ENTRE DOS SIGLOS. Una historia de superación entre un maestro y sus alumnos

ENTRE DOS SIGLOS. Una historia de superación entre un maestro y sus alumnos

(Una historia entre don Facundo, el Diestro por obligación, y el niño Millancín, el Rubio, que luego se hace hombre a fuerza de superar barreras, penalidades y desdichas)

EL COLÉRICO, ENFURECIDO E IRACUNDO torbellino de los vientos que rodeaban la colina del castillo se dio la vuelta entre los torreones desvencijados que dominaban las vistas del pueblo y fue a lacerarle a Millancín, el Rubio, en medio de los ojos, haciendo que los cerrase de golpe, por el topetazo gélido de los fríos… Millancín, el Rubio, había sentido toda la cara herida, magullada y contusa por la punción de los agudos aguijones del helado invierno, esas espinas sin cuerpo que venían cabalgando sobre las ventiscas de su pueblo para clavarse en la carne que encontrasen, como puyas afiladas y punzantes de los carámbanos del aire abierto.

Eso sucedía cuando se desataban los glaciales bóreas y aquilones de su comarca, que ya le habían enrojecido ese año las orejas y se las habían llenado de hinchados sabañones, así como también todos los anteriores periodos gélidos de su infancia, desde que él tenía memoria.

Millancín, el Rubio, sabía que de los sabañones no había forma de librarse ni  de protegerse, aunque se ajustara bien la pelliza de cuero y el capuchón de lana con que se protegía cabeza, cara y cuello. Ni siquiera servía de abrigo contra ellos el calor de la lumbre y el cobijo de las brasas de la chimenea donde su madre ponía sus pucheros y calderos.

Al contrario, allí, junto a los tizones y las ascuas, es donde se notaba el contraste del calor de los leños ardiendo con el frescor inclemente y lacerante que traía de los campos, y entonces, al resguardo de los troncos, el rápido calentamiento de su cuerpo se acompañaba con el ardor y el picor enrojecidos que le provocaban erupción y sarpullido por varias partes de su menuda corpulencia…

Pero sobre todo era en las orejas donde más notaba las ronchas rojas y los habones irregulares hijos de los glaciales vientos coterráneos, porque los pabellones auditivos los tenía algo prominentes y huidizos, como dos velas de molino esperando el azote de las ráfagas y los ramalazos de ese zarzagán muy aterido, paralizante y endrino que se gastaban los inviernos de sus montes.

El niño de los sabañones, Millancín, el Rubio, no subía por gusto al cerro del castillo los días de dura invernada, sino porque era el mayoral con mando en plaza sobre el único rabadán de la cuadrilla de uno solo que componía él mismo, sin que necesitara más humana compañía, en su soledad obligada.

El mando lo tenía sobre las quince ovejas, tres cabras y un burro que su padre le había entregado en autoridad y potestad de gobierno y jerarquía al cumplir los diez años justos, para que los cuidase y protegiese como súbditos, llevándolos de aquí para allá por los pastizales y dehesas del burgo.

Esto de “burgo”, Millancín, el Rubio, se lo había oído decir a un hombre docto que vino una vez de la capital y que había utilizado esa palabra para referirse a su pueblo o aldea, igual que también había pronunciado expresiones como “aldehuela”, “lugar” y “caserío” para referirse a su sitio. Pero a ellos, a su padre, a su madre y a él les bastaba con saber que era el municipio donde habían nacido.

Porque municipio era y tenía alcalde y pregonero, que a veces eran la misma persona, porque lo que no había en las arcas municipales era dinero ni siquiera para arreglar los caminos del pueblo y mucho menos para recomponer el castillo roquero, el cual según decían los doctos de la capital que venían de vez en cuando admirarlo, tenía mucha historia y casi más años que piedras intactas le quedaban.

Millancín, el Rubio, no era muy alto ni manifiesto o patente, pero sí bastante recio, resistente y nervudo. Por lo demás, respondía por cualquiera de ambos nombres, porque su padre era Millán, el Molinero, ya que ésta constituía una de las tareas que desempeñaba su progenitor para subsistir, además de otras funciones y oficios en los que era experto, a fuerza de tener la necesidad de ejercerlos para que la familia pudiera alimentarse.

El pelo lo tenía taheño y tirando a bermejo y tamarindo, pero le llamaban “el Rubio”, porque era lo más parecido a eso que había entre los chicos que quedaban en el pueblo. De forma que con ese mote creció y ya se lo había adoptado como una segunda piel sonora sobre sí mismo.

Muchas diversiones o comodidades no había en la localidad, según lo que se contaba que disponía la ciudad, pero tenía buenos prados para las ovejas y las cabras y el burro, que era lo que más le importaba en aquellos momentos.

Y todos, las ovejas, las cabras, el burro y Millancín, el Rubio, hacían vida propia por sus alrededores del municipio hasta que el niño ganadero les recogía con piedras y con silbidos, que los animales habían aprendido a reconocer y a seguir, porque sabían que eso significaba descanso y algo más de calor del que proporcionaba el campo abierto, después de subir y bajar cuestas y rumiar lo que se pudiera.

Lo de rumiar lo practicaban con excelente habilidad todos los componentes del rebaño, menos el burro que no tenía necesidad de rumiar nada, sino que comía velozmente gran cantidad y variedad de hierbas y extraía de allí agua de una forma muy inteligente.

El cierre de la escuela

EL CURSO ANTERIOR HABÍAN cerrado la escuela del pueblo, porque el número de chicos ya no era suficiente, al parecer, para que las autoridades de Madrid decidieran que merecía la pena seguir pagando el sueldo del maestro. Hasta que cerraron la escuela, con una clausura que a todos los vecinos dolió mucho, el titular de la misma se llamaba don Facundo, y era diestro -y únicamente diestro- por obligación, porque el brazo izquierdo también lo tenía medio clausurado para el uso común y corriente, aunque en su juventud era el que mejor había manejado.

El motivo del repliegue del brazo izquierdo del maestro hacia funciones de estar más que para las de servir de mucho no resultaban claras, aunque se barajaban varias hipótesis… Algunos decían que era de nacimiento, otros que había perdido su uso durante la guerra y otros en algún accidente, donde, según lenguas, aparecía una mula coceando años atrás a un maestro bastante más rejuvenecido de cómo estaba ahora, que se aproximaba a la setentena más que a cualquier otra década del calendario de la vida.

El maestro y diestro por obligación, si se le preguntaba al respecto, respondía con un humor amargo que le hacía sonreír casi de oreja a oreja dentro del bulto menudo de su humanidad, de escaso formato, proporción y envergadura:

-Este es un regalo que quiso hacerme la vida para que guarde alguna similitud siquiera con don Miguel de Cervantes Saavedra, el genio de nuestro idioma, marino que fue por los golfos y cabos de todo el Mediterráneo, antes y después de que un arcabuzazo le desbaratase el movimiento de la mano izquierda para gloria de la diestra, aunque siguió sentando plazo de soldado y luego de trabajador incansable en distintos aspectos y campos de la humana existencia.

En esta respuesta ya se veía que don Facundo, el maestro del pueblo, tendía a hacerse el ampuloso cuando hablaba, y más si estaba subido en el estrado de la escuela, desde no parecía tan pequeño ni mucho menos, sino que se crecía física e intelectualmente, y rendía tributo a los más preclaros escritores de la lengua española, a quienes casi adoraba, entre ellos al soldado y marino Cervantes, por quien sentía veneración plena.

-Y eso que por razones que ahora no voy a explicar a don Miguel de Cervantes no le correspondía el “don” por ninguno de los motivos que en su época habilitaban para usarlo, pero don y gran don de los más grandes hemos de ponerle,  para agradecer la fortuna de contarle entre nuestros compatriotas.

