Conozca al nuevo «Juan Valdez» icono de la industria cafetera de Colombia

Carlos Castañeda Ceballos, un pequeño caficultor del municipio de Andes (Departamento de Antioquia), es desde este 29 de junio de 2006 el nuevo intérprete de Juan Valdez, el personaje publicitario que representa ante el mundo a las 566.000 familias cafeteras colombianas.

Se trata de un campesino de tradición cafetera, minifundista, como la mayoría de los cultivadores de café del país, de 39 años, 1,82 metros de estatura, casado desde hace 16 años con Dora Helena Bedoya y con tres hijos: Diego Alejandro, Verónica María y Carlos.
Él será quien de ahora en adelante, y por tiempo indefinido, hará el papel de símbolo y promotor del café suave colombiano ante el mundo, que desempeñó durante 37 años (1969-2006) otro caficultor antioqueño, Carlos Sánchez Jaramillo.

Carlos Castañeda, hijo y nieto de caficultores, resultó ser el más tranquilo y convincente de los 406 cafeteros, agrónomos, extensionistas, profesionales y actores preseleccionados de 14 departamentos y 87 municipios cafeteros que participaron en el proceso de búsqueda del nuevo intérprete de Juan Valdez, que realizó la Federación de Cafeteros de Colombia con un grupo de asesores externos durante cerca de dos años.

Nació en el municipio de Andes, a 120 kilómetros de Medellín, el 10 de octubre de 1966, en el hogar de Héctor Evelio Castañeda Quiceno y Blanca Rubi Ceballos Castaño, y es el mayor de diez hijos: siete mujeres y tres hombres.

Aunque de pequeño soñaba con ser abogado, no le insistió a su padre por las dificultades económicas y se dedicó a aprender sobre el cultivo de café y los sembrados de plátano y banano, que han sido los productos que le permitieron a su padre levantar a su familia, y que ahora se han convertido en el sustento de su esposa y sus tres hijos.
Carlos Castañeda se siente cafetero desde que tiene uso de razón y reconoce que el café ha sido la esencia de su vida, la de sus abuelos, la de sus padres, la de sus suegros, la de sus tíos, la sus hermanos y la de sus cuñados, y ahora le está enseñando el mismo oficio a su hijo mayor, Diego Alejandro.

Como sucede en el campo y los pueblos pequeños, donde muchos no pueden seguir estudiando, Carlos decidió independizarse muy joven. Se casó a los 22 años con Dora Helena Bedoya, del municipio antioqueño de Jardín, otra descendiente de familias cafeteras.

Primero vivieron en la finca de la familia, después en una finca del abuelo y unos meses después se fueron a administrar otra pequeña finca cafetera que había comprado su padre. Allí vivieron sus primeros diez años de matrimonio y tuvieron sus dos primeros hijos: Diego Alejandro, que hoy tiene 16 años y está en sexto de bachillerato, y Verónica María, de 11 años, que cursa primero de bachillerato.

Cuando tenían 10 años de casados, Carlos logró tener finca propia. En compañía con su papá se ganó una rifa de un carro Renault 9, lo vendieron por 14 millones de pesos, y con lo que le tocaba a él le compró a su padre la mitad de la finca La Isabela, en la vereda San Bartolo, de Andes. Allí vive desde hace seis años y ahí nació su tercer hijo, Carlos, que acaba de cumplir cinco años.

Se trata de una finca pequeña, de cuatro hectáreas, con una casa digna, construida con su propio trabajo, de tres habitaciones, sala y cocina. En dos hectáreas tiene 7.000 palos de café que producen 20 cargas al año y que vende por intermedio de la Cooperativa de Caficultores de Andes, de la cual es socio. A precios de hoy (450.000 pesos por carga de 125 kilos) su cosecha le representa unos ingresos de nueve millones de pesos al año. Las otras dos hectáreas las tiene en un potrero para dos vacas (hace poco tuvo que vender una) y otra hectárea sembrada en plátano, banano y yuca, que vende por intermedio de la Cooperativa Agromultiactiva, de la cual también es socio. Él y su padre siempre muestran orgullosos su Cédula Cafetera, que los identifica como integrantes del gremio.

Carlos calcula que, en promedio, la finca le deja unos 450.000 pesos mensuales para vivir, que es poco más de un salario mínimo legal, que le alcanza para mercar y costear el estudio de sus tres hijos. Para completar los ingresos necesarios para vivir, en la finca tiene una vaca que es la que les da la leche para la casa, unas cinco o seis gallinas y dos marranos: uno de cría y otro de engorde.

