De todo este esfuerzo sensorial, "experiencial", interactivo y dinámico, ¿con qué idea salen los niños de un museo?
Educadores, maestros y pedagogos coinciden en que es en lo más temprano de la infancia cuando las emociones y los estímulos se graban con mayor intensidad en nuestro cerebro. Con esto en mente, hace ya más de una década que la mayoría de los museos más importantes de Madrid, públicos y privados, así como salas de exposiciones de instituciones como la Casa Encendida (Bankia) o la Fundación Mapfre, dedican una parte de sus recursos y tiempo a invitar a niños de desde cuatro hasta doce años y sus familias a pasear entre obras de arte. Responsables del servicio de educación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de EducaThyssen (nombre del programa didáctico del área de educación del Museo Thyssen-Bornemisza), el Gabinete Pedagógico del instituto de cultura la fundación Mapfre o el área de Educación de la Casa Encendida, (el centro cultural de la Obra Social de Caja Madrid), se estrujan la cabeza cada nuevo curso para ofrecer actividades lúdicas a la par que instructivas a padres y madres deseosos de estimular a sus pequeños: visitas y talleres se diseñan cada temporada para acompañar a las exposiciones y plantear una mirada divertida y ágil que aleje lo más posible los conceptos «museo» y «aburrido» en los jovencísimos intelectos.
Al margen de las tradicionales visitas escolares, que se realizan durante la semana y se enmarcan en las excursiones colegiales de primaria y secundaria, los talleres para familias se plantean como opciones de «ocio educativo»: una manera entretenida de pasar la mañana o la tarde del sábado o el domingo, con el aliciente de salir habiendo visto y aprendido algo nuevo y esa agradable sensación paternal de haber hecho algo instructivo y bueno por los niños.
El reto es más grande de lo que pudiera parecer a primera vista. Mantenerse durante más de cinco minutos observando algo que no se mueve ni emite sonidos seguramente sea algo muy fuera de lo normal para la mayoría de nuestros hijos. Por eso, las actividades se diseñan acentuando todo lo que pueda haber de llamativo para ellos en cada exposición o recorrido artístico, y los educadores que dirigen las visitas se esfuerzan por acercar la obra con anécdotas, juegos, curiosidades, logrando en la mayoría de los casos algo cercano al milagro. Y todo ese esfuerzo encuentra una entusiasta acogida por parte de los progenitores: los talleres suelen llenarse, y, en el caso por ejemplo del Museo del Prado o del Reina Sofía, donde los talleres son menos numerosos, hay hasta lista de espera. A la fuerte demanda hay que añadir que los talleres, con todo el despliegue de medios y esfuerzo intelectual y humano que conllevan, son baratísimos al depender de fundaciones (Thyssen, Mapfre, Banesto en el caso del Reina Sofía, Caja Madrid). Son baratos especialmente si los comparamos con un día en el parque de atracciones, en el zoo o en una piscina de bolas de barrio: desde el gratis total del Reina Sofía o la Casa encendida, a los seis euros del Thyssen, pasando por dos euros «simbólicos» de la fundación Mapfre. Relamente, no se puede conseguir más por menos .
Organizados por edades y horarios, los talleres suelen tener una primera parte de recorrido por unas pocas y muy seleccionadas obras del museo. El Thyssen echa mano de su nutridísima colección de famosas obras de arte para hacer diferentes tipos de recorridos explicados, muy participativos, que se centran en la perspectiva (pasear dentro de un cuadro), el uso del color y la luz (mundo color), y otras seis variantes. La Fundación Mapfre elige cinco de sus retratos traídos del centro Pompidou para este curso para transmitir conceptos como la expresión o el cubismo. Más difícil todavía parece tenerlo el Reina Sofía, que en esta temporada se ha propuesto acercar su colección 3 («De la revuelta a la postmodernidad. 1963-1983) a las familias: en un giro interesante, artistas circenses juegan con los niños a entender qué supone el equilibrio, la visión del artista, y la relación de la obra con su público. La Casa Encendida da un paso más allá: su taller es solo para niños, los padres se quedan fuera. Y se atreve a mostrar a los niños cabezas cortadas y arañas gigantes de la artista francesa Louis Bourgeois, fallecida en 2010.
A excepción de la del Reina Sofía, las visitas se completan con una segunda parte que suele ser la preferida por los pequeños: el taller propiamente dicho, donde se pone en práctica con papel, colores, plastilina, recortes o lo que sea necesario todo aquello que se ha visto y escuchado. Ahí es donde los visitantes practican algo que lamentablemente van abandonando en la mayoría de los casos al aproximarse a la adolescencia: el arte en acción, la expresión artística, algo que les es asombrosamente natural a los niños y que todos los padres les gusta fomentar.
De todo este esfuerzo sensorial, «experiencial», interactivo y dinámico, ¿con qué idea salen los niños de un museo? Cuesta conocer de primera mano y a bote pronto lo que les ha parecido exactamente la experiencia. ¿Recordarán dentro de un día que Pablo Picasso pintaba con formas geométricas, que Monet no dibujaba sus cuadros, les sonará en un futuro el nombre de Rothko, o, más difícil todavía, de artistas contemporáneos como Louis Bourgeouis, el panel con huevos de Marcel Broodthaers? Lo importante, insisten los profesionales que se dedican a esta agotadora pero satisfactoria tarea, no es que aprendan muchas cosas o pocas: es que, cuando sean adultos, visitar un museo, de forma crítica y activa, sea en ellos algo natural.