Abrazado por la naturaleza, oculto en el verde corazón de un fresco bosque de cien hectáreas dominando el Valle de la Manse y del Courtineau, el fabuloso Castillo de Brou (Noyant-de-Touraine, Indre y Loira, Francia) es una triple posibilidad para el viajero sibarita de experimentar turismo, historia y exquisita gastronomía de las fecundas tierras de Turena.
Embajada del buen gusto, catedral gourmet de los manjares locales y emblemático de la dulce región vitícola del llamado «Jardín de Francia», La Turena, ese castillo de las mil delicias, umbrosa oasis de tranquilidad y arquetipo de belleza atemporal, nos cuenta una secular historia de elegancia empezada en 1475, por el antañero señor de esos lares, François de Gébert.
El Brou versión siglo XXI, luminoso remanso de paz con renacentismo ajustado a la realidad moderna, reescribe su cuento via el codiciado label «Châteaux Hotels Collection et Relais du Silence«. El resulta es un prestigioso ejemplo francés de un selecto conjunto «haute couture» de los quinientos mejores hoteles con encanto, presentes en 60 países y seleccionados por esa marca creada en 1954.
Como en las narraciones feéricas y tal Cenicienta, el visitante franquea una silenciosa verja mágica y desaparece del mundanal ruido tras los encantamientos de exuberancias vegetales. Algo del misterioso Brocelianda brumoso y de sus celebérrimos embrujos se palpa ya en una atmósfera preñada de aroma a bosque mágico, membrillo y flora otoñales. Así empieza el viaje iniciático al onírico mundo de Brou, donde la perfección bucólica del musgoso camino forestal ya anticipa la soñada belleza de la fortaleza erguida en un fresco parque bajo evanescentes nubes anacaradas. La preservada poesía intimista de ese grandioso espacio sombreado, velado por frondosos árboles bicentenarios y románticas glorietas abarrotadas de pálidas rosas lánguidas enamora la vista y apacigua el alma más estresada.
El color verde, ya matizado de bruñidos ámbares otoñales será la cromática compañera de nuestra estancia en ese hedonista paraíso recobrado, auténtica bocanada de energía renovada. Y en medio de ese estuche vegetal de intenso esmeralda se alza la joya del dominio, el castillo de clara fachada, preciosidad tocada de gráciles torretas de tornasolada pizarra, diminutos tragaluces y múltiples tejados orlados de rocío matutino, donde seguro se asoman, invisibles, glamourosas hadas de ondulada cabellera dorada y algún alado dragón escamoso vigilando a los mortales.
Intramuros, se comprueba en la rica decoración y los lujos deliciosos, la exquisita personalidad, delicada sensibilidad y pasión detallista de los jóvenes y talentosos dueños del sitio, la rubia Émilie y el atento Pierre Moricheau. Son hijos de su obra que hicieron de la excelencia su filosofía y de la calidad de trato un saber estar, en ese ambiente resguardo de tanta Historia, que resume el gran arte del savoir-vivre y recibir «a la francesa».
Al abrigo de vigas sumando siglos, cada espaciosa habitación (doce repartidas sobre dos plantas, todas climatizadas y con vistas al parque), cuenta con diseño propio combinando la herencia histórica con las necesidades contemporáneas (TV plana, WIFI gratuita, mini bar, enormes bañeras o duchas de balneoterapia…). Sus prestigiosos nombres reverencian la memoria de famosos personajes que dejaron su huella en la región: así los de Mademoiselle Ida des Acres de l’Aigle (antigua propietaria del Castillo), Juana de Arco, Diana de Poitiers, el literato Balzac o el escritor humanista Rabelais, oriundo de la cercana Seuilly. Un decorado chic, de cromática y estilo adecuados a cada homenajeado completa habitaciones y suites. El resultado es una oda al buen gusto, sello característico de esa propiedad fortificada donde escuchar el silencio, contemplar la serena belleza de Turena y entregarse a la calma son prioridades.
Para tal apacible cometido, todo pensado y al alcance: estratégicas tumbonas frente al lago plateado, paseo por las nubes (en globo aerostático), caminatas campestres por el denso bosque, el impresionista jardín de tenues flores o un huerto retirado, donde entre sedosos herbajes, aguardan las orondas calabazas y la roja sonrisa de tardías amapolas.
