Robo a una familia en su casa de Sant Cugat con spray somnífero

(PD/Agencias).- Está muerta de miedo y cuando explica lo que le ocurrió, aún tiembla. Para evitar nuevas tentativas de robo, prefiere que tanto a ella como a su marido se les adjudique un nombre falso y que no se publique «bajo ningún concepto» la calle donde sucedió el atraco ni sus datos personales.

Y explica Paloma Arenós en La Vanguardia que ella se llamará Mònica y él, Pedro. Viven en una torre situada entre los barrios residenciales de Can Trabal y El Pinar de Sant Cugat del Vallès.

Mònica y Pedro no pueden pegar ojo desde que la noche del 11 de diciembre, cuando «nos durmieron con un spray para poder robar en casa». A eso de las tres de la madrugada, su pastor alemán – que suele dormir en el suelo de su habitación, que está en la segunda planta de la casa- «dio un aullido tremendo y salió disparado escaleras abajo»: «Me desperté de golpe y cuando fui a encender las luces de la escalera no funcionaba ninguna», recuerda la mujer, muy afectada.

Mònica, extrañada, pudo poner en marcha otras lámparas del techo para poder ver, mientras su marido seguía durmiendo plácidamente. A su alrededor, todo estaba revuelto: los armarios y cajones de las cinco habitaciones de la segunda planta estaban abiertos y con la ropa fuera.

La primera pista de que les habían limpiado estaba junto al cabezal de la cama. «De la cartera de Pedro, con 900 euros y toda la documentación, un reloj y las llaves del coche de alta gama que estaban en la mesita, nada de nada».

Asustada porque no presentía nada bueno, Mònica se atrevió a bajar al primer piso. El panorama era aún más desolador: del salón también había desaparecido su bolso, con 1.300 euros que tenía preparados para pagar una mudanza de muebles al día siguiente, un móvil nuevo, la cartera y varios pares de gafas.

«Los ladrones tuvieron el tiempo y la delicadeza de sacar la tarjeta SIM del teléfono para que no los localizásemos», remarca con ironía. «Todas las bombillas del comedor también las habían desenroscado y cuando entré aquí sentí mucho frío», apunta. Las ventanas estaban todas abiertas.

Al llegar a la cocina fue el acabose. «Vi que alguien había desatornillado la ventana – fue por donde entraron- y que habían sacado una quincena de cuchillos muy afilados de cocina del cajón y me los dejaron encima de la repisa de mármol. Otro estaba clavado sobre una madera. Ahí sí que me asusté de verdad», relata.

Mònica y Pedro no pueden entender por qué ni ellos ni el perro oyeron nada. «La única conclusión es que nos echaron un spray para dormirnos. Pedro se levantó con náuseas, a mí me picó la garganta durante una semana, cuando no estaba resfriada, y el perro tenía carraspera, problemas para comer y estuvo muy torpe todo ese tiempo, cuando normalmente lo detecta todo. Tuvieron mucho tiempo para trabajar con calma».

«Lo que más me indigna es que te pueden quitar la tranquilidad de dormir en tu casa y en tu cama. Te sientes muy desprotegido», lamentan. Esa noche, la alarma periférica – que rodea la casa de tres plantas y el jardín- no sonó.

Afuera, en el jardín, había otro cuchillo de la casa clavado en un macetero y todas las luces – dos pequeñas y dos farolas, como las que hay en la calle- rotas. La cartera de Mònica con las tarjetas y documentación estaban esparcidas por el suelo, pero intactas. Su coche, aparcado en la calle, tenía dos ruedas pinchadas (con otro de los cuchillos más dentados) y el automóvil de gran cilindrada de Pedro voló.

Todo apunta, según investigaciones policiales, a que en el robo participaron cinco personas, muy bien organizadas, con guantes de látex y con tecnología para anular la alarma. El vehículo de gran cilindrada fue recuperado por la policía en Barcelona con un gran golpe frontal: fue utilizado para otro robo con alunizaje.

Pero éste no es el único susto que han sufrido. «Ya nos robaron en el 2003, cuando estábamos fuera. Entonces decidimos instalar la alarma. El pasado 8 de noviembre – mi marido estaba de viaje- intentaron entrar, nos desmontaron la puerta corredera y la alarma saltó en seguida. Llamé a la Policía Nacional y me dijeron que no era de su competencia y que informase a los Mossos.

Lo hice y llegaron al cabo de 35 minutos. La situación fue muy lamentable», denuncia Mònica. Ahora están reforzando la seguridad de la casa e instalando rejas en las ventanas. Aun así, cada noche hacen guardia «de una a cuatro de la madrugada, la hora de los cacos».

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