Crimen y castigo

Todo sobre el suicidio de la millonaria Conxita Lajusticia, tras ser desahuciada de su masía por su hermano

Hija de la famosa bioquímica Ana María Lajusticia, mantenía un litigio con su hermano Manel por la propiedad de la casa en la que se criaron

Todo sobre el suicidio de la millonaria Conxita Lajusticia, tras ser desahuciada de su masía por su hermano
Conxita Feliu Lajusticia EE

Cuando llegamos a situaciones existenciales extremas, el suicidio pasa por la cabeza de muchas personas, pero muy pocas lo ejecutan finalmente. (Así funciona la cápsula de suicidio, el sofisticado método australiano para quitarse la vida)

La visión del suicidio ha sido influenciada por diversos temas como la religión, el honor y el sentido de la vida. Tradicionalmente las religiones abrahámicas lo consideran un pecado, debido a su creencia en la santidad de la vida, según wp.

Durante la era de los samuráis en Japón, el harakiri era respetado como una manera de resarcir un fracaso o como una forma de protesta.

El satí, prohibido en el Raj británico, implicaba la inmolación de la viuda en la pira funeraria del marido recién fallecido, ya fuera voluntariamente o por presión de la familia o la sociedad.

«Si algún día mi hermano consigue echarme de mi casa, yo saldré de aquí con los pies por delante», según recoge David López Frías en El Español. (Vídeo: Jefe del grupo especial GOES se suicida con un tiro en la cabeza luego de discutir con su pareja).

Conxita Feliu Lajusticia lo tenía claro. No pensaba tolerar que la echasen de Can Sendra, la masía de Bescanó (Girona) donde nació, creció y vivió. Hacía años que el conflicto fratricida había estallado. Conxi sabía que su hermano Manel la quería fuera de allí y que iba a hacer lo que fuese por quedarse con la propiedad, una casa rural incluida en el Inventario de Patrimonio Arquitectónico de Cataluña.

Al final, la justicia le ha dado la razón a Manel. Y Conxita ha cumplido su funesta promesa: primero envió un Whatsapp de despedida a sus vecinos diciendo que se mudaba «no muy lejos de aquí». Luego conectó varios tubos a unas bombonas de butano y los introdujo en el interior de su BMW. Abrió el gas, se sentó en el asiento del conductor

El suicidio de Conxita Feliu Lajusticia, una conocida empresaria gerundense de 63 años, ha conmocionado al pequeño pueblo de Bescanó. Y más concretamente a la aldea de El Estanyol. Allí está ubicada la masía de la discordia, una casa cuyas paredes interiores exhiben ahora las últimas pintadas iracundas que hizo Conxita para despedirse de la vida. «Felicidades campeones (…) has ganado otra casa pero has perdido a una hermana», escribió iracunda Conxita antes de matarse.

Ha sido esa masía la que ha provocado el mayor conflicto en el seno de una familia con dos apellidos célebres. Por un lado, Feliu: una familia payesa de Girona con numerosas propiedades históricas. Por el otro lado, Lajusticia: un apellido ilustre en toda España: Ana María Lajusticia es, para muchos, la gran prescriptora del país. Una bioquímica bilbaína que inventó unas pastillas de magnesio cuya fórmula le reportó grandes beneficios y todo un imperio empresarial.

Ana María es la madre de Conxita. Llegó a Cataluña siguiendo la pista del magnesio. Descubrió las minas de Osó y allí conoció al payés propietario de la masía Can Sendra. Se casó con él y tuvieron 6 hijos. La masía la utilizaban como lugar de veraneo.

Los hijos crecieron y la masía se acabó convirtiendo en el oscuro objeto del deseo de los dos hermanos. Conxita no había tenido suerte con sus empresas. Tenía un hotel que vendió en 1992, lo que le permitió vivir de las rentas durante mucho tiempo. En 2010 volvió al sector de la hostelería y entró en un negocio con un socio. Se trataba de un restaurante de banquetes y convenciones llamado Mas Batlle.

«El socio la estafó, pero todo estaba a su nombre y ella fue la que cargó con las consecuencias»; cuenta una amiga íntima de Conxita. Trece parejas de novios la denunciaron en 2012 por haberlos dejado tirados:

«Pagaron los banquetes, pero el socio se largó con el dinero y la demandaron a ella por estafa».

El incidente la llevó a los tribunales, pero en 2015 salió la sentencia que la absolvió del presunto delito.

«Es una mujer que lo ha pasado muy mal en su vida. Tuvo problemas con su marido, del que se separó. Su hermano se mató en un accidente de tráfico y eso le afectó mucho. Ella también tuvo un accidente que le destrozó varias vértebras. Y en su vida profesional tampoco le fue bien. Pero a pesar de ello seguía siendo una mujer fuerte, valiente y con mucha personalidad. Con dos ovarios».

Cuenta esa fuente que el padre de Conxita tenía debilidad por ella, mientras que su madre, Ana María Lajusticia, sentía predilección por su hijo pequeño Manel.

«La masía había llegado a estar en estado de abandono, y fue ella la que la arregló. En esa casa pasó sus últimos días su padre, el legítimo propietario de la masía. Tenía cáncer y ella lo cuidó hasta el final. Por eso le firmó un papel a ella en el que le cedía Can Sendra en usufructo hasta que ella muriese».