Otoño, Pomona y sus oros están en el aire, tocando las mojadas hydrangeas de suave encanto acuarelista, la opulenta viña virgen de granate y de setas ambarinas la fértil tierra de Turena, apodada «Valle de los Reyes«, ya que todo en ella crece. Son tiempos de recogimiento, de tazas de tierno cacao humeante, ese mismo cuya espumosa dulzura se inscribe al copioso desayuno del Castillo. En una finca cercana, de rojizas tejas antiguas copadas por liquenes y musgos, los ecologistas propietarios cultivan sus propias frutas, hierbas aromáticas y hortalizas. Con suerte y temprana espera, avistará otras tímidas alhajas residentes en Brou: ciervos, familiones de jabalíes y diminutos tenores alados. Son otros momentos de felicidad que brinda el lugar, donde las mascotas son también bienvenidas.
El antiguo comedor del castillo, tendido de sedosa tapicería púrpura impresa con motivos floro-vegetales, poblado de muebles de madera noble y antigüedades de época, consta de una imponente chimenea. Cenar entre esos viejos muros majestuosos deslumbrantes bajo mil velas, con la Historia por testigo y la romántica llamarada de un fuego desprendiendo el alma aromática del bosque circundante resulta una auténtica gozada. Mesas espaciadas revestidas de manteles impolutos, vajilla y cristallería centelleantes, ágil servicio de la impecable Fleur Rabosseau completan ese cálido momento excepcional.
La carta, proclive a los florones gastronómicos del terruño, resulta un tour gourmetista por sus maravillas culinarias, potenciadas por un recetario de impecable clase y acierto. Así la ideó el primoroso Denis Leclerc, grande en ciernes, cocinero-jardinero y discípulo de Jean Bardet, jefe mediático de Tours (GaultMillau, dos ** Michelin). Su perfeccionista coquinaria, de gran definición estacional, ya un estilo, equilibrada, nítida, perfumada por hierbas, raíces, setas silvestres y hortalizas del huerto local, reserva gratas sorpresas gustativas en ese excepcional cuadro idílico. Pasen y prueban ese mix de tradición con guiños modernistas y referencias estacionales, depurada experiencia sensorial para devotos de la causa gastronómica, armonizada por los elegantes vinos autóctonos.
Así ese inolvidable velouté de calabaza, pura cremosidad otoñal invadiendo el paladar y el indescriptible cappuccino de castaña con atrevido contraste de crujiente chip atocinado. Funcionan a pedir de boca. Impresionante de perfección el untuoso foie gras, intenso, aromático, exactamente sazonado y felizmente aderezado de olorosa jalea de Vouvray moelleux, ese dorado vino de «tafetán«, reverenciado por el hedonista Rabelais (1533) y Pierre de Ronsard, Príncipe de los Poetas y Poeta de los Príncipes.
El «momento queso«, sacrosanta pasión hexagonal, atesora naturalmente la star local, el deleitoso Sainte-Maure-de– Touraine y la carta de los dulces un redondo dominio reposteril: entre aéreas creaciones de sutiles texturas, postres y prepostres recién horneados, destaca un lúdico pastel-seta de pera, macarrón y quenelle helada, receta indudablemente entregada por un entendido hada micológico.
¿Los precios? No son terroríficamente caros, sino bien calibrados, contenidos y estudiados. Esperamos que tamaño esfuerzo y energía pronto serán recompensados por la guía roja, integrando en su corte esas cátedras del (buen) gusto que son el genial Denis y todo el equipo del fantástico Château de Brou.
Llegada la hora del adiós a la sensual Turena, se marcha uno marcado por su conmovedora belleza, con ganas de eternizarse bajos sus cielos opalescentes y en la mente, los atinados ecos de un poema a su gloria:
«Le rêve de la vallée,
Toute d’or et d’ombre au loin,
M’a pris et bercé et roulé
Dans un parfum de vigne et de foin ;
Ô douce vallée, tu rêves ;
Ton rêve est l’éternité,
Que me prends-tu mon heure brève
Et ma force et ma volonté ?»
(La Partenza, Francis Viélé-Griffin (1863-1937))
Así son los mundos de Brou ya para siempre, nuestra personal y nostálgica magdalena.
Émilie Moricheau
Gérante-Manager
Château de Brou
37800 Noyant de Touraine
33 2 47 65 80 80 (teléfono)
33 2 47 65 82 92 (fax)
chateau-de-brou.com