas conductas -las morales y las otras- que el entonces príncipe Felipe detestaba y que están en el origen del distanciamiento entre ambos. Alguna prensa ha pretendido desviar la atención hacia el Caso Urdangarin, cuando lo cierto y verdad es que hija y yerno no hicieron nunca nada que no hubieran visto hacer muchas veces en La Zarzuela. A esa promesa solemnemente vertida en las Cortes se han agarrado, cual clavo ardiendo, muchos regeneracionistas que, sintiéndose republicanos, quieren creer que tales promesas emplazan a la Corona, y con ella al resto de las instituciones, a emprender una batalla sin cuartel contra la corrupción como principal lacra del sistema. Desde esta perspectiva, no estaría nada mal que, para empezar, el joven rey hiciera una pública declaración de bienes, para que los españoles terminaran de creerse sus buenas intenciones y supieran a qué atenerse en el futuro».

En la misma línea Roberto Centeno señala en El Confidencial:

«Felipe VI pronunció un sermón lleno de tópicos, vaguedades, quimeras y frases de propaganda dedicadas al autobombo de su monarquía. Decir que él será un monarca íntegro, honesto y transparente supone creer que el reinado de su padre no ha sido ni íntegro, ni honesto, ni transparente».

Federico Jiménez Losantos va más allá en Libertad Digital y señala:

«A Juan Carlos I casi se le ha jaleado la falta de honestidad». Vicente Torres, por su parte, duda en Periodista Digital: «Nada hace pensar, sin embargo, que Felipe VI vaya a gozar del mismo poder. Es más, este poder del que gozó Juan Carlos I es un peligro para Felipe VI, dado que si sigue la senda marcada el destino de los Borbones españoles será el exilio».

Al margen de los Borbones, Juan de Dios Colmenero analiza en El Semanal Digital la situación catalana y asegura:

«La hoja de ruta que tienen en mente los propios dirigentes de CiU y que ya ha sido hablada con ERC contempla a corto plazo la no celebración de la consulta el día 9 por «imperativo legal» y la convocatoria de unas elecciones que desde CiU llaman plebiscitarias, pero que al fin y al cabo serán unas elecciones autonómicas para celebrar cuando más convenga a los intereses electorales de los convocantes».

Por su parte, José García Domínguez se encarga en Libertad Digital de la bajada de impuestos anunciada por el Gobierno y no se muestra demasiado halagüeño:

«El bálsamo fiscal de Montoro es el fruto material de ese cuento de hadas. Una fantasía tributaria que se sustenta sobre la premisa implícita de suponer lerdos a los empresarios. Y es que cualquiera que no sea Tom Cruise reaccionará a los tipos de interés por los suelos del BCE pensando: «Muy mal, rematadamente mal tienen que ir las cosas si Draghi está haciendo eso y Alemania le deja». Los círculos cuadrados no existen. No se puede bajar los impuestos sin mutilar el gasto o aumentar el déficit. Salvo que haya crecimiento, que no lo habrá. O salvo que se le quieran regalar cincuenta diputados a Pablo Iglesias en las próximas elecciones, claro».

 

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