Sin embargo, Conxita tuvo mala suerte con los negocios. Regentaba dos casas rurales que también fueron propiedad de la familia: Mas Grau y Mas Roca. Un litigio judicial hizo que perdiese todas sus propiedades. La masía salió a subasta y la adquirió su hermano Manel. Ella no lo soportó. Cuentan por Bescanó que Manel intentó que Conxita se fuese de allí por las buenas. Que incluso le ofreció dinero y un piso. Ella se negó.

«A Conxita no la iban a comprar con limosna. Ella tenía principios. El valor que tenía esa casa para ella no se paga con dinero ni con un piso. Valor sentimental, de haber nacido allí, de haberse criado, de haber reformado el sitio, de haber cuidado a su padre hasta las últimas consecuencias, de saberse heredera legítima, porque el propietario era su padre y él se lo dejó a Conxi».

La situación se enquistó. Los dos hermanos entraron en una espiral de ataques. Roces, incidentes, cortes de agua, amenazas… Ella finalmente decidió trasladarse a vivir allí, aunque las condiciones fuesen precarias. «Llegaron a cortarle la electricidad y Conxita siguió viviendo allí en esas condiciones tan malas. Sin luz y sin agua, porque aquí el agua se saca de un pozo y el motor obviamente no funcionaba». A Conxita le dio igual. Siguió malviviendo allí con su perro Gandalf, un Golden Retriever del que ya no hay rastro en la masía. «Se hizo con un perro grande para que la defendiese, porque tenía miedo».

«Esperaba que al final la Justicia le diese a ella lo que le pertenece», prosigue su amiga. Pero la moneda volvió a salir cruz. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña falló en marzo a favor de su hermano Manel. Estimó la nulidad del contrato de usufructo que le había firmado a Conxi su padre. Manel solicitó en enero que se ejecutase la sentencia. Conxi pidió una prórroga y se la concedieron. La prórroga vencía ayer.

Conxi intentó que le concedieran una segunda prórroga. Arruinada, sin familia y enfrentada con su hermano, lo único que le quedaba era aquella casa de la que ahora la querían echar. Los jueces desestimaron esa segunda prórroga, por lo que Conxita decidió quitarse del medio. Le mandó un Whatsapp a sus vecinos informándoles de que se mudaba. Les dijo que no iría muy lejos, pero les agradecía el trato que le habían dispensado durante todos estos años. Después, ciega de ira, pintó las paredes de la masía con espray negro y rojo. Mensajes irónicos en los que felicitaba a su hermano. Mensajes desgarradores en los que acusaba a su hermano de tener «maldad y avaricia». Una especie de macabro testamento vital que todavía permanece en el interior de Can Sendra.

Después de tender la ropa, se hizo con varias bombonas de butano que almacenaba en la casa. Las conectó a unos tubos que introdujo en su BMW. Abrió el gas y se metió dentro. El cadáver fue descubierto por la comitiva policial que iba a desahuciarla la mañana del 20 de febrero.

«Ella siempre era positiva. Fue la única que creyó que su prima estaba viva cuando fue secuestrada». Se refiere a Maria Àngels Feliu, la farmacéutica de Olot que fue secuestrada en 1992 y que sufrió el secuestro más largo de la historia de España sin móvil terrorista. «Todo el mundo la daba por muerta, pero Conxita sabía que estaba viva. Por eso, cuando la entrevistaban en la radio, ella hablaba de su prima en presente y se dirigía a ella por si la estaba escuchando por la radio», cuenta una fuente próxima a la familia. Al final, Conxita jugó un papel fundamental en el rescate de la farmacéutica: curiosamente, una de las secuestradoras se alojó en el Hotel Via Augusta de Barcelona. Fue allí cuando Conxita realizó varias labores de identificación y colaboró con la policía. Su papel resultó fundamental para que encontrasen a su prima y encarcelasen a los responsables.

No fue el primer secuestro que tuvo que soportar la familia Feliu. Hace 4 siglos, el conocido bandolero catalán Serrallonga secuestró a uno de los ancestros de Conxita, el entonces propietario de Can Sendra. Fue precisamente Conxita la que descubrió esta historia a raíz del secuestro de su prima en cuya liberación ella resultó providencial.

«Era su forma de ser: siempre estaba por ayudar y por echar una mano. Precisamente lo que le ha faltado a ella. A veces tener dinero es peor. Una familia con tanto dinero y tantas propiedades se ha visto en esta situación tan miserable, y la mayor víctima ha sido Conxita: la vida la ha rodeado de personas que no se merece, y al final, decidió que sólo quería vivir con su perro Gandalf y la casa de su padre. Cuando supo que ella y el perro se quedaban fuera, no lo soportó más y se mató», concluye su amiga.

Ahora, la masía está cerrada, el entorno aún huele a gas y no hay ni rastro de Gandalf. La masía ya es de Manel, que tendrá que enfrentarse a las pintadas que su hermana le hizo para despedirse. Una hermana que ya advirtió que, si la echaban de allí, saldría con los pies por delante.

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