Tenía que ocurrir en el país de Mickey y mágico decorado de rascacielos, ideales para ambientar un cuento moderno con final optimista.
Érase una vez un singular bogavante llamado George, 140 primaveras según su peso (casi 10 kilos) y expertos, cuya rebuscada carne comprada cien dólares hace dos semanas, no acabará hervida viva, fusionada en soufflé agridulce, ni estómago gourmet frecuentando la marisquería neoyorquina City Crab and Seafood (Park Avenue, Manhattan).
El desafortunado rehén de los mares, king size, sin bastón ni miedo al peso de los años, con DNI canadiense por lo visto, fue pescado a lo largo de Terranova (Newfoundland). Fin de la dolce vita marina y comienzo de cambio vital radical probando las incomodidades de su nuevo «hogar«.
Adoptado como «mascota», por su imponente cintura y rareza, el colosal crustáceo se mudó a cebo suplementario para atraer al terrícola pudiente, siempre hambriento de manjares novedosos o bichos espectaculares ejecutando míseros números cirquenses, lo nunca visto en su estado natural.
Así que puesto a trabajar como histórico animal de compañía, el anciano y apetitoso fenómeno, seguramente traumatizado, curró diariamente, posando indignado, todo pinza y nobles antenas erizadas entre dueños y clientela bajo flashes, risotadas y videos.
A petición del activo People for the Ethical Treatment of Animals, que detectó su corpulenta presencia mediática durante una cena, George the Lobster cambiará hoy mismo las templaditas aguas del reducido tanque estresante donde lo confinaron, por las amplitudes atlánticas del frío Maine.
La «humanitaria» operación Liberad a George se hará desde Kennebunkport (extremo noroeste estadounidense), zona donde está prohibida la captura de su codiciada especie.
Cuentan que Ingrid E. Newkirk, Presidente de PETA, aplaudió la decisión de los efímeros propietarios del regordete decápodo, bocado de rey a pesar de su senectud. Nuestro amigo, a esas horas libre como un taxi, estará bailando entre cimbreantes algas amigas y sirenas sedosas, en las verdes profundidades protectoras de su recuperado biotopo.
Fogon’s desea a George una merecida jubilación en paz en su acuario natural, lejos de redes asesinas e insufribles depredadores humanos. Esperamos que rodeado de una amplía descendencia, contará su atribulada estancia en una selecta marisquería, bajo lupa mediática en una calle de la agitada Big Apple. Si el tímido Don Jorge, reconciliado con la raza humana consiente más noticias o aparece en el Guiness, Fogon’s avisará a su club de fans.
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