Los manjares helados son un antiquísimo hito gastronómico, que ciertas crónicas atribuyen a los babilonios. De ahí pasó a las afortunadas China, Persia, Grecia y Roma. Alejandro el Magno y el pórrofogo (devorador de puerros) Nerón se deleitaban con bebidas enfriadas con hielo traído de las lejanas montañas por sus sufridos esclavos. Fueron, como el café y el dulce cacao en sus principios, desgraciadamente vetados para el pueblo llano y durante demasiado tiempo, un manjar exclusivo de las mesas pudientes, injusticia descomunal afortunadamente rectificada por el goloso trotamundo Marco Polo.
De su mano desembarcó el secreto de su fabricación en la Europa del siglo XIII, pero otra vez considerado una delicia reservada para la alta sociedad, sólo la probaron papas y testas coronadas. Por fin, cien años después, se despacharon directamente en la calle, mediante los vendedores ambulantes. Hoy saborearemos unos refrescantes cristales de fresas. Se preparan en 25′ y las proporciones indicadas están previstas para cuatro personas.
Lavar, secar y despojar de su pedúnculo 400 gr. de fresas, frambuesas maduras o arándanos. Reservar la mitad de la fruta para el montaje de los cristales. Depositar el resto en el vaso de la batidora, mezclarlas con igual cantidad de queso mascarpone, cuatro cucharadas de nata espesa y 50 gr. de azúcar moreno. Reservar.
Depositar en el fondo de cuatro vasos anchos, transparentes y altos, un centímetro de bizcochos de soletilla machacados, rociar con licor de fresa, agregar un poco de la crema anterior encima, dos centímetros de arroz con leche, una capita de helado de fresas, algunas fresas reservadas y así sucesivamente. Sugestión decorativa: topar con fruta exótica, Chantilly y hojitas de menta. Buenísimo.