La vida del nuevo intérprete de Juan Valdez es similar a la de cualquier pequeño caficultor del país. Se levanta a las seis de la mañana, se toma un jugo de las naranjas que él mismo cultiva en la finca; ordeña la vaca, le da su concentrado y arregla el chiquero de los cerdos. A las ocho de la mañana desayuna en su casa, mientras escucha noticias, y luego se va a recoger café o plátanos y banano. Almuerza a las doce del día y en la tarde continúa con sus labores en la finca, hasta las cinco, y luego regresa a la casa para despulpar café. Come y charla con sus hijos mientras ve las noticias y se acuesta a las 8 de la noche.
La mayoría del tiempo trabaja solo, pero en la cosecha de café o de plátano le toca contratar uno o dos trabajadores, o compartir el trabajo con sus vecinos. En época de vacaciones escolares trabaja con su hijo mayor, para que vaya conociendo el oficio.

Carlos es reconocido en la vereda como uno de los campesinos líderes y que más trabaja por la comunidad. Durante nueve años fue presidente de la Acción Comunal de San Bartolo, y entre sus mejores obras recuerda que le tocó hacer rifas y bazares para comprar un lote donde construyeron la escuela de la vereda.

Allí, con ese liderazgo natural que siempre lo ha caracterizado, se ganó el apodo de ‘Paciencia’, porque siempre ha sido un hombre tranquilo, sereno y calmado, y en todas las reuniones y encuentros ése era el mensaje que les repetía a diario a sus vecinos y amigos.

El equipo de la Asociación Lope de Vega, que fue uno de los que participó en el proceso de búsqueda de candidatos, encontró a Carlos Castañeda en el Café Guaticamá, de la plaza del municipio de Andes, a comienzos de abril. Charlaron con él, le tomaron fotos y le hicieron unas tomas de video y lo citaron a una primera reunión a Medellín, donde logró clasificar entre los 30 finalistas.

El 18 de mayo vino a Bogotá, su primer viaje en avión, conoció a los otros 29 candidatos y como no pensó que pudiera ganar, en una camiseta blanca recogió las firmas de todos, para tener un recuerdo del proceso. Luego viajó a Cartagena, donde conoció por primera vez el mar, y después, cuando quedó entre los diez finalistas, lo llevaron con su esposa y sus tres hijos a Armenia, en el Departamento del Quindío, a un encuentro con las familias de los finalistas y la familia de Carlos Sánchez, el intérprete de Juan Valdez, a quien ahora reemplazará. Ese también fue el primer viaje en avión de su esposa y de sus hijos. Y hace dos semanas volvió con su esposa a Bogotá, a unas últimas pruebas, y supo que estaba entre los cinco finalistas.

Desde las primeras pruebas, entrevistas y ejercicios que tuvieron que afrontar todos los candidatos, el nombre de Carlos Castañeda comenzó a tener cierto favoritismo entre la mayoría de las personas que participaron en el proceso y entre los integrantes del Comité que haría la evaluación y selección final.

Su autenticidad como cafetero, su naturalidad, su honestidad, la sencillez de su vida, su serenidad para enfrentar todas las situaciones, su personalidad y seguridad, y su inteligencia y habilidad para defenderse ante cualquier situación, sumados a una hoja de vida limpia y a una estampa de actor de cine, con excelente registro ante las cámaras fotográficas y las cámaras de televisión, lo fueron perfilando como uno de los mejores de los cientos de candidatos preseleccionados.

El día que el Gerente General de la Federación de Cafeteros, Gabriel Silva, le dijo que él era el nuevo intérprete de Juan Valdez, se asustó y se puso un poco nervioso, pero no perdió la calma. Se saludó con los que había presentes y abrazó a la productora de televisión Rosario Cabo, de la Asociación Lope de Vega, que fue la que lo encontró en Andes y lo vinculó al proceso.

Esa tarde, con una serenidad pasmosa, repitió lo que en muchas ocasiones le dijo a la Doctora Patricia Martínez, quien tuvo a su cargo las pruebas sicológicas, y a todos los que lo sometieron a las múltiples pruebas y entrevistas. Que está dispuesto a cambiar su vida, que es consciente de la importancia del papel que debe representar de ahora en adelante y que hará lo que sea necesario para promover y mantener en alto el nombre de Juan Valdez y el prestigio mundial del Café de Colombia. Se ha propuesto representar dignamente la imagen de los caficultores colombianos y su Federación, Gremio que siempre se ha caracterizado por la honestidad, transparencia, tesón y valores pluralistas y democráticos.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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