El retorno de Murillo es equiparable al retorno de Rafael, ambos subestimados contemporáneamente
El Museo del Prado se supera a sí mismo. Por si era poca oferta veraniega la exposición temporal ‘El último Rafael’, desde este martes irá acompañada por “Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad”, que reúne diecisiete de sus últimas obras. Del Renacimiento al Barroco. De Roma a Sevilla. Bartolomé Esteban Murillo (1617–1682) fue la figura central de la escuela sevillana, referencia para un elevado número de discípulos y seguidores, y el pintor español mejor conocido y más apreciado fuera de España en su época. Luego sufrió cierta discriminación desde el siglo XIX. Ahora retorna imparable como lo hace la mirada del espectador de hoy hacia los maestros de siempre, fatigado de expectativas frustradas y vanguardias mediocres.
El retorno de Murillo es equiparable al retorno de Rafael, porque ambos fueron subestimados en la época contemporánea. ‘Una suite al lado de una ópera’, define el director del Prado, Miguel Zuaza, la exposición de Murillo comparada a la de Rafael. Pero ojito con las suites: el conjunto es pequeño pero es extraordinario, como es casi desconocido el eje temático alrededor del cual se agrupan: la relación del pintor, ya maduro y consagrado, con don Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla, que será su mecenas y después gran amigo personal del artista. En torno a esta etapa concreta, la muestra va a contribuir significativamente a la rehabilitación de sus obras, la valoración del contexto geográfico donde nacieron, la mejor comprensión de la evolución de su técnica, el coleccionismo de sus obras, y la definición de su catálogo. Por eso insistimos tanto en que en el Prado no pueden faltar sucesivas y sistemáticas exposiciones sobre artistas españoles revisitadas con mil motivos y diez mil disculpas. Porque es la forma de potenciar y aprovechar el legado. Además, la muestra se presentará posteriormente en el Hospital de los Venerables de Sevilla, entre octubre y enero de 2013 -impulsando la oferta cultural sevillana-, y finalmente viajará a la Dulwich Picture Gallery de Londres de febrero a mayo del próximo año, mejorando la imagen española, que falta hace, a base del conocimiento de su cultura.
De las diecisiete pinturas que se exponen, cinco de ellas han sido restauradas para esta exposición, de larga y meritoria maduración por parte del comisario y director adjunto de Conservación del Prado, Gabriele Finaldi. Un viaje al corazón del Barroco sevillano, a una ciudad que a mediados del siglo XVII estaba entre las más importantes de Europa, cruce de influencias, crisol de continentes, metrópolis global y meta de espíritus cosmopolitas, los refinados turistas de entonces. Un entonces en el que las 17 obras de Murillo que hoy se exponen estaban todas en la ciudad; hoy sólo queda una.
El extraordinario talento de Murillo incluye todos los registros barrocos, deleite de los sentidos, distanciamiento en los retratos, manejo exquisito de la luz y el color, capacidad para mostrar el lado trascendente de la realidad. La abundante presencia de la temática religiosa puede actuar de barrera en esta época incrédula, pero Zugaza pide al visitante ir más adentro, profundizar con la mirada hasta apreciar la que define ‘grandísima ofrenda de un magnífico maestro en toda su plenitud’.
Desde la gran exposición sobre Murillo celebrada en Londres y Madrid en 1982, habían tenido lugar otras varias, pero esta busca su motivación en la relación entre el pintor y el mecenas, entre el contratado y el contratante. Justino de Neve, heredero de ricos comerciantes flamencos que habían hecho su fortuna con las demandas del nuevo continente, había fundado el Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla, actual sede de la Fundación Focus-Abengoa, donde estuvieron colgadas tres de las obras presentes. También supervisó la reconstrucción sobre una sinanoga de la iglesia sevillana de Santa María la Blanca, para la que destinó otros encargos al pintor, y además como colecccionista privado llegó a atesorar 17 ‘murillos’ en una colección de más de centenar y medio de piezas, inusual para aquella época.
