Hablar (mal) de Marbella en hora punta o a deshoras se ha puesto de rabiosa actualidad por un caso de nombre exótico ribeteado de lunares, del cual preferimos no acordarnos dada la filosofía de nuestro espacio. Hace tiempo que ese síndrome, fatal para las industrias españoles de turismo, restauración y construcción locales, nos preocupaba en Fogon’s. Por tanto, buscamos una persona capaz de expresar el contrario, dotada de energía positiva, gancho mediático, simpatía a granel y sobre todo, buena persona.
El ilustrado Rafael Payá Pinilla, Rappel para abreviar, avalado por sus cuarenta años de casi afincamiento en el hermoso pueblo andaluz y primer espada de su defensa, encajó de maravilla con ese perfil y nuestro cometido.
Alma y salsa de todas las fiestas, tertuliano brillante, respetuoso vidente de cabecera de muchos y confidente de todos, estilista de sí mismo (fue sastre), trotamundo vocacional y a menudo promocional, incombustible en todos los aspectos, Rappel el generoso nos desveló con ternura, delicadeza y humor elegante, parte de sus recuerdos amontonados en esa cultura de lujo, glamour y parada de estrellas que conforma Marbella. Su testimonio, de gran riqueza vivencial y biográfica, en todo momento respetuoso en cuanto a los archiconocidos personajes citados, da visibilidad a suculentas historias ignotas, de alma rosa, sangre azul y divertida coreografía de lustrosas celebridades y migrantes jet-setters adinerados de todas latitudes y linajes: desde los visionarios José Banús, Alfonso de Hohenlohe, Jaime de Mora y Aragón a una emperatriz de mirada esmeralda, pasando por la familia real de Arabia Saudí, Julio Iglesias, Gunilla Von Bismarck, Sean Connery, Rafaella Carrà, Antonio Banderas o Luis Miguel.
Rappel, esa enciclopedia que no cesa, nos regaló casi una hora de amena conversación sobre ese dorado destino, hablando como sólo una persona de su calidad sabe hacerlo: con bondad, discreción, cortesía y mundanidad puntuada de fina ironía. Hechos y humanidad reconfortantes con los tiempos despiadados que corren, aparte del disfrute que su cercanía afectuosa y gentileza nata otorgaron. Desde esa columna, queremos agradecérselo.
Por su baraja globalizada, olímpo particular y corazón ha pasado una miríada de cromos del colorín, la nación «Hola», testas coronadas, mandatorios universales y ciudadanos anónimos, como Ud. y yo. Su pluriempleada vida parece de cuento y de película, con tribuna directa al famoseo patrio y transoceánico, saraos míticos, gastronomía excepcional en restaurantes locales y palacios de ensueño.
En la Marbella mítica de envolventes embrujos, ciudad-poema de luz, flores y arena que nos narra con pasmoso rigor, palpable nostalgia y humor, todo fue y seguirá siendo posible, incluso que Chanel se ponga el delantal fashion para cocinarle una paella o que Cristina Onasis le pida su mano caminando por sus blancas calles angostas una cálida noche de verano. A miles de kilómetros, cautivada por esas leyendas e impaciente de saborear tanta exquisitez mediterránea, una muy bien informada Michelle Obama cambió ese verano de casa (blanca) y hábitos: su decisivo momento marbellí demostró que el diminuto pueblo sigue siendo la «it place», un privilegiado feudo de lujo con clase bajo el sol de un excepcional escenario.
Con el mundo tras los pasos de la primera dama estadounidense y el tsunami de flashes que acompañó su visita en España, a la industria agro-alimentaria y turística de la Costa del Sol le vino de perla ese honor, cambio de tono y mediática visita, para recuperar pulso, impulso, imagen y notoriedad desvanecidos. Para los sufridos marbellís, resultó un puro maná, fue todo beneficio y propaganda positiva: los brillos, anécdotas generadas por un séquito de 40 personas y recaídas publicitarias de tamaño acontecimiento afianzaron la percepción de excelencia de ese paradisíaco paraje, toda una revolución y un alivio después de tanta sequía bancaria y brutales afrendas diarias.
El esperadísimo resurgir de la «marca Marbella», además, copó las primeras planas de la actualidad internacional, por su capacidad de captar y movilizar a una de las pocas familias del mundo mundial económicamente capaz de irse de vacaciones a cualquier sitio. En dicho caso, el fabuloso Hotel Villa Padierna, situado en la exclusiva urbanización Flamingos Golf en Benahavís que albergó a Michelle, está clasificado entre los treinta mejores del mundo y nominado en la lista de oro 2010 de la revista Condé Nast Traveller como el mejor «resort» en España.
Así es la historia de esa fugaz pero intensa visita «privada» de la atlética primera dama estadounidense y la conclusión/moraleja de nuestro querido amigo Rappel: belleza, buen gusto y autenticidad nunca pasarán de moda. Criterios que de sobra, de aquí a la eternidad, esa emocionante preciosidad llamada Marbella seguirá ostentando.