El cremoso cheesecake es un hito de la llamada «American Cuisine». Leyenda y orgullo de la repostería neoyorquina, de exquisito sabor, mullida textura y gran impacto visual, se armoniza idealmente con los tés negros o verdes, así como el café. El culto al ch-cake, como lo llaman en tierras de Mickey, traspasó rápidamente las fronteras de su «cuna» neoyorquina, seduciendo a los EE.UU. enteros y a cierta ambición rubia del siglo pasado en particular.
¿Y qué generan dos monumentos nacionales al encontrarse? Pues glamour y un curioso concurso de belleza, por ejemplo, celebrando la nívea hermosura de una apetitosa joven llamada… Marilyn Monroe, a la sazón reuniendo todos los ingredientes para coronarse Miss Cheesecake. ¿Qué olfato y paladar, verdad? ¡Es que siempre Marilyn fue como para comérsela!
Atacando más al sur, el fenómeno derritió a los mexicanos, quienes demostraron su pericia al respecto en enero de 2009, ya que en 60 maratónicas horas, un chef y 55 ayudantes confeccionaron un ejemplar de 2,5 toneladas, con 1000 kilos de yogur, 350 kilos de masa, 150 de mantequilla y fruta roja a granel. El resultado llenó 20.000 bocas expectantes. El nervio de la guerra (léase el dinero) lo surtió la marca de queso Philadelphia, sponsor de la hazaña para el Guinness World Records. Con esos suaves mimbres vio la luz el primero «Cheesecake Challenge» del mundo mundial.
Más modestamente lo realizaremos en casa, pero antes vale la pena repasar su suculento historial. Parece que durante los primeros Juegos Olímpicos griegos, en 776 AJC, una suerte de cheesecake integró la fortificante dieta atlética. Milenarios más tarde, inmigrantes judíos e italianos trajeron su propia receta a la futura Big Apple, donde el postre devino una institución. Nuestros amigos transalpinos usan la suave ricota para confeccionarlo (queda más ligero) y los judíos, nata y cream cheese (también llamada cottage cheese), con resultado más potente.
La locura para dicho manjar alcanzó su cenit en la Belle-Epoque, convirtiendo Nueva York en su feudo definitivo. De hecho, adjudicándole un nuevo nombre metafórico de la ciudad de los rascacielos, el flamante «New York Style Cheesecake» lució palmito en cada restaurante con receta propia e inmediata polémica: la que armó Arnold Reuben Jr., propietario del mítico Turf Restaurant de la 49th Avenue de Broadway, reivindicando su calidad de pionero por realizar el cheesecake a base de cream-cheese.
Sea como sea, puro terciopelo sobre aromático zócalo crujiente, una vez domesticada la receta de base, el sabroso invento se versionó en mil propuestas y así podemos degustarlo a base de limón, papaya, kiwi, fresas, arándanos, plátanos, pera, melocotón, chocolate, café… En su actualidad, su versión salada es de lo más trendy y aparece entre brunches, lunches y slunches, en finas lonchas junto a otras de… pescado. Qué cosas. Estrella de la repostería anglosajona y rayo de sol de sus días más grises, sube la moral incluso sólo con contemplarlo, por su alegre frescor, nevado aspecto y sabor exquisito. España alumbró una tarta de queso igual de suculenta y Francia magníficas tartas de yogur y quesos frescos.
Turisteando por EE.UU., el cheesecake atacó su más poblado Estado, California. Como resultado, se abrió en 1978 en el triángulo de oro de L.A., concretamente en Beverly Hills, un modesto restaurante inspirado en el famoso postre, que incluso le cedió su nombre. Así nació la Cheesecake Factory Inc. Su éxito transformó su ideólogo-propietario, David M. Overton en archimillonario y su establecimiento en cadena, que hoy día consta de 170 locales despachando generosas raciones del famoso postre, entre burgers, pizza, pasta, steaks y sándwiches. Están a un clic: http://www.cheesecakefactory.com
Fogon’s propone su versión, prevista para seis personas, que se hace precalentando su horno a 160º (termostato 5/6). En el vaso de la batidora, triturar finamente 200 gr. de galletas «Galletas Bonne Maman», que son extremadamente sabrosas (o si prefieren, de tipo María) con 70 gr. de mantequilla fundida, 100 gr. de nueces peladas o pistachos, una pizca de sal y otra de canela.
Repartir en un molde desfondable, alisando perfectamente la superficie con una espátula. En un cuenco grande, verter 700 gr. de ricota italiana o de queso Filadelfia, batir ligeramente para flexibilizar su masa. Agregar 100 gr. de azúcar blanco, 4 huevos enteros uno por uno, el zumo de un limón o naranja. Mezclar perfectamente los ingredientes, ya que el resultado tiene que ser homogéneo.
Verter ese preparado sobre la capa de bizcochos triturados, alisar, cocer una hora a 180º y dejar entibiar en el horno. Si la superficie se dora demasiado, cubrirla con una hojita de papel de aluminio. Al cabo de ese tiempo, retirar del horno. Como los buenos vinos, ese postre mejora al hilo del tiempo, por tanto refrigerarlo un día entero o más en su nevera. Desmoldar con suma delicadeza (por dicha razón es ideal un molde «desfondable»), emplatar sobre encaje de papel, decorar con frutas rojas y servir escoltado de un culís afrutado de su elección. ¡Enjoy!