Concluía don Facundo frecuentemente:

-Por lo demás, es un ejemplo también admirable de persona que se crece ante las adversidades y que sin importarle mermas físicas ni carencias patrimoniales logra alzarse hasta lo más elevado de sus sueños y de los de cualquier persona humana, para salir triunfante de los más formidables retos, malaventuras, fatalidades y tropiezos.

DESDE QUE HABÍAN CERRADO la escuela, a Millancín, el Rubio, se le había acabado el tiempo de aprender cosas en los libros y debía consagrarse a su oficio de zagal de ganados, al que ya se dedicaba anteriormente en vacaciones y fines de semana, pero ahora era zagal a tiempo completo y lo de los sabañones, este año, se había incrementado.

Cerrar la escuela no fue cuestión del agrado de los habitantes del pueblo que querían un futuro mejor para sus hijos, pero la emigración había causado estragos en los años y décadas anteriores y el pueblo de Millancín, el Rubio, se iba para abajo como un buque que naufragara sin hacer señales de ningún tipo ni pedir ayuda a nadie, porque sabían que era inútil e ingenuidad pensar que alguien les haría caso y les prestaría atención en su zozobra.

De hecho, hombres y mujeres del pueblo se ofrecieron para mantener la escuela impoluta y reluciente, ya fuera necesario mantener, revocar, pintar, techar, tapar grietas o limpiar suelos y paredes de todas las dependencias, pues eso son cosas de la que se encargaría el propio pueblo.

Pero desde Madrid respondieron que quedaba la cuestión del sueldo del maestro y que esos emolumentos no se podían soportar, sobre todo teniendo en cuenta que lo mismo sucedía en otros pueblos de la comarca, de la provincia y de la región. Era el momento de echar el cierre a todas las escuelas de esta tierra, y de concentrar a los alumnos que quedasen en algún centro comarcal, entre los que el pueblo de Millancín, el Rubio, no se encontraba.

LA NOTICIA DEL CIERRE de la escuela, que la recibieron a finales del curso anterior, cayó como una bomba por todo el pueblo, porque antes se había ido el médico y el boticario, y hasta el cura se rumoreaba que tendría que marcharse, porque le pillaba más céntrico otro de los lugares del contorno, para desde allí atender a los diversos anejos a los que salvaguardaba.

Pero de la decisión de Madrid no había forma de salvaguardarse, como don Paco, el cura, les había advertido desde el púlpito cuando fueron bastantes los feligreses que vinieron a decirle que hiciese gestiones ante las autoridades, inclusive ante el obispo de la diócesis, para ver si entre todos y la ayuda de Dios obraban el milagro.

-En los entresijos de la burocracia de Madrid, no hay modo de entrometerse… Imaginaos lo que sería si tuvieran que abrir un Departamento o una Dirección General para resolver los prodigios extraordinarios y los portentos providenciales que les solicitaran desde un pueblo y desde otro, los cuales, a menudo, serían contrapuestos a lo pedido desde el pueblo de al lado.

No lo dijo con ninguna alegría, sino con bastante tristura de amargor, quebranto de acíbar y pesadumbre sacerdotal. Y ese duelo compungido, al exponer la cuestión, les llenó a todos de tanta amargura o más de la que ya tenían al entrar aquel día a la iglesia.

-Los curas entendemos de pecados, de rezos e intenciones, y si acaso podemos entrar en cuestiones de lluvias y de sequías, y podemos bendecir todo lo que se nos ponga por delante: cosechas, casas, animales y personas de todas las edades…, pero asuntos políticos en Madrid y además de ese calado como el mantener abierta la escuela, no entran dentro de nuestras atribuciones.

Lo mismo dijo el alcalde-pregonero cuando lo intentó. Que el Gobernador Civil le había dicho que España no necesitaba tanta gente que se quejase y pusiera trabas a las decisiones del Gobierno, sino gente dispuesta a contribuir más para la grandeza de la Patria, trabajando mejor y poniendo menos pegas a lo que se les ordenase.

Entre el grupo de los compañeros de escuela de Millancín, el Rubio, también cundió el desánimo cuando lo supieron, porque, aunque ya habían llegado noticias semejantes de otros pueblos de la comarca, jamás creyeron que eso llegara a ocurrir en el suyo.

De forma que Daniel, el Mochuelo, se quedó mirando fijamente a don Facundo, el maestro diestro, cuando les dio a todos la noticia de lo que pasaría el próximo curso, sin acertar a saber lo que eso significaría para las vidas de todos los alumnos, sus compañeros, y de él mismo.

Roque, el Moñigo, que para eso era el más fuerte en lo físico y también el más adelantado en otras cuestiones, se limitó a encogerse de hombros y comenzó a pensar que podría ponerse a trabajar más horas en la fragua de su padre, ya que caballerías y bestias siempre habría en el pueblo –máxime desde que cerraran la escuela-, y todas ellas iban a necesitar pasarse por la herrería para que allí les echasen un remiendo.

Germán, el Tiñoso, no dijo ni  hizo nada, porque para eso era esmirriado, enclenque y pálido, hijo de Andrés, el zapatero, el hombre que de perfil era invisible, y a Germán, el Tiñoso, casi tampoco se le veía ni siquiera de frente o desde atrás, porque ciertamente no se prodigaba en eso de hablar o manifestarse en ningún sentido.

La Mariuca-uca sí que preguntó varias cuestiones al maestro, a la que éste dio y soltó tan tremenda noticia, pero Millancín, el Rubio, no prestó atención a lo que decía, porque la Mariuca-uca, cansada de recibir negativas de todos los muchachos a los que se dirigía, ahora la había tomado con Millancín, el Rubio, y eso es algo que el chaval no podía soportar y había dejado de prestarle atención.

DON FACUNDO, EL MAESTRO diestro por obligación, sabía que a veces le abreviaban el tratamiento en el pueblo y le llamaban directamente el Diestro, y era un hombre docto y culto, como algunos de los que venían de la ciudad, pero además tenía cariño por el pueblo, y les contaba cosas de cuando el castillo no estaba arruinado sino que se erguía con todo su esplendor.

Don Facundo, el Diestro, les hablaba también de que su pueblo, aunque muy venido a menos en las últimas décadas, no era un simple pueblo, ni siquiera una villa de las de los últimos siglos, cuando ese título se compraba y se vendía según las necesidades de financiación del rey y de sus guerras, que las tenía y muchas en los más diversos lugares…

No, la suya era una villa de las de siempre, de las cabezas de territorio con un alfoz o terreno a su alrededor y otras aldeas y caseríos que se regían por el mismo fuero territorial y que venían los días de mercado a hacer sus compras y sus transacciones, con lo que la villa respiraba prosperidad y población y no se echaba en falta nada de lo que se desease.

A Millancín, el Rubio, le sorprendía mucho eso de saber que su villa había tenido fuero propio, porque tal hecho le sonaba a importantísimo y especial, tanto que sólo lo tenían otras tierras, que presumían y campanilleaban mucho y amén que tañían y repiqueteaban a más de lo que eran, pero nunca se le hubiera ocurrido pensar que lo tuviera su propia tierra “y que fuera precisamente fuente y origen de muchos de esos otros fueros tan sonados, campanudos y redichos”, como incidía y recalcaba el maestro, al explicarlo.

-Pero de esto ya hace tiempo, no os vayáis a pensar que fue ayer. Desde hace siglos nuestra tierra retrocede, pero nunca como en las últimas décadas o estos años centrales del siglo XX en los que nos encontramos.

Don Facundo tragó saliva el día que les dijo esto, según recordaba Millancín, el Rubio.

-Como sigamos a este ritmo, vamos a terminar la década de los sesenta con un veinte por ciento de población menos en esta provincia…

Alguien le había preguntado:

-¿Y eso es mucho, don Facundo?

