Un débil hilo conductor es disculpa para juntar un buen ramillete de grandes obras
Para abrir la temporada y celebrar el vigésimo aniversario de su apertura, el Thysssen apuesta por Paul Gaugin, el pintor francés que emigró a los mares del sur, se estableció en los paraísos oceánicos e inmortalizó para siempre a las mujeres taitianas, sus paisajes y ambientes. Una treintena de sus obras llega rodeada por más del doble de trabajos de otros pintores europeos que siguieron sus pasos en busca de lo exótico y también gozan de fama, como Emil Nolde, Henri Matisse, Wassily Kandinsky, Paul Klee y August Macke. ‘Gauguin y el viaje a lo exótico’ es otra incursión en la pintura de hace un siglo, la favorita de los públicos actuales; una exposición abarcable y cuidada que tiene asegurado un gran éxito de visitantes.
Con la huida de Paul Gauguin a Tahití como hilo conductor, la muestra abunda en el modo en que el viaje hacia mundos desconocidos, primitivos e inocentes, frente a la ya industrializada y masificada Europa, influyó en la renovación del lenguaje creativo y la irrupción de las vanguardias.
Comisariada por Paloma Alarcó, jefe de Conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza, la exposición reúne 111 obras cedidas por museos y colecciones de todo el mundo como la Fondation Beyeler de Basilea, el Albertina de Viena, el Bellas Artes de Budapest o la National Gallery of Art de Washington. Entre los préstamos tienen especial relevancia los lienzos de Gauguin ‘Matamoe’ (Muerte. Paisaje con pavos reales) (1892), procedente del State Pushkin Museum of Fine Arts de Moscú, ‘Dos mujeres tahitianas’ (1899) del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, y ‘Muchacha con abanico’ (1902) del Museum Folkwang de Essen. También destaca la contribución de la Fundación Nolde que ha prestado seis acuarelas del artista de la serie Nativos de los Mares del Sur (1913-1914), o del Centre Pompidou de París con obras del legado de Kandinsky.
Fue mucho lo que influyó el llamado primitivismo, -la atención por la estética de culturas consideradas inferiores cuyos productos artísticos sólo eran valorados como antigüedades para coleccionistas- en el cambio conceptual y formal del arte del siglo XX. Europa había colonizado el mundo, y para muchos creadores el encuentro con otras civilizaciones revolucionó su mente. Los más osados viajaron ‘al fin del mundo’ para verlo con sus propios ojos, para impregnarse de nuevos ímpetus en un momento en que se palpaba la decadencia en el arte occidental. La tendencia había comenzado un siglo antes con las incursiones románticas por el sur de Europa y el norte de África que abrieron la ruta de lo exótico. A finales del siglo XIX, el creciente escepticismo con las virtudes de la sociedad moderna empujó a bastantes intelectuales a reencontrarse con el propio yo fuera de los convencionalismos occidentales. Ese sentimiento excitó el deseo de viajar a los confines de la Tierra con la esperanza de encontrar en los lejanos paraísos no contaminados la última oportunidad de salvación. Si hay un artista que personifica este impulso es Paul Gauguin.
La exposición, según el equipo responsable, aborda tres cuestiones a lo largo de un itinerario en ocho salas: la primera sería la propia figura de Gauguin, cuyas escenas de la Polinesia forman parte hoy de la imaginería de la cultura de masas y ejercieron ayer una poderosa influencia en movimientos artísticos como el fauvismo francés y el expresionismo alemán. La segunda trataría del viaje como vía de escape, como salto atrás a los orígenes utópicos que anhelaba el primitivismo. La tercera se referiría a la concepción moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía. Enfrentados al resultado de estas ideas, la exposición ciertamente parte de Gauguin, pero su presencia va diluyéndose de forma un tanto imprecisa entre el resto de los convocados hasta terminar en una mezcolanza no por formada de piezas excelentes más inteligible, teniendo en cuenta además que la selección de obras resulta demasiado ecléctica y que las expuestas de algunos de estos viajeros hacia lo exótico nada tienen que ver con el tema propuesto.
El recorrido arranca con la obra ‘Mujeres de Argel en un interior’ (1849), de Eugène Delacroix, que fue uno de los primeros artistas en viajar al norte de África, enfrentada al mítico ‘Parau api’ (¿Qué hay de nuevo?) (1892) de Gauguin, pintado medio siglo después pero bajo su influencia. Es en las primeras salas donde se concentra la treinta de obras del pintor parisino, que viajó primero a Martinica junto al pintor Charles Laval en 1887, lo que supuso el giro transcendental de su vida. Esta primera experiencia artística ante la espesura tropical y el encanto de las gentes de la isla cambiarán definitivamente su lenguaje pictórico.
