Ha dicho Alfredo Pérez Rubalcaba que no estamos «ante un Primero de Mayo cualquiera». Y tanto. Es el primer aniversario de la conmemoración internacional de los trabajadores con Mariano Rajoy en La Moncloa, el primero en los últimos ocho años con el PP en el poder y las cosas han cambiado sustancialmente.
La España que heredaron los socialistas era una España boyante, rica e influyente. Hoy los populares deben gestionar las cenizas provocadas por el incendio de la hoguera de las vanidades socialista y por el despilfarro de tanto nuevo rico con el humo de las brasas de un país hecho escombros a punto de la asfixia.
En esta ocasión el Partido Socialista quiere salir a la calle preocupado, dice, por la reforma laboral y los derechos de los asalariados. Las principales centrales sindicales, por su parte, han pasado del «ahora a tomar cervezas y a vivir» a la llamada a la movilización en 80 ciudades ante el ataque a los derechos de los trabajadores y los recortes, tras una huelga general convocada sin tan siquiera haber transcurrido
los primeros 100 días del nuevo Ejecutivo.
5.639.500 desempleados y una tasa de paro del 24,44%, según los datos del primer trimestre de la Encuesta de Población Activa son, desde luego, cinco millones seiscientas treinta y nueve mil quinientas buenas razones para salir a la calle ¡faltaría más! Pero no de la mano de quienes ahora se proclaman turbados porque fueron precisamente ellos quienes expandieron el incendio de la crisis con sus políticas negacionista y manirrotas.
Hasta hace seis meses España avistaba brotes verdes, según los que este Primero de Mayo de 2012 están en la calle. Los cinco millones trescientos mil desempleados previos no les merecieron su apoyo ni su respeto. Ahora sí que sí, ahora no estamos «ante un Primero de Mayo cualquiera». Y el PSOE, la UGT y CC.OO que lo digan.