De charnego a ciudadano

Toda la xenofobia y el clasismo que alentaron siempre bajo el patriotismo catalanista, y que se han hecho patentes como nunca en estas elecciones del próximo día uno de noviembre, estaban encerrados en aquella máxima, aparentemente liberal y acogedora, formulada por Jordi Pujol años antes de su llegada al poder: “Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña.” Conmigo habían dado en piedra, porque yo había nacido en Caravaca y me pensaba morir caravaqueño. Y además no entendía por qué estúpida razón tenía que renunciar a ser quien era para gozar de los mismos derechos y consideración que mis vecinos. Yo no quería ser catalán, sobre todo porque no lo era, pero también porque no me daba la gana y porque nada me parecía más humillante que obligar a las personas a abjurar de sí mismas para ser aceptadas entre los demás.

Y eso nada tenía que ver con mi alegría por vivir en una ciudad tan formidable como Barcelona, hasta entonces hecha de apertura y de promesas para todos los españoles que aspirábamos a habitar en la modernidad. La fuerza de aquella ciudad era la de haberse convertido en la sala de máquinas de la cultura española, es decir, de una cultura de todos que representaba como nadie el Serrat bilingüe, y en la que podíamos pasar de los versos de Espriu a los de Gil de Biedma sintiendo tan nuestros al uno como al otro.

Pero el lema del Gran Hacedor de la Patria, Pujol, contenía edulcorado todo el desprecio hacia “els de fora”, “els castellans”, que hoy se ha enseñoreado de aquella Cataluña que un día fuera la patria de la libertad, y hoy lo es de los Rubianes y otros sicarios de “una burguesía”, en expresión del propio Gil de Biedma. Aquello no era más una estratagema, la formulación amable de un principio irreductiblemente nazi: aquí sólo cabemos, en efecto, los idénticos.

Lo que venían a decirte era que te dejaban hacerte catalán porque, ojito, sólo siendo catalán podrías contar como persona. Y, por supuesto, que hacerte catalán, que era lo que tan generosamente te ofrecían, consistía en tragar con los mitos esenciales de un catalanismo dispuesto a reiniciar su camino imperial: Cataluña es una nación con una lengua propia, el catalán, que es por tanto la lengua nacional, en la que tendrás que estudiar y vivir; los catalanes somos diferentes, no somos españoles, y tú tendrás que aceptar esa diferencia y renunciar a tu sentimiento de españolidad; debes estarnos agradecidos y besar por donde pisamos, sucio charnego, porque aquí te dimos cobijo y alimento, y por ello no puedes poner en duda ninguna de nuestras verdades nacionales; y además, ya sabes, el Barça es más que un club, y sobre todo, sobre todo, charneguico, pijoaparte, ‘mursianu’, no se te ocurra poner en cuertión el orden social de la Cataluña eterna, esa invisible barrera entre ‘nosaltres’ que ‘som el que som’, como dice la Esquerra del hijo del guardia civil, y ‘vosaltres, els altres catalans’. Todos catalanes, pues, pero cada uno en su sitio, ‘no fotem’. En suma, que o te asimilabas (que significa “asemejarse”), incorporándote a la plenitud ciudadana a través de la asunción de sus símbolos, empapándote de aquellas verdades indiscutibles y la división social que suponían, o ya sabías dónde tenías la puerta.

Eso, y no otra cosa, es lo que empuja a las juventudes del PSC-PSOE (el principal instrumento de engaño y asimilación de que se ha servido el catalanismo) o de la Esquerra a atacar a los políticos del PP o a los intelectuales “españolistas”, como Savater, Caja y tantos otros, impidiéndoles hablar, arrojándoles de todo, o poniendo su nombre entre dianas y hermosas leyendas de “puta Espanya”, porque son “enemigos de Cataluña”, entendiendo por Cataluña ese conjunto de dogmas cuya discusión condena al exilio civil.

Y eso, de manera extremadamente miserable, es lo que hay detrás del acta notarial de Mas, jurando en arameo que no pactará con un PP convertido en encarnación del mal por español y madrileño, o sea, ‘judío’, cuando además todos sabemos que no es más que un truco malo para salvar la cara ante sus propios electores neonazis. Y eso, lo que ponía de los nervios a Pujol ante Vidal-Quadras, el único político de impecable pedigrí autóctono que se atrevió a dinamitar desde dentro los mitos de ese orden social, a proclamar la naturaleza bilingüe y española de los catalanes, lo que le convertía en un peligro público en el oasis de irrespirable mierda –con perdón- nazionalista en que se estaba convirtiendo Cataluña.

Y, desdichadamente, la aceptación de ese inamovible orden social y cultural es lo que representa José Montilla cuando reniega de sí, se hace llamar Josep y se proclama catalán. Lo que está diciendo, y ni siquiera estoy seguro de que lo sepa, de que sea plenamente consciente de la naturaleza felpuda de su declaración, es que sin esa ‘conversión’ a la verdad revelada, sin pedir perdón por su origen y arrepentirse, no habría podido llegar a ser, no ya presidente de Cataluña, sino ni siquiera candidato. Es decir, que Montilla puede que sea el primer candidato ‘negro’ a la presidencia de los Estados Unidos, digo de Cataluña, pero es que ha tenido decir que es ‘blanco’, aunque parezca de Córdoba, para llegar a serlo. Su locura es como la de Michael Jackson, pero mucho más infantil, como le recordaba el sinuoso señorito nazionalista, Sala i Martin (lo de Martín en vez de Martí debe ‘hacérselo mirar’), días pasados, en la famosa entrevista de la Vanguardia en la que no hizo sino recordarle a Montilla que se morirá sin ser un verdadero catalán y que ser de Iznájar no se limpia ni con los baños en leche del loco Jackson. Es, por lo demás, lo que se merecen los falsos ‘Espartacos’ que conducen a su gente no a la libertad y la igualdad, sino a una emancipación vigilada.

Y por eso les deseo lo mejor el próximo día uno a los Ciutadans de Catalunya, porque hoy representan una lucha casi heroica por los más elementales derechos democráticos: hablar, creer, sentir, votar en libertad, sin más límites que el marco constitucional que nos hace iguales, frente al estatuto nazionalsocialista que les ha confirmado en su condición de “extranjeros en su país” (Antonio Robles). Están hartos de tener que pedir perdón por no levantarse cada mañana con la barretina en el cerebro. Por querer vivir sencillamente libres. Como ciudadanos y no como siervos. Como españoles y no como montillas.

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