Crónica de un largo y tortuoso éxodo de bolivianos a Europa

(Paul Monzón).- Si alguien creía que el éxodo masivo de bolivianos a España y el extranjero es cosa de hace poco, está errado. Eso lo pude comprobar hace unos años cuando hice un viaje al país andino con la intención de conocer la “Puerta del Sol”, vestigio preincaico, anterior a la cultura Tiwanaku. El éxodo, la pobreza y la corrupción suelen ir siempre de la mano.

Precisamente viajaba en LAB ( Lloyd Aéreo Boliviano) hoy en día quebrado y con sus máximos directivos encarcelados.

Ya desde el control de pasaportes de salida en el aeropuerto de Barajas de Madrid, uno podía tomar conciencia del drama que vivían –viven- muchos bolivianos en España. A la par que los que se encontraban en la fila iban enseñando sus pasaportes se podía oir de parte del policía que sellaba los mismos: “Jo, tú sí que te has pasado mucho tiempo en tus “vacaciones”. Sí, jefe, pero ya me voy a casita”, musitaba con una agria sonrisa, como pidiendo perdón, un ciudadano boliviano entrado en años. Y así uno tras otro, expresaban alguna excusa a su larga “estadía ilegal” en la madre patria.

Los policías del puesto de control de pasaportes eran jóvenes. Unos sonreían por las ocurrentes repuestas que espetaban los sufridos bolivianos. Muchos de ellos desengañados porque no encontraron el sueño europeo; y otros por carecer de papeles y no poder acceder a un trabajo como Dios manda.

Alguno que otro una vez que los pasajeros abordaron el avión iba escoltado por policías. Con la cabeza gacha y denotando una profunda tristeza y rabia, entraban dos “campas”, personas oriundas de la ciudad de Cochabamba, según pude enterarme después. Eran unos más de los cientos de deportados por carecer de “papeles”.

Fue una de las pocas veces que viajé en Primera Clase gracias a una deferencia de LAB. A mi lado iba una chica -no recuerdo ahora de qué ciudad era- boliviana que durante parte del vuelo lloraba y se negaba a comer. A 30 mil pies de altura y en mitad del inmenso Océano Atlántico le pregunté sobre los motivos de su pena y actitud.

Carmen Torres –recuerdo el nombre- llegó a Madrid con intención de continuar viaje hacia las Islas Canarias, pero el vuelo llegó con retraso por lo cual perdió la conexión. En el counter del aeropuerto le dijeron que podía coger el vuelo del día siguiente. Ella aceptó, pero como era tarde y se hacía de noche en su ingenuidad creyó que el aeropuerto lo “cerraban” hasta el día siguiente y por ello salió del mismo y le pidió a un taxista que le llevara a un hotel. El jet lag ( ella no sabía qué diablos es el jet lag, y menos se podía imaginar algo viniendo de un pueblo perdido en el altiplano) la tenía exhausta.

Taxistas desalmados

Cogió un taxi y al chofer le pidió encarecidamente que la llevara a un hotel. El desalmado la llevó a…¡Salamanca!. Y es aquí cuando uno se entera que por el aeropuerto pululan taxistas que saben de la problemática del inmigrante y se aprovechan de ello. Me explico: cuando un inmigrante llega a España, se le exige que demuestre que tiene los medios económicos suficientes como para costearse sus gastos durante quince días. Normalmente suele – solía ser la cantidad de 1500 dólares aproximadamente. Y ello lo sabe mucha gente…y los “taxistas” inescrupulosos.

Se aprovechan muchas veces de que los futuros “ilegales” quieren alejarse a toda prisa del aeropuerto y por ello suelen engañarlos y cobrarles sumas desorbitadas por sus servicios. En este caso, a la pobre chica (18 años) el desalmado la llevó a Salamanca, puso a mil el taxímetro y tras amedrentarla (sabiendo el maldito) le quitó los mil dólares que llevaba la pobre ilusa.

Era la primera vez que salía de su pueblo, que subía a un avión, que veía el Océano Atlántico, que pisaba un gigantesco aeropuerto como el de Barajas…era su primera vez de todo. Y ahí estaba, sola, llorosa, vejada por un miserable. A duras penas regresó a Madrid y durmió en el aeropuerto hasta que salió un vuelo hacia Bolivia. Ella sólo quería huir.

Me relató, llorando, su desgracia. Y tras arribar a Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia se despidió con una sonrisa.

Santa Cruz – La Paz – Lima

En Bolivia aún no había la “fiebre” por emigrar a España. Aunque Evo Morales no había asumido el poder se notaba su presencia en las calles. Había huelgas y marchas y contramarchas. Bloqueos de carreteras y violencia.

Santa Cruz es una ciudad que se quiere independizar del resto de Bolivia, al menos de la zona sur en la cual se encuentra enclavada la capital, La Paz. En esos días el tema en cuestión era el mismo. Evo Morales y sus “cocaleros” habían organizado huelgas generales y boicots a los aeropuertos. Mi viaje a La Paz para conocer la cultura milenaria de Tiwanaku se vio frustrado. La cosa era salir del país porque que preveía que si las cosas se agravaban podría hasta perder mi vuelo hacia Lima, escala de una visita a la Cudad Perdida de los Incas, Machu Picchu.

