Lo que para muchas era una experiencia de paz y autodescubrimiento, se ha transformado en un peregrinaje entre el miedo y la vulnerabilidad.
“Fue aterrador”, confiesa Rosie, de 25 años, recordando aquella tarde de verano en Portugal cuando, al adentrarse en una ruta boscosa, se encontró frente a un hombre que la miraba fijamente mientras se masturbaba. Intentó contactar a la policía local, pero el silencio fue la única respuesta. Se sentía expuesta, vulnerable, “completamente sola”.
Rosie no es la única. En los últimos cinco años, nueve mujeres han compartido con The Guardian experiencias similares de acoso sexual.
Son historias que se han repetido en diversos tramos de la ruta, desde figuras masculinas observándolas mientras se tocaban hasta hombres que intentaban detenerlas con comentarios lascivos y toqueteos. Algunas de estas peregrinas han sido seguidas y perseguidas en zonas remotas, donde el silencio y el aislamiento hacen eco de sus temores. La situación ha generado tal conmoción que Lorena Gaibor, fundadora de Camigas, un foro que conecta a mujeres peregrinas, no ha dudado en señalar la gravedad del problema.
«El acoso sexual es endémico en el Camino», dice, con la firmeza de quien ha escuchado historias repetidas cada año.
Marie Albert, periodista y escritora feminista, documentó su propio recorrido de 700 kilómetros por el norte de España en 2019 y vivió en carne propia el acoso: un hombre intentó besarla, otro la siguió e incluso recibió mensajes perturbadores de un compañero de ruta.
“Se dice que el Camino es seguro para las mujeres, pero eso ha creado un tabú en torno a decir algo diferente”, reflexiona Albert. Esta aparente seguridad encubre una realidad alarmante para las mujeres que recorren el camino solas.
La popularidad del Camino de Santiago ha crecido significativamente, y en el último año 446,000 personas, en su mayoría mujeres, han desafiado las rutas. Sin embargo, el peso de la inseguridad parece ser un obstáculo particular para ellas. Johnnie Walker, administrador del foro Camino de Santiago All Routes Group, sostiene que los incidentes de exhibicionismo y acoso han aumentado junto con la cantidad de peregrinos.
Las autoridades han incrementado las patrullas y, en España, se ha lanzado una campaña de seguridad en puntos clave de Galicia para brindar información de emergencia. Sin embargo, como Walker reconoce, el equilibrio entre alertar y alarmar a las peregrinas es delicado.
La persistente preocupación por la seguridad en el Camino comenzó a salir a la luz pública en 2015, con la desaparición de la estadounidense Denise Thiem. Su asesinato reveló un patrón de acoso y agresiones que muchas mujeres habían guardado en silencio hasta entonces. Desde entonces, los informes han continuado. En 2018, una mujer venezolana fue presuntamente secuestrada y violada en el noroeste de España; en 2022, un hombre en Portugal fue detenido tras intentar secuestrar a una peregrina alemana. A pesar de estos incidentes, solo uno de los seis casos denunciados en los últimos años ha resultado en la detención de un agresor.
Aún así, no todas las autoridades han dado una respuesta oficial, y en algunos casos los cuerpos de seguridad parecen minimizar los incidentes. La delegación del gobierno central español en Galicia, al ser consultada, declaró que no tiene constancia de agresiones sexuales a peregrinas en los últimos años. La afirmación contrasta con el creciente número de denuncias y los testimonios que dejan ver otra cara del camino.
Para las mujeres peregrinas, el Camino es un reto que va más allá de lo físico y mental; es también un espacio de vulnerabilidad. La falta de respuestas claras y de protección efectiva no solo ensombrece su experiencia, sino que, como Rosie y otras mujeres han revelado, les hace cuestionar si este viaje, que por siglos ha sido un símbolo de transformación personal, puede algún día ser una ruta de paz y seguridad para todas ellas.
Peregrinas relatan sus odiseas
Era un día gris en las afueras de Mieres, y Sara Dhooma, una peregrina canadiense, avanzaba con la mirada alerta. Caminaba por el Camino de Santiago, disfrutando del paisaje de casas coloridas y piedra vieja, cuando se dio cuenta de que un hombre la seguía. Entró en un café para perderlo de vista, pero al salir, él estaba allí de nuevo, mirándola con una sonrisa que se volvía amenaza.
La siguió hasta un tramo solitario, y, con gesto repulsivo, se bajó la cremallera y se tocó. Dhooma se quedó paralizada; él se acercaba, y no había un alma cerca que pudiera ayudarla. “Me sentí muy insegura”, recordó después, describiendo cómo echó a correr, mientras él la perseguía.
Por fortuna, Sara vio una casa con humo en la chimenea y, en su desesperación, empujó la puerta y pidió ayuda. El hombre aún la seguía, y los pensamientos de que podría hacerle daño le revoloteaban en la cabeza. En un golpe de suerte, la casa pertenecía a un agente de policía fuera de servicio. Más tarde, Dhooma supo que su perseguidor llevaba un cuchillo y tenía antecedentes por violación. “Si no hubiera encontrado esa casa, no sé qué habría pasado”, comentó.
Historias como esta han sido compartidas por otras peregrinas en los últimos años. Aunque el Camino es una ruta de paz y autodescubrimiento, muchas mujeres han contado experiencias de acoso que las hicieron temer por su vida. Rosie, una joven inglesa, recuerda cómo al amanecer en Portugal, un hombre apareció sin pantalones en medio del bosque, siguiéndola mientras ella avanzaba lentamente bajo el peso de su mochila. Intentó pedir ayuda, pero la señal del móvil era débil. Días después, la policía le prometió aumentar patrullas en la zona.
Otro relato es el de Martine Bergeron, de 61 años, quien en el tramo hacia Bilbao se cruzó con un hombre desnudo. Sintió un miedo tan intenso que, aun cargada con su mochila, escapó corriendo sin mirar atrás. Tras aquel día, Bergeron continuó el Camino, aunque siempre con compañía.
Las autoridades han incrementado patrullas, pero muchos peregrinos, como Dhooma y Bergeron, saben que en el Camino la sensación de vulnerabilidad persiste. Las experiencias de acoso no se cuentan en cifras oficiales, pero para ellas ya son parte de la ruta.