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«Te podemos oir follando como una loca»

Una nueva forma de comunicación surge en las grandes urbes

"Te podemos oir follando como una loca"
Amor, deseo, sexo y salud. EP

Dentro de los desiertos urbanos en los que muchas personas viven acumuladas en islas, pese a estar rodeados por hordas de gente, y donde muchos prefieren hacer cualquier cosa a tener contacto directo con los desconocidos —cada uno reservándose exclusivamente a sus propios asuntos— surge una nueva forma de comunicación o mensajería que evita la molestia del contacto directo en temas incómodos: renombrar tu conexión de Wi-Fi para comunicarte con tus vecinos.

La revista Slate cuenta el caso de una chica que se mudó a un edificio donde una pareja dominaba la noche con sexo violento y altisonante, lo que mantenía en un estado de perturbación al resto de los vecinos.  

Por lo cual, después de unos días, uno de ellos decidió nombrar su cuenta de Wi-Fi «Te podemos oir follando como una loca», para de esta forma evitarse la pena de hablar del tema pero permitiéndose comunicar algo que le inquietaba. 

Esto mismo podría hacerse en el sentido contrario, quizás poéticos mensajes que vayan sentando una atmósfera en el éter para llevar a la cópula vecinal, superando la timidez de una forma creativa, ondas de kundalini en el ciberespacio.

La mensajería vecinal Wi-Fi, ¿una brillante forma de comunicación para nuestras urbes atestadas y segregadas o una forma cobarde y pasiva-agresiva de evitar el confrontamiento?

UN DATO NEOYORQUINO

En la gran metrópoli gótica por excelencia el sonido ambiental está compuesto por elementos que van más allá de sirenas de policía y ambulancias, hip hop y R&B, en extravagantes coches con sujetos estimulados por el crack y canciones navideñas de las cuasireligiosas tiendas departamentales: sexo sonoro.

Un estudio revela que el 68% de los habitantes de Nueva York escucha, con cierta periodicidad, a sus vecinos teniendo sexo. Gracias a ello se forma una especie de red social de audiovoyeur involuntario que para algunos será placentero, para otros envidiable y para muchos una molestia rutinaria.

La cotización del espacio en las grandes concentraciones urbanas provoca que la coexistencia entre desconocidos se dé a niveles suficientemente cercanos para penetrar la intimidad espacial y sonora de los demás.

De los piles de sexoescuchas neoyorquinos solo el 14% parece estar molesto con el fenómeno.

Quizá la aceptación citadina de vivir en espacios reducidos y a distancias mínimas del resto tenga en Nueva York a su principal meca, una ciudad donde la intensidad urbana se vive como quizá en ningún otro lugar.

 

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