He estado en ciudades que me han dejado maravillado: Roma, Florencia, Asís, Lisboa, Estambul, Bruselas… pero siempre he tenido claro cuál es el lugar que necesariamente he de pisar alguna vez. Jerusalem, Yerushalayim, al-Quds… Jerusalén.

¿Cómo será Jerusalén? ¿Cómo olerá? ¿Qué se sentirá paseando por sus callejuelas? ¿Cómo serán las miradas de sus habitantes? ¿Quedará hueco para respirar en medio de la tensión de las miradas de odio? ¿Quedará algo del paso del Amor? ¿Prevalecerá la espiritualidad que necesariamente ha de inundarla? Jerusalén: Ciudad santa para cristianos, judíos y musulmanes. Mezquitas, sinagogas, cruces.

Para mí, cada vez que evoco el nombre de Jerusalén equivale a llamar al sueño que algún día he de cumplir. Necesito andar algún día por sus calles, acariciando sus recovecos, siguiendo los pasos de mi Maestro. Allí comió, allí rió, allí amó, allí curó cuerpos y almas, allí entró triunfal, allí nos regaló la Eucaristía… allí murió. Y allí resucitó.

Jerusalén… ¿cuándo te veré, Jerusalén eterna? ¿Por qué te desgarras? ¿Por qué mueren y matan en tu nombre? Si tú solo has de significar paz. Paz, paz, paz, Jerusalén. Eres la ciudad sagrada, el templo de Dios. Has de dar ejemplo al mundo. Y yo quiero verte resplandeciente, oliendo a antiguo.

¿Cómo sonarás, Jerusalén? Razas, lenguas y miradas diferentes te pueblan. Eres un paisaje multicolor, abierta al sonido de la llamada a la oración desde un minarete, resplandeciente de gozo a través de un campanario o lamentándote partiendo de un muro grandioso. Bien diferente de otro muro, muy cercano a ti. El de la ignominia.

Jerusalén… ¿te pisaré finalmente?¿Será posible que muera sin llegar a respirarte? ¿Cómo sonarán mis pisadas nocturnas por tus calles viejas? ¿Cómo será el alma de Jerusalén? ¿Cómo latirás, oh Jerusalén?

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA