La fin del mundo y el triunfo del capitalismo

Ustedes hagan lo que quieran, pero yo voy a fundirme lo poco que me queda antes de que las deudas se me lo coman ‘tó’. He hecho balance y me sale que debo 167.000 euros, más mil doscientos de atrasos de la comunidad y el pan de la semana en mi panadería, y que al precio que está ya me sube otro pico. Total, que visto lo visto he decidido no darle un jodío euro más a mi querido Banco (que ojalá alcance la Gloria antes de que yo acabe estas líneas), aunque sólo sea por hacer lo contrario que Zapatero, que es la norma que me he impuesto en la vida para mantener cierta integridad moral. Ya no temo nada. Si esto se va a tomar por saco, porque se va. Y si no se va, porque no se va, me pienso dar los lujos que aún me dejen mis acreedores antes de enviarme al cobrador del frac a correrme a cocotazos y mandarme a vivir a una solución habitacional de cielo raso.

No diré que me voy a instalar en un puticlub hasta el delirio, pues sospecho una cierta reacción adversa en mi entorno, ya se sabe que las mujeres carecen de nuestra amplitud de miras y suelen conformarse con viajes, joyas, perfumes, modelos de Carolina Herrera y la utilización de alguno de sus amantes para que nos muelan a palos por bandidos y puteros. Ellas, el lujo, lo entienden así. A mí, al contrario, me gustaría viajar hasta el Bulli de Ferrán Adriá, a hincharme de aires y espumas, metáfora final de estos tiempos donde todo era aire deconstruido, inversiones de espuma desecada.

Me conformaré, dada la situación de mis finanzas, con comprarme todos los discos de Rafael Farina, la colección completa de Villarriba y Villabajo, unas entradas para una buena corrida de toros en alguna de esas plazas silenciosas a que me llevaba mi padre de pequeño, una plaza donde pueda escucharse la muleta al deslizarse, y comerme luego media fábrica de embutidos del Campo San Juan y unos gazpachos en Otos. Y lo pasao, pasao. Y, eso sí, dos cajas de botellas de Partal y unas matas de tabaco verde para ir haciendo camino hasta el pico del Buitre, donde pienso subir a descojonarme y celebrar el espectáculo fascinante de esta fin del mundo, de esta castaña general del capitalismo a cuya salvación, que es lo mejor, han acudido raudos no ya sus defensores, sino sobre todo sus denodados enemigos, toda la “Ziquierda” revolucionaria con el Capitán Araña rojo al frente y Zerolo en retaguardia.

En estampida han salido los albaceas del progresismo a rendirse al sistema de cuyo denuesto viven, a entregar los impuestos de la gente para la salvación de unos banqueros que nos han estado sacando la sangre hasta que ya no nos quedó más. Bancos que nos cobraban hasta por dejarles el dinero, que es ya el copón.

Zapatero les lleva más sangre. Sangre de las clases medias que creyeron en el mérito y el ahorro y a las que los emperadores que ayer se sentaron con el Desenterrador Intransitivo, a hacerse la foto más obscena del siglo, han sometido a una atroz terapia de hipnosis y lisérgico. Sangre de las empresas decentes que pensaban que el trabajo, la calidad y la imaginación eran la vía hacia la riqueza. Sangre de los trabajadores que quisieron un piso y una casita en la playa, el milagro español después de una historia desdichada. Sangre de los confiados que hicieron planes de pensiones o cayeron en los fondos sin fondo de los julais que se forraban con papel, mientras los organismos “reguladores” se convertían en “arregladores”, ocupados por aquí unos amigos, tipo Arenillas, que gastaban su tiempo en vinos de tropecientos euros en los restaurantes de lujo de la Corte con los mismos tironeros a los que debían vigilar. O se callaban, como ese MAFO del Banco de España que ha estado como Rambo, desaparecido, durante todos los años en que ZP soltaba anestesia por la boca y nos sonreía para que no viéramos el trile.

Zapatero quedará para la Historia como un verdadero hito revolucionario: en vez de repartirnos el dinero de los bancos y quedárnoslos, les va a entregar a los bancos el nuestro. Esta es la verdad de este Robin Hood de Cifesa y buñuelos, de oquedad y vidrio, de rencor posmoderno y máscaras de ceniza: que grava a los pobres para entregárselo a los ricos. Esa es su foto con los banqueros, él solo allí, salvando al sistema al que llama culpable. Nada ilustró nunca con más claridad la victoria del capitalismo: seguiremos pagándoles por quedarse con nuestro dinero. Pero al menos unos cuantillos deberían pasarse alguna temporadita en chirona, que aclara mucho la vista.

Y nada, tampoco, ha puesto tan a la luz la mentira esencial, inmanente, de este ZP y de su izquierda pánfila, de esta progresía adinerada que agita la ceja al volante de sus deportivos subvencionados mientras barrunta cómo llevárselo crudo a algún paraíso fiscal.

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