-¡Imagínate si será…! Ni siquiera durante los periodos de guerra hay un veinte por ciento de bajas entre la población. ¡No desaparece tanta gente por muerte como está desapareciendo, evaporándose y aventándose en esta tierra! ¡Castilla se vacía y a nadie con mando parece que le importe!

Millancín, el Rubio, se quedó muy pensativo, caviloso y meditabundo al oír aquello. Había escuchado hablar, poco y entre dientes, de la guerra que hubo… Pero eso de que la paz fuese más lesiva, perjudicial y dañosa para la población que la propia guerra, no lo había oído nunca hasta aquel momento.

A lo que añadía don Facundo:

-Pues si eso pasa en nuestra provincia, con la capital incluida, que siempre retiene algún resto de población, imaginaos lo que pasa en nuestra comarca o en los pueblos de nuestro alrededor… La situación es para marearse, aturdirse y desplomarse.

“Marearse, aturdirse y desplomarse”, recordaba Millancín, el Rubio, que había dicho don Facundo hacía unos meses, mientras el zagal continuaba con un ojo cerrado para resguardarse del frío y con el otro vigilando la ladera del castillo, por si tenía que salir al quite de algún peligro que amenazase a su rebaño o arrear algún cantazo en dirección a cualquiera de sus componentes.

-Y eso es lo que le va a pasar a esta escuela, hijos míos, ¡que va a desplomarse!

Las revelaciones del maestro

POR LO DEMÁS, DON Facundo, aunque aparentaba ser severo, intransigente y estricto, como correspondía a la época, tenía un buen corazón y trataba a todos los chicos con respeto. A los más entrañables o aplicados en el estudio a veces les reunía en corro y les explicaba cosas distintas que no se atrevía a decir en el aula, por razones que no habían quedado nunca claras para Millancín, el Rubio, aunque en su interior el zagalejo se había dicho que algún día le gustaría averiguarlo.

Aquella mañana, ante los alumnos más escogidos, don Facundo se había puesto melancólico y pesaroso y les había dicho:

-Muchas veces hay que hacer de tripas corazón y tragarse los sentimientos, para no tentar a las fuerzas más superiores que nosotros mismos.

-¿Qué quiere decir, don Facundo? –había preguntado Millancín, el Rubio.

-Que a Castilla no sólo la están estrujando como una esponja en lo demográfico y en lo económico, parcelas éstas en que las autoridades no cuentan con nosotros para nada desde hace siglos, si no es para perjudicarnos…

-¿Cómo puede ser eso?

-Porque nuestras autoridades no son nuestras, ni aunque sean de aquí, sino que son de los otros y responden ante los otros.

No había quedado claro lo que había querido decirles don Facundo, pero sí lo estaba que no quería continuar por ese camino. Sólo dijo…

-También la están estrujando como una esponja en sus esencias más íntimas, la están vaciando de contenido… y además por completo, hasta desangrarla y deshuesarla por dentro, después de haberla vaciado en sus moradores.

Se hizo un silencio entre los chicos que oían aquello, hasta que el maestro añadió…

-Por ejemplo, ¿sabéis que nuestra tierra fue quien descubrió todos los continentes que no estaban descubiertos, en los siglos en que nuestra región -y nuestro pueblo con ella- contaba en el concierto del mundo?

-¿Se refiere a que España descubrió América en 1492, don Facundo? –dijo uno de los chicos, el más listo-.

-No, no me refiero a eso… He dicho “todos los continentes que no estaban descubiertos”, que son todos menos el Viejo Mundo, Eurasia y África que en realidad es el mismo continente…

Pronunciaba despacio:

-También he dicho “descubierto” que significa encontrar, dar noticia y cartografiar…

Casi silabeando, para que se les quedara grabado lo que les decía:

-Y además he dicho “nuestra tierra”… refiriéndome a Castilla, o a Castilla y su Corona, que fue quien hizo esos descubrimientos, no las otras Coronas de España, que eran muchas otras durante el Siglo de Oro, como os he comentado que se conoce aquel tiempo en el campo de las artes y de la letras.

-¿Y no fue América únicamente la descubierta, sino más continentes?

-Eso es. Todos los descubribles… Entre el XV, el XVI y el XVII, las naves de Castilla navegaron el mundo y descubrieron América en sus dos océanos, pero también desvelaron y cartografiaron la existencia de Oceanía, de Australia, de Nueva Guinea, de Nueva Zelanda y de la Antártida.

-¿Tantos?

-Todos. De modo que convirtieron el Pacífico en un lago castellano, en el cual la bandera de los castillos y leones ondeó sobre todas las tierras descubiertas y sobre todas las olas y tempestades.

-Pero, ¿por qué no se dicen todas esas cosas? En el pueblo nadie las sabe y en la capital me parece que tampoco.

-La esponja prensada y apretujada a la que están vaciando en cuerpo y contenido, para que quede deshabitada tanto por fuera y como por dentro de su corteza terrestre…

“Caramba”, pensó Millancín, el Rubio, “una esponja prensada tanto por fuera como por dentro de su corteza terrestre. ¡Eso sí que es apretujar!”

Era el papel que le habían asignado, explicó don Facundo, y se cumplía exactamente.

-No pueden tolerar una España que tenga a Castilla adentro, eso ideológicamente. En lo económico, conviene una Castilla derramada fuera de sí.

-¿A quién conviene?

-A los otros, a quienes se llenan con el contenido ideológico y humano que ella vierte… Estamos asistiendo en nuestros días al mayor trasvase de la Historia de España, y, en todos los órdenes, dentro de dicho trasvase, a Castilla le han concedido el papel de cuenca cedente…

Bajó los ojos como apesadumbrado por algo más:

-Pero esto es algo que nadie os dirá, ni las autoridades del Estado, que fomentan este papel, ni tampoco los intelectuales de derecha o izquierda que por lo general siguen las directrices que les marcan para poder medrar en el comedero público. Castilla no es atendida ni entendida por ningún lado del pensamiento.

Luego los subió, mostrando unas pupilas que, aunque los tenía a punto de llorar, se le habían puesto resplandecientes:

-Castilla es una tierra grande, hermosa, variada, admirable, asombrosa y culta… Pero apenas encontraréis en vuestra vida nadie que os lo diga, sino más bien lo contrario. Irrelevante y monótona.

-Y eso, ¿por qué ocurre, don Facundo?

-Porque genera odios, rechazos y negaciones por parte de todas las instancias, ya os digo, que la usan para sus propios debates de altura, pero sin ver su realidad histórica, que es muy distinta a la que nos cuentan, ni su realidad presente, que sois vosotros y vuestras familias.

MILLANCÍN, EL RUBIO, MIENTRAS vigilaba el escaso ganado del que su padre le había dado el mando, entre los fríos del castillo y las piedras recorridas por los vientos que ululaban en torno de las vetustas almenas, estaba recordando aquellas sorprendentes palabras que don Facundo, el maestro, les había dicho a algunos elegidos, casi como en secreto, como haciendo algo prohibido por graves sanciones.

Nadie le preguntó por lo que significaba aquello de derecha e izquierda, ni por eso otro de los dos lados de pensamiento, porque en el fondo la chavalería intuía que esos eran los temas prohibidos, los que nunca ni en su casa ni en la escuela, se podían ni se debían tocar.

Fue el propio maestro el que continuó:

-¿Qué os parece?, ¿nunca os he hablado de la historia marinera de Castilla, verdad…? ¿Sabéis por qué?

Se contestó a sí mismo:

-Porque eso no viene en el programa. Pero además ha habido muchas presiones desde el campo de la literatura y del pensamiento engañador e interesado en ello para desgarrar a Castilla de ese concepto enteramente, del mar.

-Nosotros vivimos en el interior, don Facundo.

