La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Treinta ángeles llegan a Roma con un mensaje de amor para el Papa

Pocas veces se puede acudir a la Ciudad Eterna imbuido de un ambiente en el que la habitual ilusión da paso al estallido de las sensaciones que hacen merecer la pena ser humano. Estoy en medio de una aventura muy especial. Desde hoy lunes hasta el jueves, tengo la inmensa suerte de estar en Roma acompañando a Mensajeros de la Paz, con el Padre Ángel al frente, en una de las grandes acciones de la asociación: llevar a 30 personas con discapacidad psíquica a conocer al Papa.

La idea surgió hace unos meses cuando en uno de los dos centros que conforman la expedición (Moraleja y Nuñomoral, ambos de Cáceres), los propios «chicos» (así los llaman todos cariñosamente, aunque sus edades están entre los 40 y los 50 años de media) formaron un comité de usuarios para dirigir una serie de peticiones a los directores de las instituciones, dirigidas desde hace unos quince años por Mensajeros de la Paz. Así, la sorpresa llegó al ver un punto muy concreto: «queremos ver al Papa». Los responsables de los centros se lo dijeron al Padre Ángel… y aquí estamos.

Será difícil olvidar las caras de ilusión febril con que me he encontrado mientras esperaban el momento del embarque a primera hora de la tarde en la madrileña T-4 de Barajas. Risas, nervios, alguna lágrima y constantes «gracias» salidas de las bocas de quienes jamás habían montado en un avión ni salido de España. Saben que es el viaje de su vida. Y saben gracias a quiénes pueden cumplir su sueño.

Han sido muchas las anécdotas e imágenes del día. Escribo estas líneas en la recepción del hotel, entrada ya la madrugada y peleándome con un teclado traidor que va a patadas, me boicotea todas las tildes y me niega nuestra letra nacional, obligándome a inventar toda serie de artilugios lingüísticos, desde la omisión de tildes, su puesta al revés e incluso el empleo del catalán para la letra ausente (pido disculpas por ello, esperando que se entienda y prometiendo editarlo en cuanto pueda). Pero quiero señalar esto porque es ahora, rodeado del silencio, cuando más vivas y presentes tengo esas caras de unos ángeles que han gritado de gozo al despegar el avión y saberse volando, que han comido y bebido con la alegría de la Última Cena los canelones y el capuchino del ristorante, que han enmudecido ante el paseo en bus por la Roma monumental y noctámbula de los emperadores y los Papas, sintiéndose más pequeños aún. Pese a ser grandes, muy grandes. No concibo mayor grandeza que la proveniente de la pureza del sentimiento. La verdad es lo puro. Y a mí, sin conocerme de nada, muchos ya me lo han mostrado.

Los romanos no lo saben. Pero, mientras duermen, han recibido el soplo de unos ángeles que sueñan con mostrar su mensaje de amor. Al Papa, al mundo. Son mensajeros de la paz. Son puros, son ángeles. También duermen. Dentro de cuatro horas se levantarán. Saben que tienen una misión. Lo harán alegres. Son ángeles. Buenas noches.

PD. Ya he editado los artículos, pasándolos a un castellano en el que por fin puedo poner nuestras tildes y, sobre todo, la Ñ. Sin embargo, en éste y en resto de la serie de crónicas, mantengo en el texto las alusiones a esos «problemas» que pasé en esas noches en la solitaria recepción de un hotel romano, pues para mí forman también parte de un viaje que fue aventura de los sentidos.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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