El asesino confeso de Marta dice ahora que la mató el menor y que la tiraron a la basura

El asesino confeso de Marta dice ahora que la mató el menor y que la tiraron a la basura

(PD).- La investigación de la muerte de Marta del Casillo ha dado un giro de 180º. Los careos entre los implicados y una nueva reconstrucción del crimen ha hecho que el juez haya cancelado la búsqueda del cadáver en el Guadalquivir y ordenado inic el rastreo en un vertedero. Miguel Carcaño, que se confesó autor del asesinato, ha cambiado ahora su versión, echando la culpa de todo a al menor, lo que -si cuela- les permitiría «irse de rositas» en el crimen.

Carcaño modificó este lunes su declaración inicial y atribuyó la muerte de Marta, cuyo cuerpo dice que tiraron a un contenedor en León XII, al menor apodado ‘El Cuco’. Se trata, sin duda alguna de una maniobra para enmarañar el caso.

Si no aparece el cadáver y a falta de pruebas concluyentes, todo puede quedar en homicidio. Si se lo «come» el menor, los otros sólo serían «colaboradores necesarios» y podrían salir del asunto con unos pocos años de cádcrc

Por el despacho de Francisco de Asís Molina pasó ayer de nuevo, además de Miguel y ‘El Cuco’, que protagonizaron un careo, el amigo de ambos implicado en los hechos, Samuel B.P., que también fue sometido a un careo con Miguel y que reiteró su inocencia una vez más.

Como subraya Ignacio Camacho en ABC, lo que acaso podía haber hecho pasar por un desgraciado mal momento o mal golpe, por un arrebato de ofuscación desdichada con consecuencias irreparables, lo ha convertido, junto con sus cómplices y acaso con sus abogados, en una siniestra conspiración de ocultaciones que añaden al desprecio por la víctima una profunda falta de respeto al sufrimiento de sus deudos y a la convulsión emocional de una sociedad asombrada por la desfachatez, la displicencia y la falta de arrepentimiento de unos tipos capaces de jugar así con el dolor de una familia.

En un principio, la dramática movilización del padre de Marta a favor de la cadena perpetua y del cumplimiento íntegro de las penas suscitaba una simpatía genérica fruto de la natural solidaridad con su desconsuelo, pero era difícil encajar sus desgarradas peticiones en el marco concreto de un delito relativamente susceptible de atenuantes y demás casuística procesal.

Más bien parecía un asunto sobredimensionado por un enorme alboroto de amarillismo mediático que creó artificialmente un clima de emotividad revanchista. Sin embargo, la estrategia encubridora del autor y sus compinches ha conducido el crimen a una circunstancia de indignación colectiva que, ahora sí, exige una reparación contundente del zarandeo moral al que esta grosera manipulación está sometiendo a la víctima y su entorno, privado incluso del elemental derecho de conocer el paradero del cuerpo de la joven infortunada.

Ya no hay excusas ni paliativos: estamos ante una monumental y humillante ofensa que agrava el asesinato con ribetes de maquinación cómplice y constituye un ultraje añadido al padecimiento y el desamparo de los allegados de la desaparecida.

En su afán por tejer una maraña de datos confusos tras la que protegerse, el autor confeso y los demás implicados han olvidado la profunda sensibilidad social que existe en España respecto a los derechos de las víctimas. Y han transformado su legítimo interés por una defensa justa en un macabro carnaval de mentiras y contradicciones deliberadas que suscita profunda irritación al añadir una completa y antipática ausencia de compasión por todo el dolor causado.

Ya no queda en la conciencia colectiva un gramo de piedad por quienes con tan frío desahogo han demostrado carecer de ella. Y si en algún momento era posible situarse a contracorriente de los sentimientos para reclamar un poco de cordura garantista ante el encarnizado revuelo que ofuscaba un juicio objetivo, ahora sólo cabe esperar que toda esta canallada acabe pronto con un ejemplar castigo para sus autores, y que la llave de su encierro se pierda tan enrevesadamente como el cadáver que escondieron.

BÚSQUEDA «PRÁCTICAMENTE IMPOSIBLE»

El director, Juan Ramón García, consideró «prácticamente imposible» que un cadáver llegue hasta el vertedero después de pasar por todo el proceso de tratamiento sin ser detectado, ya que explicó a Europa Press que la basura pasa incluso por una cinta en la que es revisada manualmente.

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