Por fin he visto «Cisne Negro». Y una vez más he pensado que los maravillosos tutús, blancos e ideales, las faldas de gasa, los maillots con pedrería y, en general, la ropa propia del ballet clásico es tan mágica y etérea, precisamente, para hacer olvidar a las bailarinas la dureza de la vida que han escogido.
¡Sólo a los ignorantes en ballet se les llena la boca diciendo que «El Lago de los Cisnes» es ñoño! ¡Estoy tan cansada de escuchar estas palabras siempre en la boca de los que no tienen ni idea pero van de «guays»!
Ojalá «Cisne Negro» anime a todo el mundo a ver sobre un escenario y con una compañía de carne y hueso algo tan prodigioso como «El Lago de los Cisnes». Me da igual si parezco radical porque adoro el ballet clásico. He visto a las mejores compañías y disfrutado con coreografías contemporáneas y clásicas. «Giselle», «El Lago de los Cisnes», «Cascanueces», «La Bella Durmiente», «Romeo y Julieta»… han sido desde mi niñez verdaderos cuentos en movimiento, fascinantes y evocadores de un mundo que ya no existe y que jamás volverá. Un mundo hecho por los grandes maestros rusos. ¡Ellos son los verdaderos poseedores del espíritu del ballet!
Se me han saltado las lágrimas con los esfuerzos de Natalie Portman por alcanzar la perfección en uno de los mundos más duros que existen: el ballet clásico. ¡Subrayo la palabra clásico! Y con la desesperación de Winona Ryder -que igualmente raya la locura- en su papel de primera bailarina obligada a retirarse por ser demasiado mayor cuando ella se siente aún en perfectas condiciones. ¡Qué duro es que te sustituyan después de una vida de entrega!
Como periodista he conocido personalmente a grandes de la danza. Por ejemplo, a Maurice Béjart, que nos electrizó hace tres veranos en el Generalife -Granada- con su inolvidable «Bolero» de Ravel en versión femenina y en versión masculina, y ambos insuperables.
Al finalizar la actuación y escondiendo su silla de ruedas tras los cipreses del teatro, Bejart se levantó con la ayuda de una asistente para saludar al público. Resistió los pocos segundos que sus trabajadas piernas de bailarín tuvieron fuerzas de sostenerlo, antes de volver a desplomarse en la silla de ruedas. Pocos meses después, el gran Maurice Béjart falleció. Pero esa imagen tan digna y hermosa del coreógrafo y bailarín saludando, disfrutando de unos aplausos que bien sabía que eran de los últimos que escucharía en su dilatada carrera, tras una vida de entrega a la danza, quedará para siempre en mi memoria. Afortunadamente, tenemos sus coreografías, su escuela de Laussane y a los cientos de bailarines y bailarinas que ha formado.
He conocido a Nacho Duato, a Antonio Gades. Me han dejado huella porque sus caras y sus cuerpos estaban cincelados a base de disciplina. ¡Qué increíble sus movimientos sobre el escenario! Son seres que pertenecen a otro mundo como también pertenecen a otro mundo los muy guapos, o los muy inteligentes, aunque luego todos los mundos estén en éste.
Las disciplinas artísticas son duras pero el ballet lo es más. Exige desde una tempranísima edad -cinco, seis, siete años- una existencia de gran aridez: dietas, estudio, concentración, ensayos… que muy pocas personas pueden sobrellevar. Más, cuando la propia biología te pide a gritos diversión, excesos, amor y fiestas.
Es humano identificarse con el personaje que interpretas hasta el punto de caer en el desequilibrio, la extravagancia, la pérdida del propio yo o incluso la locura. Es lo que le ocurre a la frágil Nina de «Cisne Negro». Y es lo que le ocurre a tantos creadores y artistas.
Por eso pienso que después de ver «Cisne Negro» es necesario aplaudir más fuerte cada vez que asistamos a un concierto, una obra de teatro, una exposición… y, por supuesto, a la representación de un ballet. Tras los tutús delicados, inmaculados, etéreos y los destellos de pedrería hay toneladas de esfuerzo y sacrificio dignas de elogio y respeto. Porque los artistas también viven de la dulzura del elogio, la satisfacción del respeto y la alegría de aplausos.
Y quienes no hayan visto «El Lago de los Cisnes», mi consejo es que acudan a verla. La coreografía de Petipa, la música de Tchaikovsky y el conmovedor argumento de la joven inocente convertida en cisne por un maléfico hechizo, pertenecen a un pasado irrepetible que no volverá. Ningún coreógrafo del siglo XXI se pondría manos a la obra inventando coreografías tan extremadamente preciosistas y complejas. ¡Sólo los rusos pudieron hacerlo de esta manera increíble!
¿Un tributo al ballet a pie de calle?
Reinterpretar los tutús, las bailarinas, las vaporosas faldas de gasas, las tules, el color blanco, los «bodys» y maillots… La firma BCBG MAZMARIA lo hace de maravilla en su temporada primavera verano. ¿Y en la cabeza? Recogidos, diademas, trenzas. Porque este verano ¡queremos ser bailarinas! Tan femeninas y chics como la maravillosa Nina de «Cisne Negro».