El enésimo despido de César Hildebrandt

César Hildebrandt
César Hildebrandt

En 1980 me cerraron el primer programa (por entrevistar a Yaser Arafat). Van catorce veces que la TV me expulsa del aire (o me deja en el aire, si se quiere ver así). Y estoy harto. Porque me aburre mi obstinación. Porque ninguna película merece verse 14 veces. Porque el guión es recurrente y los adioses padecen del mismo vocerío. Harto y asqueado. Empecé haciendo preguntas y termino este ciclo de mi vida con muy pocas respuestas en la alforja», así empieza un artículo en el diario limeño «La República» el famoso y más que eso: gran periodista peruano César Hildebrandt tras ser despedido por enésima vez de un canal de televisión.

Conocí a Hildebrandt cuando era tan sólo un adolescente y estudiante universitario de periodismo. No fue por casualidad, sino porque lo busqué.

Colaboraba sin pago ni nada en un diario capitalino. Nadie me hacía el más mínimo caso en la redacción. En ese entonces las máquinas de escribir eran de las antiguas con teclas avejentadas, máquinas que al fin y al cabo hoy serían piezas de colección.

En la redacción cada uno tenía asignado su pupitre y su respectiva máquina de escribir. Yo iba y venía de la zona de archivo trayendo fotos o recortes de periódico de una lado para otro. Escribía reportes y artículos que no los veía nadie. Hasta que me cansé.

Un buen día me acerqué a la redacción del magazine «Visión Peruana» que quedaba a dos calles del diario en el cual hacía mis ¿prácticas?. Bueno, decía, fui como por casualidad a Visión Peruana que en ese entonces era una revista de prestigio y en la cual (¡vaya ironía!) no aceptaban practicantes.

Pero igual me acerqué y tras sortear los controles de seguridad (había entonces constantes olas de bombas y terrorismo en Perú) entré en la redacción. Acto seguido le pregunté a la primera persona que encontré, precisamente una chica periodista, quien años después desapareció del firmamento periodístico (no diré su nombre para no herir sus sentimientos), si cabría la posibilidad de hacer prácticas en este magazine. Ella respondió tajante:- «¡Aquí no se aceptan practicantes!» .

Pensé que no hacía falta que me repondiera de aquella manera. No dije nada y me fui.

Por el camino pasé delante del diario en el que practicaba o mejor dicho «perdía el tiempo». Pasé de largo y pensé para mis adentros: «prefiero quedarme en casa y luego ir a la universidad.

Al día siguiente tenía «mono» de redacción. Volvía con resignación al diario cuando momentos antes de entrar a su redacción pensé «Voy a intentarlo otra vez en Visión».

Volví a la redacción de Visión Peruana. Sorteé los controles de seguridad otra vez, y entré en la redacción. En este caso ya no me encontré a la redactora del día anterior. Había otra chica en otro escritorio.

Oteé el horizonte y como no había nadie más le pregunté: «¿Con quién podría hablar para escribir aquí en Visión?». Ella respondió: «Espera un momento, en unos instantes viene el Editor»

Esperé como diez minutos hasta que apareció Jorge Pimentel, periodista, poeta y hoy en día, entrañable amigo a quien visito cada vez que voy a Lima. Y bien, tras conversar con él y ver mis ganas de escribir, me aceptó entre su gente de la sección «Visión Familiar», un suplemento de 16 páginas que había que rellenar a destajo. Lo curioso es que él creía que a mi me había enviado el director y por ello me trató como a un gran fichaje. Tras un par de horas y comentarle que yo había ido ala redacción porque me parecía una gran revista, él sonrió pero supongo que le gustó mi osadía.

Pocos días después hizo su aparición César Hildebrandt, quien asumía la dirección del magazine. para entonces ya era un consagrado periodista y director de lo que se le pusiera enfrente. Ya podía dirigir un programa de televisión (en plan investigación periodistica) o dirigir un diario, revista o lo que fuera, que era tan capaz de dirigirlo y sacarlo adelante, que su sola presencia era signo evidente de que algo iba a cambiar en el magazine… para mejor.

Y eso se notó en los subsiguientes días. Todos trabajaban como nunca antes lo habían hecho o hacían como que «trabajaban». Hildebrandt quería resultados. Y los tenía. En algunas ocasiones daba rienda suelta a sus esporádicos caprichos como reunir a todos los jefes de sección y decirles que había que rehacer todos los textos de la revista, y todo justo en el preciso momento de que fuera enviada a máquinas (para su impresión).

Yo viví esa anécdota y como yo escribía a destajo rehice mi reportaje a toda ostia… pero no lo entregué. En su lugar cambié ls titulares y la entradilla, y las últimas frases del final. Coloqué otras fotos y distintas leyendas, y luego me largué a casa.

La revista se publicó el domingo, como siempre, y el lunes fui a la redacción como si nada hubiera pasado. Algunos colegas andaban cabreados por haber trabajado el doble (yo también lo hice, pero estaba hasta el gorro de las manías de Hildebrandt) y temblaban cuando alguien dijo: «Ya viene! ¡ya viene!. Nuevamente todos a trabajar o a hacer que trabajaban.

Hildebrandt era y es un gran periodista. Su manera de trabajar es admirable, pero su caracter le ha deparado grandes amigos y acérrimos enemigos.

Hay una frase en el mundo de la prensa peruana que dice: «el periodismo puede ser una de las más nobles profesiones o el más vil de los oficios» y César se encuentra entre los que ven el periodismo como un instrumento al servicio del ciudadano, como una luz que les quite la ceguedad en la cual muchas veces los gobiernos nos quieren ver inmersos. No me extraña que lo hayan echado otra vez de un canal de televisión. Ha chocado con intereses creados y grupos de poder que le han dicho «Hasta aquí no más, chato!» y lo han despachado.

Lo mismo le sucedió en Visíon Peruana. En aquella ocasión puso a parir en el editorial al entonces ministro de justicia del partido aprista (en ese entonces en el gobierno) Gonzalez Posada. Y para más inri…¡en su propia revista! (Gonzales era el mayor accionista de Visón Peruana).

Aquel día me imaginaba al ministro desayunando y leyendo la prensa del día y atragantarse al leer el editorial que lo ponía a parir. El cabreo tiene que haber sido monumental.

Obviamente la cabeza de Hildebrandt rodó aquella misma mañana. Días después se pasó por la revista a recoger sus objetos personales. Coincidí con él en el ascensor y le dije: «Sr. Hildebrandt, siento lo que le ha pasado y gracias por todo. Siempre he pensado que es usted un gran periodista». El respondió: «Son gajes del oficio».

Nuevamente lo han echado, y desde la lejanía le repito lo mismo.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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