La mujer de 65 años que se lanzó al vacío cuando iban a desalojarla de su piso en Madrid ocultó sus problemas hasta a su propio hijo...

La viuda fantasma que vivía con la mujer que se suicidó en Chamberí cuando iba a ser desahuciada

... a quien le hacía creer que compartía piso con una amiga, aunque era mentira

La viuda fantasma que vivía con la mujer que se suicidó en Chamberí cuando iba a ser desahuciada
Alicia del Moral FB

Todo drama tiene una historia detrás, o muchas. Muchos no quieren escucharlas: les incomodan. La humanidad se difumina en las esquinas, se convierte en una sombra que nace sin luz, de un tormento que la soledad que habita en el alma convierte en un destello cegador, insoportable. (La tragedia de la mujer desahuciada en Chamberí deja en evidencia que las promesas de Carmena eran mentira).

Una de las muchas protagonistas de este silencioso espectro que ya se pierde en la memoria, es, o era, Alicia del Moral, la elegante señora de 65 años que hace una semana se suicidó lanzándose desde un quinto piso del madrileño barrio de Chamberí cuando la iban a desahuciar. (Alicia, la mujer de 65 años que se lanzó al vacío desde un quinto cuando el juez llamó al timbre para desahuciarla).

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En un magnífico reportaje publicado en ‘El País‘, se traza un esbozo que refleja quién era realmente la víctima de tanta desidia, política o civil, qué más da.

La mujer llegaba a veces a su casa junto a su hijo,que le acercaba en coche. Le decía que no subiera al piso, que vivía con una amiga viuda y no quería incomodarla. Él se lo creía y se iba. Era mentira. Estaba sola.

Alicia frecuentaba salones de baile, donaba ropa y comida a la Iglesia y pertenecía a un pequeño círculo de amigas del barrio de Chamberí con las que tomaba café por las tardes, en su condición de jubilada que vivía con holgura tras haber recibido la indemnización de su último trabajo como secretaria de un reputado economista.

De puertas para adentro no todo era tan bonito:aunque cobraba ayudas sociales  necesitaba soporte económico de su único hijo, un informático al borde de los 30 que también le costeaba el teléfono y la conexión a Internet. Nadie de su reducido entorno sospechó que sobre ella pesaba un desahucio que estaba a punto de expulsarla a la indigencia.

Alicia no tenía en esta vida a nadie más que a su hijo. Ella también era hija única de una familia acomodada del Madrid de los alrededores de la Gran Vía. Su primer trabajo fue como secretaria en una naviera. Conoció a un hombre con el que tuvo un niño. Intentaron formar una familia en Las Palmas, a donde se fueron por exigencias del trabajo de él. La aventura isleña fracasó. Dos años más tarde, a principios de los noventa, volvió a Madrid con el hijo, y se instaló en casa de su madre.

Poco después comenzó la etapa más estable de su vida. Trabajó de secretaria particular de un abogado y economista por la zona de Islas Filipinas. El señor estaba encantado con el porte distinguido de Alicia. Ella organizaba su agenda, los almuerzos con gente conocida, cuidaba del protocolo. Ese empleo le hacía feliz. Sin embargo, llegó el día en el que hombre se jubiló e indemnizó a sus empleados antes de echar el cierre.

Por esas fechas perdió a su madre. El hijo, a los 16 años, se mudó a casa de su abuela paterna.

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