El cocktail más políticamente incorrecto

Los anticastristas llaman el Cuba libre “Cuba de mentirita”, hasta que el tiempo roedor libere su país del longevo Fidel.

Mientras tanto, saborean con el resto de los mortales y nostalgia patria esa magnífica hazaña, que integra la nómina de los grandes cócteles clásicos y nació a la vera de un conflicto, la Segunda Guerra entre EE.UU. y España (1895-1898). La feroz contienda desembocó en la famosa pérdida de la isla para los Españoles. El Cuba Libre ostenta varias leyendas urbanas y entre ellas, una cuenta que al calor de un mitin entre militares americanos en un bar de la vieja Habana, el capitán de turno pidió un cóctel de Coca con ron local y hielo tocado de limón.

Levantó su copa a una “Cuba Libre”. Esas palabras al parecer, motivaron las tropas y se «liberó» el pequeño país… que, enseguida, pasó a ser colonia norteamericana.

Entre bartenders del mundo mundial trotó la receta del capitán y el apodo circunstancial convirtió al combinado en icono registrado, para quien 210 años no son nada y cuyo nombre, que nunca cayó de la coctelera, sigue retumbando entre modernos zincs.

Así se apuntó el Cuba Libre de intensa emoción tropical y patina guerrera al carro de la popularidad. Empero, su auténtica boga arrancó con la votación de la Ley Seca (Dry Law), durante la Prohibición en EE.UU. Los mafiosos aprovecharon los ridículos 200km de proximidad con Cuba, manantial de maravilloso ron y base estratégica de un intenso trafico alcohólico prohibido, cuyo destino no conoció crisis ni paro de 1919 a 1933.

Así circularon sin pauta ni pausa los veloces Rum Runners, Banana Boats y demás Cutters canadienses, que depositaban con alevosía y nocturnidad la codiciada mercancía en sitios secretos donde les esperaban una sofistacada red de cómplices, los leyendarios bootleggers listos para redistribuirla y así satisfacer la demanda popular.

Con esos mimbres llegó el combinado en inocuas cubas repletas de “Cola”, cuyo intenso aroma disimulaba la fragancia del destilado. Con similitud fonética burlando controles y tentacular red de corrupción, el Cuba Libre, alma de la noche festiva, dio color y sabor a las desangeladas parties de los sedientes yanquis castigados, dispuestos a pagar fortunas para el lujo de una copa con delicioso olor a libertad, pecado y hedonismo caribeño.

El pluriempleado Al Capone, padrino de Chicago y jefe del temible Outfit («El Equipo») lo entendió muy bien y se aprestó a ayudar el pueblo sediente. Manejando arte de vivir de la jeta, estraperlo, tráfico ilegal de alcohol y metralletas, impuso su ley, sentó las bases modernas de la mafia moderna y se hizo de oro desde su feudo blindado de Cicero con sus secuaces de rayas diplomáticas armados hasta las cejas. Astutos barmen solidarios con la causa del pueblo sediente remataron la faena con geniales inventos “progresistas”, que consistían a enmascar el demonizado sabor alcoholizado con zumo, nata, leche y café. Así eclosionaron en los «speakeasies» (bares clandestinos), casinos ilegales, próstibulos y demás tugurios, los Pussy Foot, Berry Bear y otros tragos «frutales» supuestamente ideados para abstemios y engañar a Gobierno, policías y federales.

Para más inri, la detestada Ley Seca supusó un dineral para las agencias de viajes, disparándose la vente de otro invento: los novedosos wet week ends(fines de semana mojados) hacia la soñada Cuba húmeda, donde por fin bebía uno a su antojo, a pleno sol, con ron en vena y máxima premura antes de regresar a la aburrida, rehabilitada y sanísima América de ligas puritanas y gobierno conservadores.

Entonces La Havana romántica brilló como nunca, arrancó su edad de oro coctelera, nació la Escuela Cubana del Cóctel (hasta hoy sobrevive), que deplegó su arte en un exótico abanico de deliciosas recetas regando una Happy Hour permanente en la edénica Cuba de alegres desenfrenos.

Pero uno de los cócteles más aclamados siguió siendo el poderoso Cuba Libre, de envolvente piel ambarina, gran pegada popular, osmosis inmediata y destellantes elegancias kitsch entre anchuras de vaso highball. En 1933, harto de tantos crímenes, escándaleras, mentiras, funerales a granel y alcoholes guadianos, el Gobierno estadounidense abolió la impopular enmienda XVIII en 1933.

Encarcelado Capone en Alcatraz y jubilados los Incorruptibles, la humanidad sedienta invadió su olimpo reabierto, los bares. Por fin, el personal gozó de sus cócteles favoritos, en particular del chispeante Cuba Libre, envuelto de jazz lánguido o, a la sazón, del famoso calipso “Rhum and Coca Cola” que ameniza nuestro artículo.

Cantaron esa joyita las maravillosas Andrew Sisters en 1945, fue un hito en su carrera y a la sazón, se vendió más de un millón de ejemplares.

If you ever go down Trinidad
They make you feel so very glad
Calypso sing and make up rhyme
Guarantee you one real good fine time

Drinkin’ rhum and Coca-Cola
Go down Point Koomahnah
Both mother and daughter
Workin’ for the Yankee dollar

Oh, beat it man, beat it since the Yankee come to Trinidad
They got the young girls all goin’ mad
Young girls say they treat ‘em nice

Drinkin’ rhum and Coca-Cola
Go down Point Koomahnah
Both mother and daughter
Workin’ for the Yankee dollar

Dicen que la receta ideal consiste en mezclar directamente en un vaso tumbler (tubo, otros preferirán los old fashioned o los highballs) lleno de hielo, 6cl. de ron cubano (Havana Club, Bacardi) con el zumo de medio limón (muchos lo destierran). Añadir la Coca Cola, decorar con media rodaja de limón o lima. Los Anglosajones lo llaman Rum and Coke, los Españoles piden un Cubata, pero, sea como sea, que más da como se apellide, ¡viva la Cuba libre y su maravillosa gente!

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Marie José Martin Delic Karavelic

Marie José Martin Delic Karevelic, apasionada periodista culinaria autora del blog ‘Fogon’s Corner’ en Periodista Digital.

Lo más leído