Neve financió algunas de las obras más destacadas y originales del pintor sevillano como los cuatro grandes lunetos de la Fundación de Santa María la Mayor -tres de ellos restaurados para la ocasión-; la Inmaculada de los Venerables (también conocida como la Inmaculada “Soult”) del Museo del Prado; las alegorías de La primavera (La florista), también restaurada para la exposición, y El verano (Hombre joven con una cesta de frutas), de la Dulwich Picture Gallery y la National Gallery of Scotland, respectivamente; y unas refinadísimas pinturas de temática religiosa sobre obsidiana procedentes del Museo del Louvre y el Houston Museum of Fine Arts.
Destaquemos por encima de todo el autorretrato del pintor y el retrato de su amigo Justino que se miran impertérritos al inicio de la muestra. Ambos proceden de la National Gallery de Londres y dado que representan la idea básica de la exposición merecerían atención pausada. Siete años separaban las edades de ambos y el canónigo fue para el pintor algo así como lo que supuso Felipe IV para Velázquez, un seguro apoyo para ejercer sin trabas. El autorretrato es quizás el más destacado de la pintura española y es comparado habitualmente -no sabemos por qué- a la forma en que Velázquez se inmortalizó en Las meninas. Su mano izquierda se apoya en el marco y sobresale del mismo. Entres sus útiles de trabajo, una inscripción dice: ‘Bart. Murillo seipsum depin/gens pro filiorum votis acpreci/bus explendis’ (‘Bartolomé Murillo se retrata a sí mismo para cumplir los deseos y las oraciones de sus hijos’).
Los dos murales para Santa María la Blanca, cuyos trabajos de remodelación fueron costeados en parte por el canónigo Justino de Neve, -‘El sueño del patricio’ y ‘El patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio’- miden cinco metros y son las piezas más grandes de la propuesta. Contrastan con la miniatura sobre cobre de seis centímetros de tamaño de la colección del propio Neve, que es la pieza más pequeña. Entre medias, ‘La Inmaculada de los Venerables’ engarzada de nuevo en su marco original y asombroso, ‘puerta dorada a visión celestial’, dice Finaldi. La tela fue expropiada por las tropas napoleónicas, comprada por el Louvre por el precio más alto que nunca pagara hasta entonces, y retornó a España en 1940 gracias a un intercambio de los gobiernos de entonces. Desde 1813 el lienzo no se unía a su marco original, un acontecimiento sin duda.
La exposición reconstruye los ambientes orginales de las piezas de carácter religioso, donde los altos emplazamientos han dificultado secularmente su contemplación. Caso especialmente notable es el ‘Bautismo de Cristo’ que por vez primera puede verse de cerca. De Budapest ha llegado ‘Jesús niño repartiendo pan’, originalmente en el Hospital de los Venerables donde probablemente algunos de los ancianos sacerdotes recluidos sirvieron de modelo al pintor. Y otra gran novedad, el ‘San Pedro Arrepentido’ que se llevaron las tropas francesas de su emplazamiento en el Hospital y ahora vuelve a la luz desde una colección privada británica que ha sido muy difícil de localizar. Finalmente, se reúnen las tres pequeñas pinturas sobre obsidiana que Neve poseía en su colección privada, cuyas vetas sirvieron a Murillo para imitar los rayos divinos descendiendo sobre un San José arrodillado. Probablemente las piedras de obsidiana -de procedencia volcánica y valor ritual para los aztecas- llegaron a Neve desde las Indias y a él se le ocurrió el encargo.
Este es el Murillo de sus últimos veinte años de vida: pintor consagrado, trabajador constante, maestro de discípulos. Dicen que murió prácticamente pintando, al caerse del andamio cuando pintaba los Desposorios de Santa Catalina. Aunque el grueso de su producción son obras de carácter religioso, a diferencia de otros maestros españoles cultivó también la pintura de género de forma continuada y abundante. Mucha responsabilidad en el declive de su popularidad tuvieron las inumerables copias de muy mala calidad que poblaron estampas devotas, calendarios o cajas de bombones. Pero aquí está de nuevo. Una exposición recoleta y delicada que permite redescubrir al pintor sevillano con un interés renovado.
Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 8
Despliegue: 8
Comisariado: 8
Catálogo: 8
Museo del Prado
“Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad”
Comisario: Gabriele Finaldi
Coorganizada con la Fundación Focus-Abengoa y la Dulwich Picture Gallery
Del 26 de junio al 30 de septiembre
Posteriormente viajará a las sedes de la Fundación Focus-Abengoa en Sevilla y la Dulwich Picture Gallery en Londres.