-También el principal representante de nuestra cultura, Miguel de Cervantes, y sin embargo fue, antes que escritor ilustre, un marino que navegó y combatió en todos las costas del Mediterráneo, de una a otra punta de dos continentes…

Y para rematar su argumento, sacó un papel que tenía escrito, porque acordarse de todos esos nombres resultaba imposible, y antes de leérselo les dijo:

-Os voy a referir algunos de los marinos y exploradores de esos nuevos continentes que nacieron en las provincias del interior de Castilla, para que veáis qué grandes y famosos son algunos de ellos y cuántos más son los que, sin ser tan grandes y famosos, también habían nacido en algunas de las provincias del interior castellano.

-¿Sólo en provincias del interior?

-Sólo, porque si fueran tierras con costa resultaría menos raro una lista tan amplia de marinos extraordinarios.

-Díganos, don Facundo:

El maestro, leyendo del papel, les refirió lo siguiente poniendo la voz todo lo solemne que pudo. Y es de hacer notar que luego se mostrará el motivo por el que tan ingente relación cobrará importancia suma en nuestra historia, cuando ésta continúe, por lo que puede hacerse ahora mismo un viaje de un barco al siguiente barco, a través de las maderas de las letras:

Algunos descubridores y exploradores de la Corona de Castilla al comienzo de la Edad Moderna nacidos en las provincias interiores de las actuales dos Castillas y León

Citemos al menos algunos de los nombres de algunos descubridores y exploradores castellanos, indicando sus provincias interiores de nacimiento, en la última década del XV y primeras décadas del XVI:

Alonso de Ojeda (Torrejoncillo del Rey. Cuenca), explorador de la costa norte continental de América del Sur, desde Colombia a Brasil, por lo que hay quien dice que todo el continente debería llamarse Ojedia y no América, porque Américo Vespucio era uno de los integrantes de la expedición de Ojeda, Rodrigo de Escobedo (Segovia), Luis Vázquez de Ayllón (Toledo), 

Diego Velázquez de Cuéllar (Cuéllar, Segovia) gobernador de Cuba, que facilitó el traslado al Nuevo Mundo de numerosos de sus familiares, como por ejemplo, Juan Velázquez de León, Francisco Velázquez, Antonio Velázquez de Narváez, Diego Velázquez el Mozo, Jorge Velázquez, Alonso Velázquez, Francisco Velázquez el Corcovado, Pedro Velázquez, Antonio Velázquez, Francisco y Bernardino Velázquez, Antonio Velázquez Borrego.

Pánfilo de Narváez (Navalmanzano, Segovia), explorador y gobernador de La Florida, Juan de Grijalva (Cuéllar, Segovia), Gabriel de Rojas y Córdoba (Cuéllar, Segovia), Francisco Fernández de Bobadilla (Logroño), Gil González de Ávila (Ávila), Juan Ponce de León y Figueroa (Santervas de Campos, Valladolid), primer gobernador de Puerto Rico y descubridor de La Florida,

Pedro Arias de Ávila, llamado ´Pedrarias´ (Segovia), que exploró toda Centroamérica, partiendo de la Gobernación de la Castilla del Oro, que comprendía los actuales países de Nicaragua, Costa Rica, Panamá y parte del norte de Colombia. Francisco Fernández de Bobadilla (Medina del Campo, Valladolid) que fue enviado como juez por Isabel la Católica a la isla de La Española, actuales estados de Haití y la República Dominicana, y posteriormente fue el segundo Gobernador General de las Indias Occidentales, sucediendo al propio Cristóbal Colón.

Cristóbal Vaca de Castro (Izagre, León), primer Gobernador del Virreinato del Perú, por unión de las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo, Blasco Núñez Vela (Ávila), Capitán General de la Armada de Indias y luego primer Virrey del Perú, desde 1543.  Diego Vázquez de Cepeda (Tordesillas, Valladolid), segundo Gobernador interino del Virreinato del Perú. Pedro de Lagasca, (Navarregadilla, Ávila), tercer gobernador interino del Virreinato del Perú. Andrés de Cianca (Peñafiel, Valladolid), cuarto Gobernador interino del virreinato del Perú, hasta la llegada del segundo Virrey del Perú, Antonio de Mendoza y Pacheco.

Juan de Saavedra (Valparaíso de Arriba, Cuenca), descubridor de las costas orientales de América Central y fundador de Valparaíso (Chile), Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (Madrid), militar, historiador y primer Cronista Oficial de Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano de la Corona de Castilla, cuyos acontecimientos relató entre 1492 y 1549.

Bernal Díaz del Castillo (Medina del Campo, Valladolid), autor de la ´Historia verdadera de la conquista de la Nueva España´, en la cual el autor había participado y que escribió como respuesta a las inexactitudes que había encontrado en la ´Historia General de las Indias´ y en la “Historia de la conquista de México”, del sacerdote de Gómara (Soria), Francisco López de Gómara, el cual había viajado a Roma para ampliar sus estudios, pero nunca había cruzado el Atlántico.

Diego de Almagro (Almagro, Ciudad Real), a quien se considera el primer europeo que exploró Chile por un mar océano casi por completo ignoto, el Pacífico, y que por tierra se adentró hasta Bolivia, Diego de Rojas (Burgos), Juan de Grijalva (Cuéllar, Segovia), Alonso de Ávila (Ciudad Real), Diego de Ordás (Castroverde de Campos, Zamora), Francisco de Montejo (Salamanca), Francisco de Saucedo (Medina de Rioseco. Valladolid), Juan Velázquez de León (Cuéllar, Segovia),  Nuño Beltrán de Guzmán (Guadalajara), fundador de la capital homónima del Estado de Jalisco, en los Estados Unidos Mexicanos

Antonio de Mendoza y Pacheco (Mondéjar, Guadalajara), primer virrey de Nueva España y que, después, por su talento organizativo, fue nombrado segundo virrey del Perú, adonde llegó obviamente navegando por el océano Pacífico, Alonso de Alvarado Montaya (Secadura de Transmiera, Santander), que desde el Perú exploró por primera vez la Amazonía, siendo recibido alborozadamente por los indígenas que estaban enemistados con los incas y que fundó las primeros asentamientos españoles en la zona amazónica,

Alonso del Castillo Maldonado (Salamanca) y Andrés Dorrantes de Carranza (Béjar, Salamanca), que naufragaron en la costa actual de Texas en la primavera de 1529 explorando de esta manera la región del actual Galveston, Francisco de Aguirre Meneses, “el Viejo” (Talavera de la Reina, Toledo), que exploró Chile y la Argentina, Jerónimo de Alderete y Mercado (Olmedo, Valladolid),  el cual viajó hasta la región de Osorno, en la región de Los Lagos, al sur de Chile, y hasta la ciudad de Valdivia, también en el extremo sur de Chile.

Alonso de Ercilla y Zúñiga  (Madrid), soldado, explorador y poeta, autor que fue del poema épico “La Araucana”, tan respetuoso con la figura de los indígenas que se considera como el poema épico que narra el nacimiento de una nación, Chile, al modo en los antiguos cantos helenos y latinos narraban el surgir de sus ciudades y naciones. De hecho, fue necesario que un poeta nacido ya en Chile, Pedro de Oña, aunque su padre fuese el capitán burgalés Gabriel de Oña, redactase “Arauco domado”, para intentar equilibrar las cosas, desde el punto de vista de los propios españoles.

Francisco Vázquez de Coronado (Salamanca), que se adentró por muchos de los actuales estados de Estados Unidos de América y llegó al Gran Cañón del Colorado en 1540, cuando nada se sabía de ingleses ni franceses ni desde luego de USA por esos lares, sino que faltaban siglos para que por allí apareciesen. Juan Vázquez de Coronado (Salamanca), sobrino del anterior y maestro en descubrir, recorrer y comunicar entre los países de Centroamérica, donde fundó la actual ciudad costarricense de Cartago, “tiene el temple de Valladolid, buen suelo y cielo. Nombré a esta ciudad Cartago, por llamarse esta provincia deste nombre”.

