Vestida de plata y de espuma de jade, la oceánica ciudad de Arcachón tomó prestado, según ciertas fuentes, su peculiar nombre del vocablo «arcanson«, término designando la colofonia, aromático residuo natural sólido, exudado por los pinos tipo «Pinus» y obtenido después de destilar la trementina. A su turno en tiempos pretéritos, esa preciada sustancia era ya un florón de «Kolophốn«, ciudad jónica vecina de Efeso, mencionada en los textos platónicos, famosa por su abrumadora «dolce vita» y glamouroso estilo de vida. En las Landas francesas nutrió durante siglos una novedosa industria que movió los cimientos de la apática economía local.
Transportada en barricas, la ambarina colofonia resultó esencial en los procesos de fabricación de barnices (aguafuerte), lacas, pegamentos, chucherías, perfumes, pomadas, industria papelera, jabones y ciertos productos farmacéuticos. Igualmente se utiliza para garantizar una perfecta adherencia al arco de ciertos instrumentos musicales (violines, panderetas), a las manos de los jugadores de rugby, pala, forofos de la escalada, del handball y a las zapatillas de los bailarines clásicos.
En tiempos más modernos, entró en la fabricación del caucho destinado a los neumáticos y de los chicles. Asociada al clorato de potasio y a la lactosa, surte la composición de la «fumata blanca» anunciadora del ansiado «Habemus Papam» vaticano. Repasando su olorosa historia, topamos con Nicolas-Thomas Brémontier (1738-Tronquay, Eure, Alta Normandia francesa, Paris-1809), sesudo ingeniero cuyo talento se premió con el moto de «benefactor de los departamentos marítimos de Francia«. En efecto, resultó uno de los primeros científicos en desarrollar las medidas acertadas para fijar el movimiento geodinámico invasor de las movedizas dunas de arena arrebatando los suelos del Golfo de Vizcaya (entre la Gironda y el río Adur). Para tal fundamental cometido ordenó plantar masivamente unos pinos marítimos en las Landas de Gascuña (1786), siguiendo la pauta de proyectos anteriores realizados al sur de la Bahía arcachonesa.
El sangriento paréntesis revolucionario de 1789 frenó dicho proyecto, retomado en 1793. Parte del doblemente milenario bosque landés, de origen natural, ocupaba primitivamente unas 200.000 hectáreas. Plagado de zonas pantanosas donde el paludismo campaba a sus anchas, su escasa población, mayoritariamente pastoril, usaba zancos para desplazarse sobre el terreno húmedo. Llegado el siglo XIX, el último emperador de Francia, Napoleón III, decidió impulsar la economía menguante de dicha olvidada región, -un triángulo de suelo arenoso abarcando Soulac, Nérac y Hossegorf-, plantando profusamente un árbol ya endémico, el «Pinus pinaster» (pino marítimo, pino rubial). El resultado desembocó en una auténtica revolución agraria y paisajística, impulsando una nueva actividad que ocuparía generaciones de resineros locales hasta 1991, en la recolecta del llamado «oro blanco«. Por algo se reverenció el pino landés con el moto de «árbol aurífero» por su codiciada resina, fuente de alguna mejora vital de los sacrificados campesinos del terruño. El «gemmage« ocupó familias y generaciones enteras.
Una de las más interesantes excursiones (60.000 visitantes en diez años) en las verdes y doradas Landas de Gascuña mecidas por el Atlántico, en plena «Costa de Plata« propuestas por las autoridades turísticas locales es, de mayo a octubre, la visita guiada de la «Maison de Leslurgues» a Mimizan-Plage. Ahí, matutinamente cada jueves, antiguos resineros y forofos de esa casi desaparecida profesión, dan amplia y amable demostración sus dotes forestales, tocados con la preceptiva boina y vestidos con los ropajes de rigor en la época. Todos los detalles de esa instructiva lección de peculiar recolección en un magnífico bosque plagado de helechos, brezos, diminutos tenores alados, para disfrutar del fantástico olor, salutífero aire y bellísimo sitio están a un clic: http://mediaforest.net/p64-visites-de-la-filiere-foret-bois.html
Son también treinta y cinco kilómetros de pistas ciclistas en pleno bosque que os espera, en un macizo forestal de extraordinaria biodiversidad quien, en su actualidad, constituye el bosque europeo cultivado más extenso y genera unos 30.000 empleos. Existe de hecho, una formula turística prevista al respecto (http://www.tourisme-aquitaine.fr/actualites/eco-cyclo-dans-les-landes.html). Caminar o pedalear por esa catedral vegetal de luz, sol y sombra, camino del otoño, es una auténtica gozada, un puro deleite visual, la perfección hecha viva realidad y una de las más placentarias experiencias ecológicas. Así es la hermosa Aquitania, desplegando sus múltiples y románticos encantos a cada paso. A veces, Dama Naturaleza vio grande, muy grande. Para muestra, otro ecosistema excepcional de 63 millones de m3 de finísima arena eólica y altitud variable, la Gran Duna de Pyla, abrumadora belleza rubia, única en Europa por su altura, singularidad y espectacularidad, maravilla/monumento natural que visitan anualmente 1,5 millón de turistas y sobrevolan incansablemente los coloreados parapentes, declarada desde 1978 «área protegida» en su calidad de Gran Sitio Nacional (http://es.wikipedia.org/wiki/Grand_site_national). ¡No se lo pierdan!