Satisfacer a todos los clientes con la comida no es tarea fácil para un cocinero, quien no siempre es llamado por un comensal para recibir una felicitación por su trabajo.
En Arabia Saudita, a una señorona, de esas cuyo marido apalea petrodólares y tienden a compensar la frustración que les produce el permanente velo, cargando contra los más indefensos, no le gustó su plato y reaccionó de muy mala manera.
Luego de hacer que el chef saliera de la cocina, muy molesta, primero le arrojó un objeto y, luego lo atacó con varias patadas dignas de un karateca, agresión que fue filmada por una cámara instalada en el local.
Aunque el empleado del restaurante intentó defenderse, la mujer arremetió con nuevos golpes, hasta que finalmente fueron separados.
LA TIRANIA DEL PETRODOLAR
El trabajo de una empleada doméstica suele ser duro en todas las latitudes, pero difícilmente llegue a los niveles de explotación, humillación y miseria que alcanzan en Arabia Saudita.
No son las únicas. No hay números. No hay información, pero se calcula que la fuerza obrera en muchos de los países de la Península Arábiga es más extranjera -procedente sobre todo del este de África y el sudeste asiático- que nativa.
«Se estima que 7,8 millones de los 9,2 millones de habitantes de Emiratos son no nacionales, mientras que el 70 % de la población de Kuwait y el 85 % de la de Qatar son extranjeros», cuenta el periodista ugandés Yasin Kakande en su libro «Estados esclavos: la práctica de la kafala en la región del Golfo Pérsico» (2015).
«El tratamiento hacia los trabajadores extranjeros va en contra de todos los estándares morales, es completamente injusto», explica a EFE Kakande justo cuando se celebra hoy el Día Internacional del Migrante.
El proceso para muchas mujeres que trabajan como empleadas del hogar con familias árabes se realiza mediante empresas de reclutamiento, a las que la familia y la mujer pagan por partida doble, y el proceso de migración es legal: llegan con su visa y su autorización para trabajar.
El problema es que cuando aterrizan en Riad, Dubai o Abu Dhabi se les requisa el pasaporte y pasan a depender totalmente de los empleadores.
«En el momento en que la trabajadora ugandesa ha llegado a Arabia Saudí -ejemplifica Kakande-, el empleador saudí ha pagado tanto por esta mujer que la mira como si fuera un activo en el que ha invertido mucho».
Si ella quiere salir de ese trabajo o volver a su país, tendrá que pagar un precio alto a sus empleadores, convertidos así en sus dueños.
UN SISTEMA DE ESCLAVITUD INSTITUCIONALIZADO
En los países del Golfo Pérsico, y en otros como Jordania o incluso el Líbano, el sistema de inmigración se denomina «kafala», que en la cultura árabe es una forma de «cuidar al visitante», pero que con la mano de obra de países más pobres se ha convertido en un sistema de esclavitud.
«El sistema de kafala hace que tu empleador saudí sea un pequeño dios que toma todas las decisiones por ti; es un sistema de explotación que se ha cebado con los pobres que acuden a trabajar allí», señala Kakande.
Él llegó como un emigrante más a Emiratos, encontró trabajo como periodista y documentó, de espaldas a una prensa que no quería contar estas historias, los miles de casos de abusos y explotación contra migrantes. Le costó la deportación.
En Dubai, por ejemplo, conoció a Harriet, una amiga de una compañera suya de la infancia, que trabajaba como limpiadora para una compañía aérea.
Harriet era graduada universitaria en Ciencias Sociales, pero al no encontrar trabajo en Uganda, decidió acudir a una empresa de empleo que, por 600 dólares, le consiguió el vuelo y la visa para EAU.
Las condiciones insalubres de trabajo le habían provocado ronchas en la piel y la compañía decidió llevarle al hospital; lo que le costó una reducción del salario de los 215 dólares que cobraba a 54 dólares. El coste de vida en uno de los países más ricos del mundo hace «matemáticamente imposible» que una mujer pueda vivir así.
La «feminización de la migración» hace que «las mujeres estén en una posición mucho más difícil que los hombres», como apunta a Efe el director regional para África del Este y Cuerno de África de la Organización Internacional de Migraciones (OIM), Mohammed Abdiker.
Pero en estos países también hay cientos de obreros que pasan interminables horas trabajando al sol, por ejemplo, en las obras de preparación del Mundial de Fútbol de Qatar de 2022.
Varios organismos de derechos humanos han denunciado las altas tasas de suicidios, accidentes laborales y muertes repentinas de estas personas, pero los países árabes no dan cifras oficiales.
En 2017, un informe de un comité parlamentario de Uganda revelaba que en ese año 50 ugandeses habían muerto solo en EAU, de los cuales 35 habían sido suicidios.
«Imagina la clase de desesperación que conduce a una persona al suicidio», lamenta Kakande, quien ha documentado algunos casos en que el Gobierno y las familias han encubierto asesinatos de empleadas del hogar como si fueran suicidios.
«Hay una conspiración entre las personas que tienen el poder y el Gobierno de Arabia Saudí para silenciar estos casos de abusos», apunta el periodista ugandés.
UN DEBATE MIGRATORIO SESGADO
A estas trabajadoras y trabajadores que llegan de forma legal a los países del golfo Pérsico, se suman decenas de miles que cruzan el golfo de Adén, desde Yibuti y Somalia, cada año de forma ilegal y atravesando Yemen para intentar conseguir un trabajo allí.
La OIM estimó que el año pasado 150.000 migrantes, sobre todo etíopes, atravesaron el mar Rojo rumbo a Arabia Saudí, donde casi a diario sale un avión para repatriar a trabajadores ilegales.
«Es un círculo vicioso: Arabia Saudí los deporta y al día siguiente ya hay más que van rumbo allí», explica Abdiker, quien no cree que la migración se vaya a parar hasta que no se reúnan las condiciones económicas idóneas en sus países de origen.
La investigadora keniana de Human Rights Watch (HRW) Agnes Odhiambo coincide: «Vivimos en un mundo global -afirma-, la gente quiere moverse y es muy difícil decir que vas a conseguir detener a la gente porque siempre van a encontrar la forma de moverse. Es una completa pérdida de tiempo».
La migración se ha colado en todos los foros de debate, telediarios y campañas electorales del mundo. El problema es que es un debate sesgado, considera Kakande.
«Las historias de migración están siendo contadas por gente que nunca ha migrado, que no saben lo que es ser migrante», critica el periodista ugandés, «las explicaciones al debate global de la migración se realizan de forma unilateral, son todas parciales».