Andrés Hurtado de Mendoza y Cañete (Cuenca), III virrey del Perú, Francisco de Villagra Velázquez (Santervás de Campos, Valladolid), explorador y gobernador de Chile en tres periodos distintos. Juan Maldonado y Ordóñez, (Barco de Ávila, Ávila, recriado en Salamanca), fundador de la gran ciudad venezolana de San Cristóbal, por donde pasa el río Torbes –en su denominación originaria, Tormes-. Ortún Velázquez de Velasco (Cuéllar, Segovia) fundador de varias municipios en el norte de Colombia y oeste de Venezuela.

Gonzalo Gómez de Espinosa (Espinosa de los Monteros, Burgos), que fue capitán de la nao Victoria y luego de la nao Trinidad  y almirante de la flota castellana que llegó a las Molucas a su mando, en 1521, para dar la primera Vuelta al Mundo, a la muerte de Fernando de Magallanes, en Filipinas.

García Jofre de Loaysa (Ciudad Real) almirante de la flota castellana que efectuó el segundo viaje a las Molucas, pasando por el Estrecho de Magallanes y surcando por segunda vez el Pacífico, en 1526. Uno de los navíos, la carabela San Lesmes, al mando del castellano de origen no bien precisado, Francisco de Hoces, fue desviada de su ruta por las tormentas y acabó descubriendo de esta forma el Cabo de Hornos y el Mar de Hoces, que es el límite más meridional entre el Atlántico y el Pacífico, y el paso más próximo hacia la Antártida.

Gabriel de Castilla (Palencia) que saliendo desde Valparaíso en las actuales costas chilenas partió con el encargo de llegar lo más al sur que pudiera, alcanzando de esta forma un nuevo continente, la Antártida, en situaciones tan límites de hielo, nieve y frío que estaba entonces y continúa estándolo deshabitada por la especie humana.

Desgajadas de la flota de Loaysa y de las siguientes expediciones castellanas por el Pacífico hubo barcos fuera de ruta que llegaron hasta Australia y Nueva Zelanda desde las primeras décadas del siglo XVI, aunque el primer viaje oficial de exploración de esas tierras partió del puerto de El Callao (Lima) a principios del XVII, al mando de Luis Váez de Torres, y exploró las islas que llamó la Austrialia, con una “i” de más en medio de la palabra, en honor de la dinastía reinante en Castilla. Después retornaron a las tierras conocidas de Manila y Filipinas, a través del estrecho de Torres, según se sigue denominando las aguas que separan Australia y Nueva Guinea.

Álvaro de Mendaña y Neira (Congosto, el Bierzo, León) que navegó por las partes más alejadas del océano Pacífico, descubriendo y bautizando las islas Salomón y las islas Marquesas (llamadas así por el VIII virrey del Perú, el conquense García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete), y cuya mujer, la gallega –aunque otras fuentes la consideran limeña de nacimiento y portuguesa de ascendencia- Isabel Barreto de Castro al morir Mendaña en el descubrimiento de estas islas, tomó el mando de la expedición, arribando con ella a las Filipinas y convirtiéndose así en la primera mujer almirante de cualquier flota mundial.

MILLANCÍN, EL RUBIO, SEGUÍA recordando aquel día en que el maestro les había llevado aparte para abrirles su corazón como nunca lo había hecho antes.

Hablaba con tal ardor que parecía el ascua de una hoguera ardiendo sobre una pila de pasión incandescente que ascendía estremecida, conmovida y emocionadamente delante de ellos.

No había rubí ni zafiro rojo sobre la fogata y la lumbre en brasas de sus palabras que tuviese el fulgor de la voz del maestro en aquellos momentos.

No había aguamarina, gema del color del cielo sin nubes ni turquesa tan azul como el revoloteo de su verbo desatado por encima del fuego de aquella entonación, cuando hablaba de los mares descubiertos y navegados por Castilla, antes de que lo hubiera hecho nadie.

No había topacio amarillo,

ni ámbar redondeado,

ni berilo de luz ni ópalo de fuego mil veces resplandeciente

-como múltiples lados de unos soles concentrados en aquel instante para producir hervores en el agua preparada, dispuesta y presta de sus sorprendidos chiquillos oyentes-,

que pudiera reflejar con exactitud lo que Millancín, el Rubio, había experimentado entre la ardentía y quemazón del discurso que estaba pronunciando su maestro ante ellos.

Tanto que, ahora que lo recordaba con las rachas de viento helado del invierno golpeándole en la orejas, se diría que le estaban escociendo más los sabañones de su espíritu y de sus sentimientos, como si no fuese sólo combustión interna y frialdad exterior lo que sentía su cuerpo, sino que también le hubieran crecido sabañones en su mente de arrapiezo indignado.

-Y eso que no he querido citar, porque merece capítulo aparte al santoñés Juan de la Cosa, que viajó en las dos primeras expediciones de Cristóbal Colón y luego también en la expedición de Alonso de Ojeda que exploró toda la costa norte de Sudamérica.

-El que debería haber dado nombre al Nuevo Mundo.

-Ese mismo… Pues Juan de la Cosa cartografió el primer mapamundi de la Tierra donde ya aparecía el nuevo continente, en 1500, y, lógicamente, llenó todos los mares con barcos sobre los que ondeaban los pendones cuartelados de Castilla, recorriendo y explorando islas, estrechos, ciudades, volcanes y mares…

Con todo eso que recordaba, el muchacho, Millancito, el Rubio, al mirar de reojo el arruinado castillo bajo el que se guarecía y las abatidas casas del pueblo que amenazaban con desmontarse y destituirse, apretó los dientes con rabia… Y eso le ayudó a soportar con más entereza las inclemencias del tiempo, y a imaginarse todo aquello cuando debiea de haber conocido periodos más acreditados, lustrosos y pudientes de los que ahora le habían tocado vivir, entre sus padecimientos y sus fríos, sin ni siquiera el consuelo de la estufa de la escuela, que servía mucho para evitar la desolación que ahora sentía.

La noticia que lo trastocaba todo

CUANDO MILLANCÍN, EL RUBIO, estaba cenando con su padre y su madre, la noche de ese mismo día de sus recuerdos bajo las ruinas del castillo, fue su padre, Millán, el Molinero, quien carraspeó como para aclararse la voz, según hacía cuando iba a decir alguna cosa que merecía escucharse, y luego sintió que le decía:

-Millán, hijo. Tu madre y yo queremos decirte una cosa, esta misma noche, sin más dilaciones.

Millancín, el Rubio, se quedó muy sorprendido de que su padre le diera tratamiento de persona mayor, llamándole por su nombre de pila, sin diminutivos, y más desconcertado se quedó cuando oyó que continuaba de esta forma, dándole la noticia:

-Creemos que lo mejor para ti es que te llevemos a la ciudad, a estudiar el Bachillerato.

-¿Y cómo va a ser eso, padre, si la ciudad queda lejos y vivir allí, con sus lujos y sus gastos, tiene que ser una cosa de mucho dinero?

-Hemos echado cuentas y creemos que podríamos pagar un internado, para que estuvieras atendido mientras sacabas los cursos.

-Pero eso son cuatro años de estudios, y han de ser una espuerta de cuartos.

-Lo que no puede suceder más es que porque hayan cerrado la escuela te quedes aquí en el pueblo, pasando frío por esos montes, que ahora en invierno no son para gente de tu edad y sin tener el apoyo de la estufa de la escuela.

-Y, además, sin más futuro que el que tu padre y yo hemos tenido –terció su madre, Pilar, la del Molino, sonriéndole con bastante acometida y fardo de pena y amargura en lo que decía-.

