Una versión más optimista del deprimente clásico. Como si Charlot se hubiera apuntado a la espera
Si hay una obra mítica en el teatro contemporáneo es esta. Desde su estreno en 1953 no ha dejado de representarse y eso que en esta tragicomedia no pasa nada en el primer acto y mucho menos en el segundo. Alfredo Sanzol, uno de nuestros mejores dramaturgos, no ha resistido la tentación de enfrentarse a ella. Su versión es buena, inclinada al humor y de bella factura. ‘Esperando a Godot’ seguirá vigente mientras subsista la complicidad de los espectadores con este jalón teatral del siglo XX al que hay que permitirle lo que a nadie más debe consentirse, letal aburrimiento para apenas atisbar el precipicio.
En unos personajes ridículos, en dos horas exasperantes, en una trama repetitiva, en unos diálogos entre besugos y en una espera obligatoria e interminable Samuel Beckett quiso simbolizar el tedio e insignificancia de la vida humana, las ideas del Existencialismo que entonces se imponían en Europa. No entendemos nada, no podemos hacer nada, no somos nadie. El mundo es nada. Vladimir y Estragón representan, acaso como ningún otro personaje, el desvalimiento del ser humano en la segunda mitad del siglo XX, cuando ya no queda esperanza alguna de redención tras dos guerras mundiales consecutivas y el fracaso monstruoso de las ideologías. Es el vacío anterior al descubrimiento de la sociedad de consumo. Pero aunque temporalmente el bienestar de los objetos palió la angustia, el modelo también ha quebrado y hoy más que nunca seguimos esperando a Godot, algo que no existe, que no puede venir y que nunca veremos.
Alfredo Sanzol ha elegido moverse lejos de la trascedencia, por veredas despejadas de filosofía y dolor, en una versión que potencia el humor intrínseco de la pieza quitándola acidez y sarcasmo. Ha querido huir del absurdo paralizador y del terror inmóvil potenciando los ecos que la obra tiene de los Hermanos Marx, de Laurel y Hardy, aunque aquí no haya ningún gordo sino los dos flacos vagabundos habituales. El gigantesco escenario del Valle Inclán, su enorme altura teñida de azul intenta sacar el drama de su ensimismamiento obsesivo. ‘Camino en un descampado, con árbol. Atardecer’, señala Beckett en el inicio de la pieza. esta vez no hay camino, el árbol es tan escuálido que parece un arbusto y está acompañado de algunos matojos.
La impresionante propuesta escénica de Alejandro Andújar, está matizada con una elegante iluminación a cargo de Pedro Yagüe que ni siquiera pretende reflejar de forma realista el paso de las escasas treinta horas en que trascurre la pieza y sólo el emerger de una enorme luna llena apunta la llegada de la noche. En este contexto sólo nos quedan los personajes, todo depende de los actores. Y ahí se gana la partida. Juan Antonio Lumbreras hace un entrañable Vladimir casi de mimo, recurriendo a la inspiración de Chaplin. Paco Déniz le acompaña como su inseparable Estragón, aún más desvalido si cabe, alguien que no recuerda, que no quiere recordar, lo que hizo ayer, porque es lo mismo que lo de hoy e idéntico a lo de mañana. El estrafalario Pozzo corre a cargo de Pablo Vázquez y el conmovedor Lucky es Juan Antonio Quintana, una excelente metáfora del mundo, mucho mejor que la manipuladora de la lucha de clases o la idealista del amarás a tu prójimo como a ti mismo. El chico de los recados celestiales es Miguel Ángel Amor y por eso sólo dice lo preciso. El elenco y el director están conectados, la obra se sujeta en una red de detalles mínimos que siempre dicen algo.
Sanzol ha cumplido 40 años y se ha colocado en primera línea de la dramaturgia española con ‘Sí, pero no lo soy’ (2008), ‘Días estupendos’ (2010), y ‘En la luna’ (2012). En estos momentos dirige también en Madrid otra obra, ‘La importancia de llamarse Ernesto’, en el Teatro Fernán Gómez. Quiere convencernos de que esto no es teatro del absurdo y de que en esta obra pasan muchas cosas, pero nunca hubo etiqueta mejor colocada ni argumento tan vacío. Y eso no son sus defectos sino sus virtudes y lo que la hacen ‘horriblemente cómica’ como la definiera su autor.
La primera vez que vimos ‘Esperando a Godot’ fue a los 16 años y en el inolvidable Beatriz de arte y ensayo. La última, en La Abadía, hace unas temporadas. Pensábamos que la obra ya no tenía nada más que decir. Nos equivocábamos.
‘Vladimir: ¡Qué! ¿Nos vamos?
Estragon: Sí, vámonos.
No se mueven’.
Cae el telón.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Texto: 8
Dirección: 8
Interpretación: 8
Escenografía: 8
Realización: 8
Producción: 8
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 7
CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL
Teatro Valle Inclán
‘Esperando a Godot ‘, de Samuel Beckett
19 de abril a 19 de mayo de 2013
Versión, Ana María Moix
Dirección, Alfredo Sanzol
Reparto (por orden alfabético)
Muchacho, Miguel Ángel Amor
Estragón, Paco Déniz
Vladimir, Juan Antonio Lumbreras
Lucky, Juan Antonio Quintana
Pozzo, Pablo Vázquez
Escenografía y vestuario Alejandro Andújar
Iluminación Pedro Yagüe
Ayudante de dirección Pietro Olivera
Ayudante de escenografía María Matas
Producción, Centro Dramático Nacional
Fotos: David Ruano.