El exótico nombre de la tienda, que etimológicamente recuerda a la palabra vainilla, no es un homenaje a la fragante especia, sino un personal reconocimiento a uno de los autores preferidos de la muy viajada Clara, Robert Louis Stevenson, escritor escocés mundialmente conocido por dos de sus obras: «La Isla del Tesoro» y «El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde«. Trotamundo y defensor de los aborígenes de Samoa, el literato terminó sus días en el pueblo de la polinesiana Vailima, aldea vecina de Apia, capital de Samoa.
Cinco veces milenaria según la leyenda y más actual que nunca, la fragante Camellia Sinensis es la infusión más antigua de la Humanidad, la más consumida después del agua y una de las más codiciadas. Ninguna otra planta aglutina en torno a su personita tantos pulcros rituales, reverencia planetaria, elegancias refinadas, artística herramienta de precisión casi quirúrgica para servirla y fabulosa ceremonia para celebrarla, el japonés Cha-no-yu, de cuatro horas de duración.
Energética, tonificante, refrescante, terapéutica, reconfortante, la diminuta hoja del precioso 茶 (tcha) fue, sin embargo, el detonante del famoso motín del Boston Tea Party (Massachusetts), así como una de las múltiples razones que llevarían -nada menos-, los enfadados colonos «Patriots» a la cruenta Guerra de Independencia de los EE. UU. (1775-1783). Con el correr de los siglos, el justiciero té provocó otro caso de sonada desobediencia civil y más Historia, mudándose a mantra de un émulo famoso. Así, el 12 de marzo de 1930, un «fakir sedicioso que sube medio desnudo las escaleras del palacio del virrey» (dixit Churchill) se inspiraría de la simbólica taza de té bostoniana para arranca su kilométrica «Marcha de la Sal». Se llamaba Gandhi y devolvió a su pueblo esclavizado lo que era suyo, verbigracia su tierra, su dignidad y la soñada independencia.
Según el muy serio Planetoscope, que brinda las estadísticas mundiales de consumo en tiempo real, se beben diariamente unos 500 millones de tazas de saludable té.
El venerado arbusto declina su sabor en seis cromáticas: la verde, sin fermentar, parca en teína, pero rebosante de vitaminas y antioxidantes. El lujoso polvo del carísimo matcha japonés, deslizado en helados, bizcochos y postres, confiere un apetitoso color esmeralda y excepcional dulzura a esas delicias comestibles. Excelente para la piel, los golosos y las papilas.
El familiar té negro, fermentado, encierra más cafeína, menos vitaminas y representa el 80% de la consumición europea. La chic variedad Wulong u Oolong, -literalmente «Dragón Negro«– de sublime tonalidad azulverde, sutil sabor a castaña ahumada y bosque otoñal, compromiso entre las dos categorías anteriores, resulta de lo más fragante y fino. Ligero en teína, equilibrado en conjunto, es ideal para el five o’clock e incluso, después de cenar.
La onerosa variedad blanca, sin fermentar, es una mina de antioxidantes, el más «it» por su distinción, rareza y frescura. En sus albores, su singular fineza y brevísimo periodo de recolección lo reservaban a la taza imperial y vetaban al común de los mortales. Hoy día, sigue valiendo un Potosí adquirirlo y además, requiere un paladar ya muy ejercitado para apreciar todo su extraño esplendor, exacto punto de amargor y cristalina voluptuosidad única. Otro rara avis, de tono amarillo, ligeramente fermentado, es la joya de la corona. Rolls Royce de los tés, es el líquido manjar más top, glamouroso, aristocrático y arduo de encontrar. La perfección hecha té.
En el apartado rojo, el post-fermentado pu-erh, una de las pocas variedades declinadas en añadas, como los crus más celebrados. Cuando más ancianito, mejor sabe. Rebuscado por sus virtudes medicinales, se obtiene de la variedad «assamica» que eclosiona en el Yunnan chino, Birmania, Lao, Tailandia y Viet Nam. Otro afamado té, de incendiaria cromática «roja» florece en el mercado, ajeno a la familia de la nívea Camelia Sinensis y pariente de una distinta tribu botánica. Concretamente del Rooibos (Aspalathus linearis), un arbusto sudafricano. Auténtica inyección de salud, su relajante infusión cobriza, ligeramente dulzona, atesora un ADN repleto de calcio, flúor, magnesio, flavonoides y vitamina C. Capítulos recetas, el té helado, invento del País de Mickey en 1904, puntuado de frescas hierbas aromáticas, rodajas de cítricos o ligeramente especiado, constituye un de los placeres veraniegos más punchy y estimulantes cuando aprieta el calor.
Toma-té tu tiempo, desintoxica-té, deleita-té y cuida-té diariamente tomando una taza de ese benéfico brebaje milenario de solapado poderío y sereno efecto. Ya lo advirtió al personal el «Divino Granjero«, verbigracia el Emperador Shennong, padre de la medicina y de la agricultura del amarillo «Reino del Medio» en su celebrado «Clásico de las raíces y hierbas»: «El té alivia de las fatigas, fortifica la voluntad, deleita el alma y aviva la vista». Cinco mil lunas con todas sus noches supuestamente disfrutó de todo ello. Privilegio que seguramente, ese amante del té, para quien beberlo era una filosofía y una espiritual emoción, debía a esa divinizada, noble y poética infusión herbal.