-Yo puedo levantarme más temprano y moler más deprisa en el molino, y sacar tiempo para llevar el ganado por los montes… Todavía valgo para bastante y además pensaré que, con eso, te evito a ti pasar por fatigas.

-Hemos pensado que vayas a la ciudad este mismo curso, aunque ya esté empezado, en cuanto pasen las fechas… Después de Reyes –concretó su madre-.

-Tienes que prepararte para ir a la ciudad. Después de las fechas, iremos a llevarte,  para que te hagas un hombre.

La diáspora

EN EL TIEMPO INMEDIATO, no sólo Millán, el Rubio, sino también todo el resto del grupo de sus amigos fueron saliendo del pueblo, que era villa de las históricas, para marcharse a la emigración. Normalmente, se mudaban con toda su familia, hacia otros lugares diversos que estaban creciendo en aquellos tiempos mucho más de lo que cabía imaginar, como un aluvión humano que desangraba a las fuentes de donde partía.

La década de los sesenta apretaba fuerte, ciertamente, y para Castilla estaba siendo como la visita de una Parca inclemente, que no cesaba de guadañar cadáveres andantes a los que sólo les restaban sus recuerdos.

Los cadáveres de cada mes venían de los pueblos y caminaban por los malos senderos empedrados –de forma peor y menos sólida que en tiempos de los romanos, eso sí-, agrupándose en cuadrillas que iban a dar a las primeras carreteras asfaltadas, llenas de baches, socavones y algunos apaños y remiendos.

Luego, después de pasada la capital, se llegaba a alguna carretera de las que llamaban radiales, que pasaba por una tierra de nadie que ni siquiera se acercaba a la capital de la provincia. Buscaba la línea más recta para que Madrid y la periferia se comunicaran rápidamente, con las mejores carreteras posibles, salvando la pesada molestia, inconveniente y estorbo geográfico puesto en medio, que se llamaba Castilla.

-Los ingenieros españoles han conseguido el difícil milagro de comunicar Madrid con la periferia que importa, que tampoco es toda, sin comunicar a Castilla, que rodea a Madrid por todas partes –les había dicho otro día don Facundo, el maestro del pueblo, en uno de sus apartes-.

Y había concluido con un extraño brillo de frustración e impotencia en los ojos:

-¡No es cosa fácil de conseguir, pero a fuerza de empeño y de ir dejando a bastante distancia las ciudades castellanas, tanto a derecha como a izquierda, los ingenieros españoles han logrado semejante prodigio! Igual para el ferrocarril que para las carreteras principales.

Se encendía al decir:

-Estamos pagando muy caro las políticas del XIX y del XX, sobre todo, la de la dictadura de Primo de Rivera, que ahora recoge abundantemente los resultados en estos años centrales del siglo, al habernos dejado incomunicados con el mundo moderno… ¡El Estado español y el BOE sabe lo que hacen, sin duda!  Y ha decidido acabar con nosotros…

Daniel, el Mochuelo, acabó siguiendo el ejemplo de Millán, el Rubio, y se trasladó a la ciudad, a estudiar, quién sabe si influido por el ejemplo de Millán, el Rubio. Lo cierto es que continuaron haciendo muy buenas migas y compartieron aventuras, correrías y experiencias en la ciudad y luego también a lo largo de otros momentos de su vida.

Roque, el Moñigo, se fue para Bilbao con toda su familia, porque Paco, el herrero del pueblo, había encontrado trabajo en otras fraguas más caldeadas de las que él estaba habituado a gobernar, pero Paco, el Herrero, se acostumbró pronto a su nuevo desempeño.

La Mariuca-uca se fue para Zaragoza, primero, y acabó en Madrid, donde tenía familia que le ayudó en los primeros momentos de su nueva vida urbana.

Don José, el cura, fue destinado a Barcelona, a una de las nuevas parroquias que estaban surgiendo en el extrarradio de los apresurados barrios crecientes, que se expandían alocadamente y como podían.

Otros se fueron para Valencia, que, aunque pillaba algo más lejos de los senderos mal empedrados iniciales luego se abría a muy buenas rutas amplias y bien asfaltadas, por donde llegaba la sangre joven y los brazos fuertes que la levantaran para ofrendar nuevas glorias a la tierra levantina.

MILLÁN, EL RUBIO, TERMINÓ el bachillerato con gran contento de sus padres, y más aún de Millán, el Molinero, que con eso pudo aflojar en el ritmo de diversos trabajos que se había impuesto. El internado, desde luego, no les había salido barato.

Con el título en la mano, Millán, el Rubio, enfiló para la provincia de Barcelona, donde un medio pariente suyo le había buscado un trabajo en un almacén de coloniales, donde supo lo que era recorrer calles, barrios y localidades desconocidas para hacer sus entregas lo más rápido que podía.

Pero, como tenía estudios, se preparó por las noches, en una pensión donde andaba alojado, para presentarse a los exámenes de ingreso en un banco… Y, a la segunda vez que lo intentaba, lo consiguió…

Así que el día que comunicó semejante acontecimiento a su padre y su madre, que seguían en el pueblo atendiendo el molino, el rebaño y sus otras tareas, el acaecimiento singular y extraordinaria primicia causaron honda sensación en ellos, y consideraron que todos sus sacrificios no habían sido en balde, puesto que ahora su hijo trabajaría en una oficina, como las personas de mucho intelecto.

Nostalgia y espejo de Cervantes ante las adversidades e impedimentos

ASÍ QUE MILLÁN, EL Rubio, con esto de ser oficinista de banca, se echó alguna medio novieta por allí mismo entre sus compañeras de oficina y alguna muchacha despistada que necesitaba el auxilio de algún experto de la banca, como él ya empezaba a ser… Cosas propias de la edad, con idas a la playa los fines de semana, y el comienzo del fenómeno del turismo europeo que tantas perspectivas nuevas trajo para los nacionales.

Pero Millán, el Rubio, al cabo de algunos años de estar por allí, resultó que le entró nostalgia de su tierra, de la cual se acordaba con frecuencia, y, una vez que salió un concurso de traslado que le convenía, pidió el cambio de oficina hasta una provincia limítrofe con la suya, que le hacía sentirse más a gusto.

Las palabras y las enseñanzas de don Facundo, el maestro de su pueblo, que antes había sido villa de las históricas, nunca se le habían olvidado.

Y además que les había imbuido un gran amor por el Arcipreste de Hita, por los juglares del Cid, por Gonzalo de Berceo, por los romances tradicionales castellanos, por Quevedo, Góngora, Garcilaso, fray Luis y, sobre todo, más que por ningún otro, por Miguel de Cervantes Saavedra, genio entre los genios, tullido de la mano izquierda y maestro con la diestra, como él mismo, aunque mucho menos avezado que el alcalaíno, no había que engañarse.

-Miguel de Cervantes es un canto completo en su vida y en su obra a superar las desdichas y las adversidades del más variado tipo con que la vida artera pretenda convertirnos en imposibilitados.

Y concluía:

-Si no aceptamos ese destino adverso, y salimos a combatir con todos los recursos que tengamos a nuestro alcance, dejaremos de ser lisiados de cualquier merma y podremos alcanzar la cima del humano destino.

Esa es la enseñanza mayor que nos muestra el propio Miguel de Cervantes, que siempre ha sido mi santo y seña, y el espejo de mis esfuerzos, desde siendo muy niño –tan niño como vosotros ahora- tuve la fortuna de encontrarme con su figura y recapacitar sobre su azacanada vida y deslumbrante persona.

La Transición, que aventaba a Castilla en retales o sobrantes.