A duras penas pude salir del país, no sin antes sortear a los piquetes de cocaleros que amenazaban con reventar el taxi en el cual me dirigía al aeropuerto. Soltar dólares fue el “peaje” que tuve que pagar para que me dejaran pasar.

Lima –La Paz- Santa Cruz-Madrid

El viaje de vuelta a España fue también a través de LAB. Eso sí, la escala en Santa Cruz duraba como 14 horas por lo cual o te quedabas esperando en el aeropuerto o te dabas una vuelta por la ciudad. Opté por lo segundo.

Di como mil vueltas por la ciudad y me dediqué a buscar un “Tótem” que me habían pedido de encargo. Precisamente en una de las múltiples tiendas de artesanía ( para ser exactos, en una feria de artesanía) la dependienta me ofreció venderme lagartos disecados y vivos, o lo que quisiera. Y todo a buen precio. Sacando mis cuentas en euros era un “chollo”.

Como todo el mundo sabe traer animales de contrabando está penado, y más aún cuando son especies de este tipo. Con los “disecados” ahí sí que no tenía la certeza de nada. Pero en fin, le dije que volvería. Fui a otras tiendas, pero en este caso fuera del recinto ferial y elegantes que se encuentran bordeando la Plaza mayor de la ciudad. En odas me dijeron que no comprara que podía tener problemas. Y uno de ellos –que no quiso dar su nombre- me dijo a manera de consejo: “Oiga, no compre porque en el aeropuerto le va a parar la policía. Luego va a tener problemas y le van a sacar el dinero””Hágame caso”. Le hice caso.

Compré el Tótem que andaba buscando, el cual por sus características: casi un metro y 40 cm. de diámetro (pesaba una barbaridad) lo llevaba al hombro cual bombona de butano.

Regresé al aeropuerto de Santa Cruz con el tiempo justo de abordar el avión de LAB.
Pasé los controles sin problemas y una vez en el Boeing caí rendido. El vuelo transcurrió sin problemas.

Y así durante todo el viaje.

“La Ciudad Universitaria”

Una hora antes de que el vuelo llegara a Madrid un pasajero boliviano que se senataba a mi lado me preguntó tímidamente: “¿Señor, usted vive en Madrid?. – Sí. Le contesté.
-¿Puedo hacerle una pregunta?
-Sí, no hay problema.

El susodicho quería saber qué era “La Ciudad Universitaria”. La pregunta me extrañó sobremanera. Por lo visto él y otros más (una docena) le habían comprado a una agencia de viajes un paquete de viaje a precio astronómico. En el pack iba incluido el billete de vuelta y una semana de hotel tres estrellas en Madrid. Estaban aleccionados de que si en el control de pasaportes les preguntaban el motivo de su visita a Madrid o España tendrían que responder “Venimos a visitar la Ciudad Universitaria”. Es lógico que con esa respuesta lo que irían a conocer es el vuelo de vuelta a Bolivia.

La ingenuidad llega a veces hasta índices alarmantes. Le comenté que la Ciudad Universitaria es un conglomerado de campus de la Universidad Complutense de Madrid y alguno que otro de la Autónoma, aparte de haber colegios mayores –residencias de estudiantes, y que nadie en su sano juicio se da la vuelta al mundo para conocer un campus universitario a menos que pretenda estudiar en él o qué sé yo. Este no era el caso de los ilusos jóvenes.

La picaresca de las agencias de viajes empezaba en ese entonces a dar sus primeros pasos. Hoy en día hemos sido testigos de las múltiples estafas y tropelías cometidas contra sus propios compatriotas. Negligencias y aprovechamiento de la cual han hehco gala incluso las autoridades bolivianas, sin olvidar –penosamente- a Lloyd Aéreo Boliviano que dejó en la cuenta a miles de pasajeros previo pago del soñado billete de avión.

A la par que le comentaba al joven boliviano sobre la “Ciudad Universitaria” ya tenía ante mi a una docena de pasajeros –todos bolivianos- que escuchaban atentos y en silencio mi explicación. Era evidente que los habían engañado como a unos pardillos.

Uno de ellos tenía una Guía de Madrid y tras agradecerme el dato se fue con los demás, no sin antes escuchar a uno que parecía el “listo” del grupo que espetaba: “No le hagan caso, que la agencia nos ha dado buena información”

Arribamos a Barajas sin contratiempos. Fui de los últimos en pasar el control de pasaportes. Afuera se encintraban el grupo de bolivianos que tan atentamente escucharon mi explicación en el avión. Del “listo”, ni rastro. Todos desaparecieron del Terminal aéreo como por arte de magia. La oleada de inmigrantes bolivianos no había hecho nada más que empezar.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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