“¿Qué te gustaría ser en tu próxima vida?” Ante tan trascendental pregunta, muchos dudan, titubean, balbucean, no saben qué decir. Yo lo tengo claro: quiero reencarnarme en uno de los chihuahuas de Paris Hilton. Se me ocurren pocas formas de vida más apetecibles que dedicarse a comer, beber, cagar, dormir y dejar que una multimillonaria rubia te achuche y te cubra de regalos.
Regalos como esta mansión de 300 metros cuadrados, réplica exacta de la que la heredera neoyorquina tiene en Beverly Hills, y especialmente diseñada para que sus trece perros vivan a cuerpo de rey, demostrando que es una animalista de campeonato, amén de una gran defensora del inalienable derecho de los chuchos a vivir infinitamente mejor que la mayoría de los humanos.
El hogar perruno, que ha sido bautizado por Paris como “Minnie Doggie Mansion”, tiene dos plantas: en la de abajo está el salón y en la de arriba los dormitorios. Los interiores están decorados con muebles de Philippe Starck y complementos especiales para perro de firmas tan prestigiosas como Chewy Vuitton, Jimmy Chew o Sniffany & Co. Según ha confesado la heredera a la revista Life & Style, “diseñé la casa con ayuda de mi decoradora Faye Resnick. Quería algo divertido, confortable, cuco y bonito”.
Por tener, la coqueta mansión tiene hasta pequeños armarios para que, como dice la Hilton, “los chihuahuas puedan guardar su ropita, porque les encanta ponerse trapitos y visten mejor que la mayoría de la gente”. Por si fuera poco, los perros disfrutan de calefacción, aire acondicionado, sillones de piel, lámparas de cristal negro y hasta una escalera de caracol para subir y bajar con sus patitas a todos los pisos, como hace su ama en la mansión grande.
Cuesta poco imaginar lo a gusto que estarán en este casoplón los trece perritos de Paris, que atienden a nombres como Tinkerbell, Marilyn Monroe, Prince Baby Bear, Harajuku, Dolce o Prada. Su pizpireta dueña explica así el día a día de las mascotas en su nuevo hogar: “Les encanta tumbarse en los balcones, jugar en el patio interior y pasar el rato en el salón. Ellos saben valorar la casita que mami les ha hecho”.
La broma le ha costado a la nietísima de Barron Hilton la friolera de 325.000 dólares, que se dice pronto, pero no hay duda de que el dispendio ha valido la pena: la excéntrica construcción es desde ya una de las catedrales mundiales del kitsch canino.