DE FORMA QUE, ANDANDO el tiempo, cuando ya se podía hablar de más cosas libremente, porque había cambiado el Régimen político en España, Millán se dijo a sí mismo que ahora se iban a poner en claro algunos puntos y a hacer justicia con las tierras que habían resultado desfavorecidas durante el Régimen anterior.

Pero, Millán, el Rubio, ya bastante crecido, vio con bastante sorpresa que en eso de las autonomías a su tierra no se le daba ningún tratamiento de nada de interés, sino que, por el contrario, tenía que ponerse a la cola de la ventanilla, como una tierra de poca relevancia.

Al final, Castilla salió escaldada por varios sitios y partes de su territorio, y todos sus pedazos ocupando los últimos lugares del grupo de territorios, lo que les daba rango a los territorios castellanos no de primacía de nada sino de pelotón de cola y furgón de los torpes, con los que se tenía con ella más bien piedad, conmiseración y olvido que respeto.

Sí, sin duda, en España había tierras de primera en protocolo y en grado de consideración y en otras cuestiones, así como también había pelotón de los torpes, entre los que destacaban los cachitos de su tierra castellana, que habían ido centrifugando en pequeños retales, recortes o sobrantes, sin que se supiera muy bien por qué, ni para qué, como si el motivo no fuera otro que para debilitarla y para fastidiar.

“A lo mejor es que ha cambiado el Régimen político, pero no han cambiado las directrices económicas ni la dirección en que se orientan las leyes y decretos, esparciendo ventajas para unos y devastación para Castilla y aledaños, como siempre”, había pensado Millán, el Rubio.

El nuevo siglo y milenio

 EL TIEMPO, QUE ES lo que tiene, siguió pasando para todos. Sobre unos pasó para bien y sobre otros pasó para igual o para abajo, según ocurre siempre.

Hasta cambió el siglo y el milenio… Millán, el Rubio, tuvo familia propia y a sus hijos procuró darles, y de hecho les dio, más estudios de los que él había recibido y con su esfuerzo había alcanzado.

Lo cual no quería decir que encontrasen trabajo en un banco con tanta facilidad como él, en el fondo, lo había conseguido en su época. Porque ahora había más competencia y menos puestos de trabajo en el sector, ya que las máquinas y la informática hacían que el dinero corriese por los circuitos, sin necesidad de que lo tocara mano humana de empleado de banca alguna.

Con éstas a las que estamos, a Millán, el Rubio, le tocó una prejubilación, que en su sector eran fulminantes y en cuanto te descuidabas, porque los circuitos costaban menos que las personas humanas.

De forma que Millán, el Rubio, que conservaba la casa de sus padres, allá en su pueblo, que no era tal, sino villa de las históricas y con fuero propio -amén de fuente y origen de otros, más campanudos en nuestros días-, empezó a pasar los fines de semana en su villa histórica.

Y luego también algunas fechas del verano, porque en este tiempo se agradecía el frescor que bajaba del cerro boscoso del castillo y de la serranía cercana, con lo que se disfrutaba mucho paseando por allí y por las alamedas del río.

EL BOE, el enemigo público de Castilla desde hacía siglo y medio

CUANDO SUBÍA AL CERRO del castillo y cuando miraba el edificio de la antigua escuela, donde había probado su sabiduría y su humanidad don Facundo, el maestro que hubo en su pueblo, a veces Millán, el Rubio, recordaba una cosa que les había dicho el maestro, en uno de esos conciliábulos secretos que hacía de vez en cuando con los más cercanos de sus alumnos:

-En tiempos, las lanas de nuestra comarca y región cubrían el frío de media Europa, no sólo el de nuestras gentes, y los telares instalados por aquí transformaban las materia prima de nuestras merinas en las prendas de abrigo que iban a obrar ese prodigio continental de quitarle el frío a los europeos.

Se quedó meditativo, como no sabiendo por dónde debía continuar…

-Luego… luego todo se fue al traste, por razones que otro día os explicaré, que hoy no nos da tiempo para tanto…

Hasta que decidió virar el decurso de los acontecimientos que estaba relatando:

-¿Sabéis cuál es el principal enemigo de Castilla, desde hace siglo y medio o más tiempo aún, porque antaño podríamos citar otro muy parecido pero menos agrupado y sistematizado?

-¿Cuál es, don Facundo?

-El BOE, el Boletín Oficial del Estado, y antes de él otros tipos de Gacetas Oficiales que han existido desde el siglo XVIII y XIX.

-Y antes de eso, cuando no estaba tan sistematizado el enemigo.

-La voluntad de los reyes, que un día dejaron de ser nacionales de estas tierras y sirvieron a lo que eran: intereses extranjeros.

-Y eso, ¿por qué ocurrió y ocurre ahora así, don Facundo?

-Yo soy un simple maestro de pueblo. No podéis pedirme que conozca los secretos entresijos y arcanos del Estado y a quiénes sirven sus disposiciones, aunque me lo barrunto…

-¿Y qué se barrunta usted, don Facundo?

-Lo que me barrunto yo me lo sé, y lo que os aseguro es que cada vez que veáis al enorme cañón del BOE girando sobre sí mismo para encontrar un buen blanco sobre el que disparar para hacerle añicos y conseguir que salte por los aires, apartaros de Castilla, porque va a cañonear contra ella, batiéndola en toda regla y bombardeando hasta el último de sus escombros.

¡Curioso don Facundo!, ¡y cómo se acordaba Millancín, el Rubio, ahora, con lo de las autonomías de primera, de segunda y las de sin autonomía real, de aquel sabio consejo de los años 60 del siglo XX cuando rememoraba a su experto, curtido y certero maestro!

La lógica reacción de Millán, el Rubio, ante tanta campaña de intoxicación

UN DÍA DE LOS que Millán, el Rubio, ya prejubilado, había decidido pasar en su villa de las históricas y con fuero, España andaba muy revolucionada en su opinión publicada y difundida, porque se quería barajar de nuevo las cartas de la configuración territorial y a ver qué salía.

Millán se acordó de don Facundo, mientras seguía los debates y las controversias por la televisión y por la prensa.

-Recordad que cuando veáis el enorme cañón del BOE girando sobre sí mismo es que va a cañonear sobre y contra Castilla. Es cosa comprobada multisecularmente.

Ahora, la clase política andaba enzarzada en la bonita cuestión de contar el número de naciones que se apreciaban en España…

Habíalas, según era el parecer de uno de los sectores de la controversia, aunque nadie quería ni sabía precisar cuántas, aunque se lo preguntaban con frecuencia a las eminencias grises de la política, en sus comparecencias electorales o ante la prensa.

Y es que estas cosas de las naciones y de las nacionalidades eran maravillosamente deletéreas, muy útiles y espléndidas para los prodigar los debates políticos estériles y constantes, con todos sus enredos, que tanta fama procuraban o prosapia procuraban a los barones políticos que intervenían en tales desatinos inverificables.

Si se tratara de contar los Estados históricos y reinos soberanos y con historia independiente propia y larga, ahí ya sería más fácil ponerse de acuerdo entre los historiadores…

Sobre todo entre quienes no quisieran abrevar y beber abundantemente en los comederos públicos diversos que proveía Estado y Comunidades Territoriales diversas, ni  saciarse en los honores, pesebres oficiales y otros establos y cuadras aparentemente de carácter privado, pero también aprovisionados por los fondos ilimitados de cualquiera de la Administraciones.

Lo de la nación ya se prestaba a más barullo, que es donde se mueve más a gusto la clase política.

En la práctica perversa de aquellos días cuanto más unte de nación, pringue de historicidad presuntamente antigua, ungimiento de ficciones para las que se exigía respeto y pátina de oropel vano con que se consiguiera recubrir la piel de un territorio, mejor le iban las cosas a los dirigentes de ese lugar y al lugar mismo, por aquello mismo del cañón del BOE, que podía disparar regalías y provechos sobre quien le diera la gana…

Sobre todo, si también había unte, pringue y ungimiento económico para los ocultos intereses y personas que movían los engranajes de tan descomunal maquinaria invencible.

