Cierto día un hombre santo estaba teniendo una conversación con el Señor y dijo:
«Señor, me gustaría conocer cómo son el cielo y el infierno».
El Señor llevó al hombre santo hacia dos puertas.
Al abrir una de las puertas, el hombre santo miro dentro y en medio del cuarto había una gran mesa redonda.
En medio de la mesa había una gran olla de guisado que olía tan deliciosamente, que hizo agua la boca del hombre santo.
La gente sentada alrededor de la mesa estaba delgada y enferma y parecían hambrientos.
Ellos estaban sosteniendo cucharas con mangos muy largos que estaban atados a sus brazos, cada uno fue capaz de meter la mano en el puchero del guisado y tomar una cucharada, pero a causa de que el mango era más largo que sus brazos, no podían introducir las cucharas dentro de sus bocas.
El hombre santo se estremeció ante semejante cuadro de miseria y sufrimiento.
El Señor le dijo: «Has visto el infierno»
Luego fueron y abrieron la siguiente puerta.
¡Era exactamente igual como el primer cuarto!
Había una gran mesa redonda con el gran puchero de guisado que anteriormente, hizo agua la boca del hombre santo.
La gente estaba equipada con las mismas cucharas de mangos largos, pero aquí la gente, estaba bien alimentada y llena de salud, riéndose y hablando.
El hombre santo dijo:
¡No entiendo…!
«Es sencillo» dijo el Señor:
¡Esto requiere de una habilidad…!
«Mira: Ellos han aprendido a alimentarse los unos a los otros, mientras que los avaros piensan solamente en alimentarse a ellos mismos».