María llena eres de … ¡Coca!

Los sinsabores que da la vida son grandes y a la vez terribles. O sino que se lo pregunten a Juana Baldeón, 23 años, nacionalidad ecuatoriana, que hace unos días fue detenida en el aeropuerto Jorge Chávez en la ciudad de Lima portando dos kilos de coca escondidos en el marco de unos cuadros. En esta ocasión no tuvo la «suerte» de la protagonista de la película «María llena eres de Gracia» y la «aventura» la envió directo a la cárcel.

Normalmente, me cuenta un colega periodista -y se sabe, o se especula- que las «burriers» ya están «vendidas» de antemano. Es decir: alguien perteneciente a la narco mafia se chiva a las autoridades para que detengan a fulanito o venganito, mientras por otro control pasa realmente el mayor cargamento aprovechando que la policía está entretenida con el «anzuelo» que se le ha puesto.

Hace un par de semanas me encontraba en Lima y me disponía a abordar el vuelo de LAN con destino Madrid. El personal del «counter» se mostraba reacio a facilitarme la tarjeta de embarque alegando que en el tramo Guayaquil- Madrid el vuelo estaba sobrevendido. O sea, que no había plaza. Pero no así el trayecto Lima-Guayaquil.

Me explico: yo tenía en mi poder un billete ABIERTO, sujeto a espacio. O sea, que si habia plaza viajaba, y si no, pues me quedaba en tierra.

El personal de LAN me decía: Sr. Monzón, de qué le vale viajar a Guayaquil si desde allí no va a encontrar plaza a Madrid. Mejor se queda en Lima y espera unos cuantos días a ver si hay plaza».

Como ya tenía la firme intención de regresar a Madrid les espeté que yo me arriesgaba y viajaba a Guayaquil con la esperanza que algún pasajero del vuelo Guayaquil – Madrid no se presentase a última hora.
-«Sí, señor, pero dira «los pasajeros» porque son varios»- me replicaron. «Da igual». Y subí al bendito avión.

El trayecto duró como dos horas. No recuerdo bien. El viaje fue tranquilo pero no dejaba de pensar en el trayecto Guayaquil- Madrid. La idea de no encontrar plaza me hacía «subirme por las paredes» ( claro, sin moverme de mi asiento).

Faltaba unos quince minutos para aterrizar y empecé a diseñar un plan para salir disparado del avión, sortear los controles de pasaportes, y a toda velocidad llegar al counter de LAN en Guayaquil. Al fin y al cabo allí me darían la buena o mala noticia de la bendita plaza.

Las azafatas, guapas de por si, me aconsejaron que era mejor que no pasara los controles de pasaporte y fuera directo a la zona de tránsito a preguntar en la sala de embarque sobre la disponibilidad de asiento. Y eso fue lo que hice.

Decidida la acción a realizar a medida que el avión aterrizaba preparé mis objetos de mano sin olvidar que aún me quedaba una maleta en la bodega del avión. «Al instante que me den la plaza les comento de la maleta», pensé.

Una vez que nos dieron luz verde para desembarcar salí hecho un rayo con dirección a la zona de tránsito…¡pero había una cola gigantesca para pasar, una especie de control de maletas con escáneres y la bndita puerta antimetales!.

Un chico español que iba en el avión y que sabía de mis intenciones, me espetó: «cuélate, coño, porque sino te quedas en Guayaquil». Me colé no sin antes pedir mil disculpas a los pasajeros que hacían su respectiva cola.

Llegué sudoroso a la sala de embarque rogando y encomendandome a todos los santos habidos y por haber que a un pasajero o a varios se los haya comido la tierra y que por fin tuviese una bendita plaza. Mi alegría fue enorme cuando la encargada del counter me dijo «Sí, hay plaza». Recien pude respirar.

Me tumbé en una de las bancas a la espera del embarque cuando escuché: «Un aviso para el Sr. Monzón, preséntese en el counter de LAN». En ese instante me dije a mi mismo «¡maldición, fijo que aparecieron los pasajeros!». Pero no fue así.

Un efectivo de seguridad o controlador del aeropuerto me pidió que le acompañara porque había un problema con mi maleta. Respiré.

Atravesamos varias puertas y salas del aeropuerto. Tras un breve «paseo» por el terminal llegamos a la zona en la cual depositan las maletas que descargan de los aviones. Yo no entendía el problema aún, pero al ver a varios policías y perros me quedé en blanco.

Uno de los policías me espetó mirandome fijamente a los ojos: «Somos de la policía antinarcóticos». «¿Y cuál es el problema?», respondí, firme y seriamente. El replicó: «díganoslo usted».

En la especie de depósito estaba mi maleta y una mochila. Era obvio que algo atraía a los perros y ese era el motivo de mi forzada presencia allí. Mire fijamente al policía y le dije: «Mi maleta es ésa, la azul. Aquí tengo el resguardo». Ellos cogieron la maleta y me la entregaron. Los perros se quedaron quietos junto a la otra.

Tras revisar superficialmente, por decir algo, mi equipaje, me pidieron disculpas y amablemente me recordaron que regresara como un rayo a la sala de embarque porque de lo contrario perdería el vuelo.

Volví a la sala de embarque con el tiempo justo de abordar el avión. Ya no sabía si reirme o qué sé yo. A treinta mil pies de altura en lo único que pensaba es en lo mal que lo tendrán que pasar los burriers cuando son «cazados» en los controles. Al fin y al cabo tarde o temprano el que empieza mal, termina mal.

El resto del viaje fue muy confortable no por nada LAN está considerada como la mejor compañía aérea de Latinoamérica. Por cierto, pasé de las «pelis» a bordo y dormí como un bebé.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

Lo más leído