UN DÍA, UN SEÑOR muy simpático, barón con mando en uno de los partidos de los de las naciones, que siempre acudía a pronunciar sus discursos tanto ante sus compañeros y compañeras de su agrupación territorial como ante admiradores de todo el estado que habían venido a aprender de su sapiencia, se dirigió al estrado de los discursos en medio de ritmos psicodélicos y extravagantes, como si recibiera estimulaciones alucinógenas del más allá o descargas electrodinámicas muy intensas del más acá.

De manera que al dirigirse hacia el estrado ya bailaba frenéticamente como si estuviera sufriendo terribles convulsiones galvánicas, fenómeno que se intensificó cuando llegó al entarimado o tabladillo del teatrillo del espectáculo. Sobre él, se puso aún más didáctico que nunca y, desde allí, enumeró el número de las naciones de España…

En realidad, los políticos nunca decían “didáctico”, sino “pedagógico”, y la expresión podía tener su punto de malicia, porque quizá fuera cierto que tomaban al auditorio popular por niños chicos.

La noticia de la didáctica o pedagogía concreta que había efectuado el bailarín -o más bien, bailón- afectado por el galvanismo  había saltado a todos los telediarios del día anterior.

Después había sido desmenuzada, propalada y difundida por todas las tertulias televisivas y radiofónicas del Estado constitucional, ya saben esa Ley de Leyes a la que casi nadie prestaba atención desde hace bastante tiempo, si es que alguna vez se le había hecho caso alguno.

“Quizá no tenga nada que ver la Constitución con el discurso de anoche ni tampoco con mi vida personal ”, pensó Millán, el Rubio “quizá siempre todos ha sido seguir el baile galvanizado al que nos ha obligado a danzar  el cañón de BOE, según apuntase hacia donde quisiere, con el cargamento de munición buena o mala que le apeteciere en cada caso. También podría ser eso lo que nos ha movido a todos en nuestra vida, y también a mí en la mía”.

Aquel día, después de la pedagogía infantil que había dispensado el pueril y aniñado bailarín galvanizado y dieléctrico –por lo mal que transformaba la energía recibida en pasos de baile- tocaba que la prensa escrita desmenuzase y propagase más las ocurrencias de aquel señor bailador en Congresos de amigos y conmilitones enfervorizados.

La decisión final

DE FORMA QUE MILLÁN, el Rubio, subió la cuesta del castillo, como hacía cincuenta años atrás había sido su costumbre, y esta vez lo hizo con el periódico del día, para leerlo a la fresca del otero, disfrutando del aire veraniego y de las vistas amplias, holgadas y espaciosas.

Millán, el Rubio, se puso a leer el periódico con interés sólo mediano y descriptible, pero cuando llegó a la relación de naciones de España que había efectuado el bailarín galvánico ante los micrófonos de la propaganda publicitaria y política, para el adoctrinamiento de las masas, comenzó a sentir que la corriente de electricidad salía del periódico y comenzaba a recorrerle y a galvanizarle a él mismo  las entrañas.

Comprobó que el electrizado y electrizante señor iba ya por nueve o diez ocurrencias suyas propias que apelaba y tenía por naciones, y no parecía que hubiese terminado en su gestación nacional de agudezas y salidas de humor, pero dichas bastante seriamente y como a lo sesudo, al respecto del número de naciones que veía en su chistosa percepción España…

En resumen, y para no perder tiempo en golpes de humor de políticos de mucho micrófono y cámara de TV perpetua, creadores de opinión continuos, pero de muy escaso o nulo ingenio ni fundamentos o conocimientos históricos e intelectuales perceptibles recogeremos que…

Según el discurso oficial de aquel señor, tan aplaudido y celebrado por todos sus conmilitones, era nación… ¡todo lo que no fuese Castilla y sus añicos despedazados de ella misma, desde hacía ya casi las cuatro décadas, para ponerlas al final  de lo más postremo, de lo más postergado y de lo último de la serie de las tierras de España!

La única no nación de las Españas, a tenor de las cuentas del bailón galvanizado, era Castilla, la más clara y evidente de todas las que podían presentar merecimientos, estimaciones y cuantía de peso con entidad sobrada para ser eso que se estaba buscando o la máxima otra cuestión que se explorase…

Millán, el Rubio, cuando leyó aquellas jocosidades,

eutrapelias y chisgarabises mentales del señor danzarín eléctrico y galvánico,

que disponía de tantos micrófonos para difundir sus facecias desenvueltas y golpes de cadera y de gracejo suelto, descompuesto y hasta verbalmente diarreico,

se acordó de don Facundo, el maestro, que había superado tantas barreras físicas a causa de su brazo mermado para imbuir en sus alumnos los valores que les había enseñado.

Se evocó a sí mismo, cuando niño, y pensó en las barreras y distancias físicas y mentales que él mismo había superado a lo largo de todas las peripecias y cambios por donde le había conducido la vida.

Desempolvó el recuerdo del cañón del BOE que, según su maestro, siempre que giraba sobre sí mismo y apuntaba contra la misma tierra a la que batir a conveniencia con un mal proyectil, lleno de lágrimas y desdichas para ella.

Recordó también el frío que había pasado cuando niño, allí mismo, cuidando el ganado que su padre le había dado en mando.

Trajo a la memoria a sus compañeros de escuela,

que tuvieron que salir ametrallados, como carne sobrante,

igual que los de toda la comarca y provincia,

hacia distintos lugares distantes e ignotos, al llegar la noticia de que cerraban la escuela…

Y Millán, el Rubio, no sin cierta expresión de dolor y de rabia en el gesto, apretujó la página del periódico donde ponía eso –Castilla, apretujada por dentro y por fuera de su corteza terrestre-, y cuando ya la había transformado en una pedazo de papel arrugado y convertido en pelota redonda de papel resistente al impacto…

Millán, el Rubio,

le dio una patada con todas sus fuerzas a aquel conjunto de absurdas pseudoargumentaciones escritas y voceadas sin sentido, pero difundidas y pregonadas con enorme poderío mediático hasta y sobre las mentes de las oyentes y espectadores por todos los canales, acueductos, acequias y cloacas al alcance del poder, que eran muchos y muchas, respectivamente.

La bola de papel estrujado salió volando desde el cerro del castillo de la villa -de las históricas de verdad-, a causa de la furiosa embestida del pie de Millán, el Rubio, que había propinado una poderosa coz y enérgica coceadura sobre aquel bulo impreso, como si la hubieran descargado las dos patas a la vez de aquel burro añejo que él mismo había cuidado tiempo atrás, cuando el ahora hombre coceador había sido niño de ganados por aquellos mismos lares.

Y hay que hacer notar en esta historia verídica, afligida y apenada que, mientras la bola de papel describía una bonita parábola por los cielos de la villa, es lo cierto que Millán, el Rubio, lloraba…

Lloraba como un pobre niño castellano que pastoreaba lo poco que le había dejado en mando su padre, hasta que las circunstancias políticas se lo habían quitado.

Y también sollozaba como alguien que desde siempre había estado cañoneado por las leyes del BOE y abandonado a su suerte por todos los poderes del Estado.

Lagrimeaba, en definitiva, como quien se sabe perseguido concienzudamente por las incógnitas y enigmáticas ráfagas de aire que soplaban por las alturas de los asuntos políticos, dejando helados a quienes dichas cúspides del gélido Estado habían decidido estragar, destruir y empobrecer…

De esta manera exacta Millán, Millancín, el Rubio, lloraba.

Juan Pablo Mañueco Martínez,

diciembre de 2019

Vídeo autor en TV Castilla la Mancha Media

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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