Una mañana de lujo en Bruselas

Una mañana de lujo en Bruselas

(PD).- Bruselas es una urbe multicultural y pluriracial, pero hubo un tiempo en que sólo era rancia y escandalosamente burguesa, y en el Sablon, los domingos por la mañana, sobre todo cuando sale el sol, los vestigios de aquella pereza arrogante se manifiestan con asombrosa naturalidad. El Sablon es una plaza típica de Bruselas. De menor reputación internacional que la Grand Place, pero con su sabor. Intenso.

Así comienza la crónica que este domingo publica Fernando Pescador en El Correo. Está en ligera pendiente y desde el alto la preside la Église de Notre Dame du Sablon, una soberbia pieza del barroco en cuyo interior vidrieras de gran belleza reproducen los escudos de armas de las viejas familias belgas que se pusieron a la tarea de hacer este reino, hoy tambaleante, a comienzos del siglo XIX.

A su lado está la plaza del Pequeño Sablon, célebre por las 48 delicadas estatuas de bronce que la contornean, hay que atacarlo desde arriba, desde la Rue Ducale, por la que el rey transita camino de palacio, para bajar andando sin fatiga hasta sus últimos vericuetos.

Un poco más abajo, a la izquierda, hay una tienda de antigüedades que comercia con diseño escandinavo y con arte tribal africano. A la vez y sin despeinarse. Mirando los abalorios del escaparate te preguntas si no ha vuelto a casa el cofre de bagatelas del explorador que cambiaba espejitos por marfil. Aunque para marfil, un poco más abajo. No conviene guiarse por las etiquetas adheridas al pie de las figurillas chinas de personajes regordetes, que reproducen posturas del Kama Sutra: señalan la referencia, no el precio.

El mercadillo de antigüedades del Sablon, mundialmente famoso, es agotador. Por su variedad y porque hay que recorrerlo en horizontal, que no cuesta abajo. Pero bien pocos metros adelante, a la derecha, que es donde da el sol cuando lo hay, están esos barecillos vagamente informales con sus sillas al aire, igual que el ombligo de Sophie, que pasea con energía propia de una cantinera muniquesa, con un cuerpo tres veces menor, una bandeja cargada de cosas que nada tienen que ver con el kalimotxo: limón caliente, menta de hojas, cerveza trapista de segunda ¿y hasta tercera! fermentación, capuccino a la espuma de leche, chardonnay, gewurstraminer, moselas variados, sancerre o muscadet. Personalmente, prefiero el burdeos.

Mousses legendarias

Recompuestas las fuerzas tras el aperitivo, y si no te quedas a comer en uno de esos restaurantes a los que hay que llegar pronto, para que la chaqueta que dejas en el perchero -todo es como familiar- te la aromatice el perfume del visón que le va encima poco después, siempre hay la posibilidad de hacerse con un postre para casa. A la derecha está Wittamer, con sus mousses legendarias, y a la izquierda, un poco más abajo, Marcolini, Pierre, que hace esas tartas de chocolate en las que miras, y te ves.

Un poco más abajo hay un monumento muy solemne con alguien encima en el que nadie se fija pero al final de la plaza, junto a la gran brasserie de Leffe, la Loto belga desplegó hace meses un anuncio en el que se veía a un ‘mindundi’ con aspecto de ‘mindundi’, acodado sobre el capot de un Rolls Royce horteramente tuneado, con el mensaje siguiente: «Usted puede ser escandalosamente rico». Sutil, ¿verdad?

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