Ya en el paraíso tahitiano, Gauguin se volcó en la representación de la deslumbrante naturaleza y de la cultura maorí que iba a desintegrarse velozmente. Son sus grandes obras ‘sintetistas’, ‘Matamoe (Muerte con pavos reales)’ (1892), ‘Dos mujeres tahitianas’ (1899) o ‘Mata mua’ (Érase una vez) (1892), escenas intemporales de una añorada prehistoria con humanos siempre felices en armonía con la naturaleza. Una visión idílica que idealizaba la realidad. Después, el deterioro progresivo de su salud física y mental dio paso a un periodo en el que sus composiciones se vuelven más oscuras, misteriosas y siniestras. Gauguin empieza a percatarse de que en los trópicos paraíso y maldición están muy próximos, de que en la vida en todas partes y momentos la felicidad siempre está nublada de inconvenientes; y así el an helado paraíso tahitiano terminará como otro paraíso perdido de los muchos soñados por los hombres y mujeres de nuestra especial especie.
La relación con la naturaleza salvaje, real o imaginaria, se convirtió también para otros artistas como Henri Rousseau, Franz Marc, August Macke, Emil Nolde, Otto Müller o Henri Matisse, en ensoñaciones escapistas, callejones sin salida transmutados en veredas exhuberantes a través de las que recuperar la inocencia y el verdadero sentido del arte. Gauguin se convirtió en los primeros años del siglo XX en el nuevo canon para los expresionistas alemanes, los primitivistas rusos y los fauvistas franceses. Mientras que muchos de ellos, como Ernst Ludwig Kirchner, Erich Heckel o André Derain, estudiaron el arte primitivo en los museos etnográficos, algunos como Emil Nolde o Max Pechstein se embarcaron hacia tierras lejanas en busca de lo exótico. Las antológicas de Gauguin que se celebraron tras su muerte en 1903, colaboraron a su popularidad entre las nuevas generacione pictóricas.
El exotismo romántico y la seducción de las noches tropicales de Paisaje con perro (1903) de Gauguin, uno de los últimos lienzos que realizó en Atuona antes de morir, se hermana con ‘Noche de luna’ (1914) de Emil Nolde, una imagen simbólica de su viaje a los Mares del Sur, y con la intensidad emocional del conjunto de acuarelas y bocetos de Kankinsky, Macke o Klee que acompañan al capítulo final. La exposición se cierra con la estancia de Henri Matisse en la Polinesia francesa en 1930, donde coincide con el rodaje de Tabu (1931) del director de cine expresionista alemán Friedrich Wilhelm Murnau, que se proyecta ininterrumpidamente estableciendo un estimable efecto final.
Hace ya unos cuantos años este mismo museo presentaba la exposición ‘Gauguin y los orígenes del simbolismo’ (Museo Thyssen-Bornemisza y Fundación Caja Madrid, del 28 de septiembre de 2004 al 9 de enero de 2005), centrada en su primitivismo inspirado en la cultura popular de Bretaña. Ahora se arranca precisamente donde terminaba aquella exposición, con la huida de Gauguin a Tahití, la sublimación del primitivismo por la vía del exotismo. Después de este puñado de pintores, más y más intelectuales acudieron a la llamada del sur, poniendo de moda el exotismo de esos otros mundos desconocidos. Con la implantación del Estado del Bienestar terminó llegando el turismo de masas que puso al alcance de las inmensas clases medias y las capas altas trabajadoras los últimos reductos del planeta. Hoy cualquier prejubilado va a las cataratas de Iguanzú o a la cordillera del Tíbet o al Amazonas, como si nada y probablemente para nada. El mundo entero ha sido sometido a la pulsión materialista de la que Gauguin y los demás buscadores de refugios lejanos intentaron huir sin conseguirlo. Por eso la gente sigue encontrando consuelo en estas estampas de un mundo pasado, inocente y puro que ni siquiera entonces existió.
Aproximación a la exposición (del 1 al 10)
Interés: 7
Concepto: 6
Despliegue: 6
Comisariado: 6
Catálogo: no examinado
Actividades complementarias: 7
Museo Thyssen-Bornemisza
Gauguin y el viaje a lo exótico
Del 9 de octubre de 2012 al 13 de enero de 2013
Comisaria: Paloma Alarcó, jefe de Conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza.
Comisaria técnica: Marta Ruiz del Árbol, Área de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza.
Más información: www.museothyssen.org