Un repaso al libro "One Nation Under Sex", del rey del porno Larry Flint

Y el presidente más ‘cachondo’ de la historia de EEUU es… ¡John F. Kennedy!

La lista de amantes de JFK fue interminable, con la maciza Marilyn Monroe como gran conquista

El gran ejemplo de esa discreción fue George H. W. Bush, que nunca dejó que los rumores de que tenía una aventura llegaran a los titulares

Hacia Washington, donde están la Casa Blanca y el Capitolio y reside el centro del poder mundial, se dirigen todas las miradas al igual que siglos atrás convergían los ojos en Roma.

Pero, del mismo modo que ocurría con los emperadores, los modernos césares son muchas veces rehenes de sus más primitivas pasiones.

La historia política de Estados Unidos está salpicada de escándalos de índole sexual, amplificados en las últimas décadas gracias a la proliferación de medios de comunicación de todo tipo y a la ruptura del pacto no escrito que en otros tiempos regían las relaciones entre los periodistas y aquellos que detentaban el poder en asuntos de esta índole.

Y de todos los que han hurgado entre la ‘basura‘, ocupa un destacado lugar Larry Flynt, rey del porno de EEUU.

Flint pubicó hace un par de años un libro tremendo, donde destapa las aventuras sexuales de los presidentes, los líos de faldas que escaparon a la prensa… y también los de pantalones.

Desde Thomas Jefferson hasta Bill Clinton, todos los mandatarios de la mayor potencia del mundo han escondido algún secreto, dentro o fuera del Despacho Oval.

Esa es la premisa de la que parte «One Nation Under Sex», una peculiar investigación histórica del líder de la industria X estadounidense Larry Flynt.

Con la ayuda del historiador de la Universidad de Columbia David Eisenbach, Flynt recorrió los Archivos Nacionales del país y varias librerías presidenciales para sostener su teoría de que la vida sexual de los presidentes ayudó a cambiar la historia del país.

La tesis se mantiene desde los llamados padres fundadores de la nación, como demuestra, por ejemplo, que Benjamin Franklin contribuyera al éxito de la revolución estadounidense «seduciendo a mujeres francesas».

A Abraham Lincoln también le agradaba «compartir cama con hombres«.

A lo largo de las 304 páginas del libro, Flynt analiza la cambiante actitud de la prensa ante los secretos sexuales de los presidentes, que durante años fueron un material jugoso para los diarios serios y pasaron después a taparse para proteger la seguridad nacional.

Un caso en el que se dieron demasiados detalles sobre lo que ocurría puertas adentro es, para el autor, el de John F. Kennedy, cuyas aventuras y posteriormente las de su esposa, Jackie, se airearon a todo volumen, lo que «desilusionó» a un país que vivía una época de «romance con el Gobierno».

«Fue algo un poco chabacano. No me malinterpreten, yo soy el primero que defiende las aventuras de un presidente mientras pueda mantener el presupuesto equilibrado, pero creo que la discreción debería ser parte del juego», manifestó Flynt en una entrevista con la revista ‘Newsweek’.

El gran ejemplo de esa discreción fue George H. W. Bush, que nunca dejó que los rumores de que tenía una aventura llegaran a los titulares «porque no hablaba sobre ello».

Flynt, fundador de la revista Hustler y productor de películas pornográficas desde 1998, se ha situado durante décadas en el centro de controversias en Estados Unidos, como retrata la película de Milos Forman ‘The People vs. Larry Flynt’ (1996).

CASOS LLAMATIVOS

Y es que cuando de sexo y poder en Washington se habla, es inevitable referirse al 35 presidente de EEUU: Johm F. Kennedy.

Bajo su aspecto lozano, se escondía un hombre que padecía tremendos problemas de salud. Pero nadie lo diría a tenor del vigor sexual del que dan cuenta numerosos historiadores.

A Kennedy se le han atribuido relaciones con múltiples mujeres. De jóvenes, cuentan que los hermanos Kennedy luchaban por quitarse las novias unos a otros.

Y si alguno de ellos se despistaba, se arriesgaba a encontrar a la chica que había invitado a casa en la cama del patriarca del clan, el embajador Joseph P. Kennedy. De aquellos años mozos, la relación más notable de JFK es la que mantuvo con Inga Arvad, una bella periodista danesa que había sido fotografiada junto a Adolf Hitler en los Juegos Olímpicos de Berlín y de la que se sospechaba era una espía nazi.

Casado ya con Jacqueline Bouvier, siguió siendo un Casanova. Miembros de su equipo introducían secretamente mujeres en la Casa Blanca para deleite del presidente. Pero la relación más notable fue la que habría tenido con la que por entonces era la mujer más deseada del mundo, la actriz Marilyn Monroe, quien habría pasado de las manos del presidente a las de su hermano, el Fiscal General Robert F. Kennedy.

Mucho más turbio era el hombre con el que el mandatario compartió a otra de sus amantes, Judith Campbell Exner, que saltaba de la cama de JFK a la del capo mafioso Sam Giancana.

La esclava de Jefferson

Claro que se equivoca quien piense que eso de las amantes presidenciales son cosa de los últimos decenios. Es algo que ha existido desde los comienzos de la república. Como ejemplo, Thomas Jefferson, uno de los reverenciados ‘Padres Fundadores’ y que fue la tercera persona en ocupar la más alta magistratura de la nación.

Fue uno de los principales artífices de la Declaración de Independencia, pero también ha sido acusado de haber mantenido durante años relaciones íntimas con una de sus esclavas, Sally Hemings, con la que habría tenido incluso descendencia.

De James Buchanan, presidente entre 1857 y 1861, se ha dicho que mantuvo una relación homosexual con el senador William King.

Incluso el reverenciado Eisenhower tuvo tiempo, mientras comandaba las fuerzas aliadas que luchaban contra Hitler, de iniciar una relación con Kay Summersby, una atractiva sargento que le robó el corazón hasta el punto de pensar seriamente en divorciarse de Mamie, una de las Primeras Damas más queridas por el pueblo estadounidense.

Y es que ni la disciplina militar es capaz de contener los sentimientos de un hombre cuando una arrebatadora belleza se cruza en el camino.

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